No pudo tuitear -porque nadie se imaginaba Twitter- pero sí dijo algo, breve, reproducido millones de veces en video. Una frase de esas que hoy se llaman viral. Es el instante preciso en que la nave Vostok 1 despega de la Tierra en un viaje al futuro. En la base Baikonur en la URSS eran las 9:57 a.m. En Lima, por la diferencia horaria, todos dormían. Su voz tiene el eco gracioso de esos robots de las películas para niños. O es pánico, también. Yuri Gagarin (Klúshino, 1934) está con el traje naranja y el casco blanco con las siglas CCCP y, como si fuera poco, con una sonrisa, aunque la televisión lo mostrara todo en blanco y negro. Era un notable piloto de la fuerza aérea de la Unión Soviética. Después del viaje que por primera vez orbitó la Tierra el 12 de abril de 1961, hace 59 años, fue un héroe nacional. Mundial. Antes, esa mañana, dijo algo sencillo para tamaña circunstancia:
-
-¡Поехали!
Es decir, “Ahí vamos”. Tenía 27 años, nada más. Hay quienes a esa edad apenas han cruzado la vereda. Pero no son todos.
Ese traje, la cápsula Vostok 1 en la que volvió a la Tierra después del primer viaje del hombre al espacio, y otras piezas que forman parte de la historia de las astronáutica del planeta, están aquí, en el Museo de la Cosmonáutica, un edificio de fierro, aluminio y cemento que apunta, como no podía ser de otra forma, al cielo.
Víctor Idrogo, capo reportero gráfico, Fernando Llanos, conductor del noticiero de la mañana de América y el cámara Jorge Cáceres viajamos más de 24 horas hasta Europa para descubrir los secretos detrás del Circo Ruso de Moscú. Tomamos mucho vodka. Hablamos con decenas de estudiantes peruanos que allá la rompían. Nos detuvo la policía a la salida del tren, sospechosos de ser demasiado curiosos. Y aunque fue increíble estar en los entrenamientos del Gran Circo Ruso y confirmar que esos cuerpos de plastilina son una herencia, nada fue más increíble que invertir los pocos rublos que aún teníamos en el ticket del metro y el boleto al МУЗЕЙ КОСМОНАВТИКИ, la traducción al ruso del Museo de la Cosmonáutica.
Ellos, juntando los ripios, me regalaron un boleto al simulador que esté en el ala izquierda del museo. Tres minutos de un viaje al espacio. Tres impagables minutos de astronauta.
Desde todas las estaciones de subte en Moscú se llega en menos de 20 minutos. Los trenes subterráneos alcanzan categoría de obra de arte: están enterrados 400 escalones fijos que tardan en recorrerse 5 minutos hacia el subsuelo, tiene paredes de mármol y la solemnidad de los museos. Son los lujos de un país adelantado 50 años en el tiempo.
El Museo es, junto con La Plaza Roja, el Kremlin o los estadios de fútbol en donde se jugó el Mundial del 2018, fue parada obligatoria. Cientos de peruanos -de esos más de 40 mil que viajaron cuando Perú clasificó al Mundia- hicieron este viaje dentro del viaje, como un pendiente de las clases de historia del colegio.
En el salón principal, donde una figura de tres metros del mismo Gagarin vigila los tres ambientes del museo, está el traje emblemático color naranja que resume el primer gran capítulo en la conquista del espacio a finales de los años 60. Está protegido por una cápsula de vidrio en el que se ve algunos rasguños, dos bolsillos en los brazos y dos en las piernas, además de los vestigios de una tecnología con la que hoy, muy probablemente, un astronauta ruso no saldría ni siquiera a matar un mosquito. Le toman fotos coreanos, sudamericanos, europeos, que le hacen zoom con sus móviles de última generación buscando el mejor ángulo para verle la bragueta.
Mítica como pocas, la bragueta en el primer traje de Yuri Gagarin fue indispensable para que el primer hombre en salir al espacio cumpla con una de las más nobles exigencias fisiológicas antes del despegue en 1961, sobre todo cuando ya no se resiste: hacer la pichi.
Desde el año pasado, en que Rusia cambió ese modelo de traje -el prototipo del nuevo equipamiento Sokol-M-, el ritual que decenas de astronautas cumplían en honor a Gagarin -orinar en una de las llantas del cohete antes de dejar la tierra-, tendrán mayores problemas.
Otras cosas no menores que se fotografían en el Museo de la Cosmonáutica de Rusia: una réplica de la Vostok 1, una de las dos cápsulas en las que viajó Gagarin. También unos documentos firmados de su puño, con el evidente rastro de la humedad y los nervios. También sus medallas y diplomas, de cuando fue un embajador ruso y nombrado Mariscal por el Gobierno de ese país. También un audio en tres idiomas que corre en pantalla grande con el mensaje que dejó grabado el astronauta antes de orbitar la Tierra, que decía:
-“Queridos amigos, conocidos y desconocidos, mis queridos compatriotas y a toda la gente del mundo. ¿Qué puedo decirles durante estos últimos minutos antes de empezar? Toda mi vida me parece ahora un único y hermoso momento”.
Los audífonos con los que uno puede escuchar este audio se pelean, con la envidiable cortesía rusa. La entrada al Museo de la Cosmonáutica de Moscú no golpea ninguna economía (240 rublos, algo así como 15 dólares). Al contrario: costarían varios cientos de dólares aprender de historia en tan breves minutos. Yuri Gagarin cambió los libros. El primer hombre en el espacio compitió contra 3.500 aspirantes a astronautas, en un programa espacial soviético cuyo objetivo era convertirse en la primera potencia del rubro. Tenía 27 años y había sido empleado en una metalurgia antes de todo esto. Un obrero con una vida normal, hasta el día en que le cambió la vida. (Nos cambió).
La lección es cruzar la vereda. Siempre.