En la parte alta de Huamanga, rumbo al distrito de Carmen Alto, hay un lugar especial en el que niños y niñas pueden liberar sus miedos y frustraciones a través de melodías, lienzos y juegos. Es un antiguo centro al que las autoridades derivaban casos de violencia física, sexual o psicológica y que hoy es un segundo hogar para más de cien niños, niñas y adolescentes que empiezan a curar esas heridas mediante la música y el arte.
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Es el caso de Lili (14), una escolar que ha escrito aquí, en el taller musical del lugar, una canción sobre algunas cosas malas que le pasaron y que la endurecieron hasta convertirla “en hierro”, dice. “Me gusta escribir de mis emociones, sobre todo de tristeza. Es como un libro que solo yo puedo leer porque son cosas que he pasado. [Cuando escribo] siento un peso menos de encima”.
Lili es parte de un proyecto llamado “La Voz de mi Corazón”, de la ONG World Vision, que ayuda al tratamiento emocional de la niñez víctima de violencia, en especial la sexual, que representa el 30% de los casos en establecimientos de salud mental comunitarios. “En un contexto como el de Ayacucho, contar con espacios así es importante: muchos papás y mamás tienen heridas que no han sanado y eso se pasa a sus hijos. Muchos niños de esta zona son desplazados, están solos”, cuenta Sisa Morales, psicóloga de este centro comunitario cuyo nombre traducido al castellano significa ‘nuevo despertar’.
Junto al profesor de música, impulsan terapias artísticas y trabajan temas de habilidades socioemocionales. “El objetivo es que sean personas resilientes y no solo resistentes [al dolor]. Es un trabajo de tiempo, pero vemos que los niños se están recuperando. Esa es nuestra mayor satisfacción”.
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Mientras, en otro lugar a las afueras de Huamanga, a más de 3.400 m.s.n.m., en una ruta que alterna sembríos de molle, yuyo, aguaymanto y flores de retama, está el pueblo de Pinao, donde vive Jhimmy (12), el mayor de cinco hermanos (“dos de ellos en el cielo” y dos hermanas menores). Desde pequeño fue un ávido lector de un colegio sin libros, hasta que la ONG implementó una ludobiblioteca para fomentar la lectura y el juego en un ambiente seguro.
Con más de 200 libros e instrumentos musicales, la iniciativa ya ha beneficiado a 80 niños y niñas del lugar. Gracias a su nueva biblioteca escolar, Jhimmy ya leyó Mi planta de naranja lima, de José Mauro de Vasconcelos, el libro con el que más se identifica hasta ahora (“porque es un niño pobre que aprende a leer a los cinco años, como yo”).
Ahora lee un libro por semana y, junto a su madre, ha escrito cuentos que ha presentado a concursos de su comunidad. “Me inspiro en cosas de mi día. Tengo cuentos sobre una familia y sus gallinas; de un papá que se va temprano a trabajar en la chacra”, precisa el pequeño escritor. Para Celia Cerda, coordinadora regional de la ONG en Ayacucho, los derechos como el acceso a la educación, a la recreación y más deben ser garantizados para el desarrollo de una niñez plena. “Es imperativo promover esto, pues existen brechas y debemos intervenir por ellos”, dice.
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La Convención sobre los Derechos del Niño es un tratado de las Naciones Unidas sobre los derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales de niños, niñas y adolescentes en el mundo.
La Convención se convirtió en ley en 1990, después de ser firmada y aceptada por 20 países, entre ellos el Perú. En el marco de la Convención y el Mundial Qatar 2022, la ONG World Vision ha lanzado la campaña “Juégale bien a los derechos de la niñez”, para seguir desarrollando iniciativas en favor de los más vulnerables. Puede sumarse a esta en https://worldvision.pe/amigossolidarios desde 35 soles.
LÍDERES EN FORMACIÓN
La adolescente Leyla tenía solo 12 años la primera vez que participó de una red de jóvenes que buscaban hacer un cambio social en Ayacucho. Por ese entonces era tímida, pero participar en las actividades de la Alianza Nacional de Líderes de Transformación (o Red ANALIT), que impulsa World Vision, la ayudó a fortalecer sus habilidades. “Me llamó la atención que existan espacios para que los jóvenes puedan ser escuchados por las autoridades, para plantear sus propuestas”.
Su madre, Brenda, es la más emocionada con el cambio de su hija y ella lo sabe. “[Mi mamá] es una de las adultas que más escuchan y se adaptan rápidamente a situaciones de las que en su época no se hablaba mucho, como la salud mental, el tema de género. Es la que más me apoya”. Leyla, hoy de 17 años, es subcoordinadora de ANALIT, ha integrado congresos nacionales, escribió reportajes sobre salud alimentaria en su comunidad e, incluso, recientemente viajó a Estados Unidos por una pasantía en la Universidad de Howard, en Washington. Aún no tiene definida la carrera a estudiar, pero probablemente esté vinculada a la política. “Quiero continuar preocupándome por mi país y tratar de solucionar problemas sociales que afecten a los jóvenes. Empiecen a escucharnos”. //