El primer contacto que tuve con Beethoven fue en primaria, en la clase de arte/música. El profesor se había propuesto adentrarnos al mundo de la música clásica y nos enseñó a tocar un fragmento de la Novena Sinfonía en flauta dulce. Pronto, mis compañeros y yo intentábamos (entre cambio de clases, almuerzos y minutos después de la salida) memorizar Si-Do8-Re8-Re8-Do8-Si-La-Sol-Sol-La-Si-Si-La-La (bis). Para elevar más nuestra emoción -y vaya que funcionó-, el ‘profe’ contó que esa melodía había sido creada por un hombre sordo. “¡Imposible!”, fue nuestra reacción inmediata. “Más adelante hablaremos de Beethoven. Por ahora, sigan practicando”, respondió. La charla nunca llegó.
Tal vez, en ese momento, era complicado explicar -y que nosotros entendamos- que el prodigio Ludwig van Beethoven (1770), nacido en el pueblo alemán de Bonn, tuvo una vida plagada de desventuras. Desde niño enfrentó la presión familiar. Su padre, Johann, quería que su hijo siga los pasos de Mozart, quien ya daba conciertos a temprana edad. El pequeño Ludwig era levantado a medianoche y forzado a tocar piano.
Los problemas en casa no cesaron: su padre perdió el puesto de director de la orquesta de Bonn debido a su alcoholismo. Su madre, Maria Magdalena, se enfermaba con facilidad. Aun así, Beethoven hizo su primera presentación en público a los 7 años (aunque su padre le restó un año en un intento por destacar su talento precoz). Tres años después, publicaría Nueve variaciones sobre una marcha de Ernst Christoph Dressler, su primera composición. Todo esto, claro, lo supe después.
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La segunda vez que escuché de Beethoven fue en clase de Historia Universal. Estábamos estudiando la Revolución Francesa y el rol que jugó Napoleón Bonaparte. Lo que nos contó el docente a cargo fue que el emperador iba a tener una sinfonía compuesta por el pianista, pero quedó descartado “por un tema de ideales”. La anécdota no es tan minúscula como parece.
Era la década de 1800 y Beethoven ya se había establecido en Viena con sus hermanos. Por esa fecha, Napoleón iniciaba la guerra contra las potencias del Antiguo Régimen. Ante ojos del músico; sin embargo, el francés era un liberador. Decidió, entonces, dedicarle una sinfonía: la número tres. Musicalmente hablando, la Tercera sinfonía marcó un hito. Para entender el alcance: el allegro (indicación de tempo equivalente a rápido o deprisa) inicial de la Segunda sinfonía, compuesta en 1802, era de 363 compases. Un año después, el primer movimiento de la Tercera tenía 695 compases. El número es importantísimo ya que Beethoven no creará sinfonía tan amplia -y ambiciosa- hasta 1824, con la Novena.
Pero volvamos al proceso creativo de la Tercera. En un primer momento estaba pensada como la Sinfonía Bonaparte, una oda al hombre que encarnaba el espíritu de la Revolución. La obra fue culminada en abril de 1804. El sinsabor para Beethoven vino un mes después, cuando Napoleón se coronó como soberano absoluto de Francia. Dos años después, la pieza fue publicada bajo el nombre de la Sinfonía Heroica, esa que celebra el recuerdo de lo que alguna vez fue Bonaparte para el músico, y que -en términos académicos- los expertos consideran como el amanecer del romanticismo musical.
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Pese a haber escuchado sus obras desde hace varios años, he de admitir que a Beethoven lo he podido conocer mejor gracias al curso de Apreciación e Historia de la música que llevé recientemente. Sin eso, no hubiera podido comprender el proceso e impacto de sus sinfonías. También ayudó visitar Viena, ciudad a la que el pianista viajó a los 17 años -gracias a los mecenas- para estudiar bajo la guía de Mozart. Sin embargo, tuvo que regresar a Bonn por problemas familiares. Cinco años después, volvió a la capital austriaca para estudiar como discípulo de Haydn.
En la también llamada ciudad blanca, la huella de Ludwig es palpable. Su vivienda, en Heiligenstadt, pasó de ser un lugar conmemorativo de 40 m² a convertirse en el Gran Museo Beethoven, de 265 m². La casa, que cuenta con más de 14 salas de exposición, fue el espacio donde Beethoven escribió su testamento. La carta que fue escrita cuando el compositor supo que su sordera no tenía cura, iba dirigida a sus hermanos, pero nunca fue enviada.
Oh, hombres que me juzgan malevolente, testarudo o misántropo. ¡Cuán equivocados están!
Es imposible para mí decirle a los hombres “habla más fuerte", "grita porque estoy sordo”
Un poco más y hubiera puesto fin a mi vida
Otra recinto es la Haus Der Musik (Casa de la Música). Su tercer piso es un homenaje a los grandes compositores (Franz Schubert, Johann Strauss, Gustav Mahler, the Second Viennese School of Arnold Schönberg, Alban Berg and Anton Webern) en un ambiente moderno e interactivo. El museo tiene un ambiente reservado para Joseph Haydn y Wolfgang Amadeus Mozart. Una vez conocidas sus historias, dan pie para llegar al salón principal: el de Ludwig van Beethoven. El espacio más desolador, tal vez, es la pared en la que el visitante puede experimentar la sordera del pianista. Un recorrido que vale la pena realizar.
A 250 años de su nacimiento, (re)exploremos la historia y música de Beethoven. No solo va a ser un buen compañero de cuarentena, sino también de vida. También puede escuchar la recomendación de la Haus Der Musik con el disco Beethoven re:loaded, un sonido más “moderno” del pianista. Recuerde que con la música no hay pierde.//