No es necesario acercarse demasiado para comprobar que las patas y colas –aguijón incluido- todavía se mueven. Es más, algo están diciendo esos alacranes, solo que no entendemos su idioma. Esta clase de arácnido es una de las atracciones del mercado nocturno de Wangfujing, en el centro de Beijing. A partir de las 7 de la noche, miles de personas, sobre todo turistas incrédulos –y mucho, muchísimo turismo proveniente del interior de China- atraviesan el paifang (puerta china) de este antiguo mercado de principios del siglo XX para degustar la oferta de insectos presentados a modo de anticuchos: trinchados y bien condimentados.
El olor es la señal. Todo el lugar huele a aceite y especias irreconocibles. Se vende de todo, desde yogur artesanal hasta castañas y, por supuesto, alacranes y orugas gordísimas. Ya se habrían acabado los saltamontes y caballitos de mar, pues no alcanzamos a ver ninguno, pese a que eran de lo más recomendado en el menú.
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Un cocinero le da vueltas en una parrilla a un manojo de anticuchos de escorpión. Con la otra mano revisa su celular. Cada bicho mide unos 8 centímetros (cinco animales van en cada palo). La parte más crujiente acabará siendo la cola. Se les condimenta y fríe mucho. Un colega de Perú lo coge con la mano, oye la carne del arácnido triturándose entre sus dientes, intenta descifrar algún sabor mientras mastica, y luego sentencia: sabe a aceite. Aparentemente no hay cómo saber a qué sabe realmente, pues ha sido frito hasta la muerte en demasiado aceite vegetal. Un gringo al lado nuestro respira aliviado al sentirle un gusto a pollo. Paladar de KFC no se equivoca.
¿Qué si yo lo probé? Hay espectáculos que solo se miran.