Una forma de entender la importancia de charanguista Jaime Guardia, que nos ha dejado hoy en la madrugada a los 85 años, es remitiéndose a Todas las sangres, la novela de José María Arguedas. Allí puede leerse la dedicatoria: “A Jaime Guardia, de la villa de Pauza, en quien la música del Perú está encarnada cual fuego y llanto sin límites”. El escritor andahuaylino colocó esas palabras para su amigo Jaime en 1964, cuando este era joven, con poco más de treinta años a cuestas. Aún le quedaba medio siglo de vida para seguir investigando en el charango y en la música peruana, labrándose un legado que habría que seguir promoviendo y descubriendo.
“Con Arguedas fuimos muy amigos”, recordaba el ayacuchano Guardia en una entrevista que le dio a Somos hecha el 2015. Esa vez se le veía sereno, sentado en el patio con árboles de una casa barranquina, iluminado suavemente por la luz filtrada de la mañana. Había estado mal de salud un año antes, internado por un malestar cardiaco, pero en ese tema no quería abrirse mucho. “Estoy mas o menos”, “ahí” o “He estado regular”, decía si le preguntaban cómo se sentía. Pero cuando se le hablaba del charango todo cambiaba.
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“Mi familia no quería que fuese músico. Me decían que me iba a volver un bohemio o un borracho, eso era muy común en esa época”. Al niño Jaime, de 13 años, nadie le escondía el charango para que no lo tocara, como le pasó a sus amigos. Él mismo se lo escondía en una chacra antes que se lo quiten. Era un viejo charango, del modelo más simple, con madera de sauce y cuerdas de tripa de chivo. Lo tocaba a escondidas, cuando todos se iban y el sol moría.
En esa época el charango era visto como un juguete. “Lo hacían todo rústico, de madera liviana y con los trastes de madera. Era un juguete al que no le daban importancia”, decía Jaime Guardia, que encontró en el pequeño instrumento andino un nuevo timbre, un color distinto. Con el tiempo contribuyó a su modernización estudiándolo, mejorando los materiales, colocándole dobles cuerdas para que tenga un sonido con más cuerpo, más brillante y armónico.
Jaime Guardia Neyra llegó a Lima en 1940, buscándose un mejor porvenir como músico. En la década del 50 formó la agrupación La Lira Paucina, con la que grabó seis discos. De sus reconocidas dotes como profesor e investigador dio muestra cuando trabajó para la Escuela Nacional de Folklore, donde conoció a Arguedas. “Me acuerdo que ahí armé un archivo de más de 5 mil grabaciones y letras de música de todo el Perú. Espero que aún esté ahí”, dijo.