Av. Grau 662, Barranco. Podía tomar la 10E, la Chama. Y ahí, cuando bajaba del bus, uno de los primeros en darle el encuentro era un moreno de piernas de alicate que venía del colegio Alfonso Ugarte de Santa Anita. Era Jefferson Farfán, que en 1996 tenía 14 años y ya era uno de los jóvenes aliancistas más talentosos del programa educativo de Los Reyes Rojos, con Constantino Carvallo en el escritorio de Dirección. Ese año, Paolo Guerrero coincidió por primera vez con él en un salón de clases de tercero de secundaria. Dicen —quienes los conocieron de entonces— que la química fue instantánea, notable, cara. En el libro Nueve Historias de un Guerrero (Grupo Epensa, 2018), reporteado por el periodista Elkin Sotelo, se lee: “Cuando Guerrero se encontraba en una peligrosa zona de confort en los juveniles de Alianza —la famosa categoría 84 de Carlitos Fernández, Roberto Guizasola, Wilmer Aguirre—, le llegó un competidor de gran futuro y que con el tiempo se convertiría en uno de sus mejores amigos: Jefferson Farfán”.
Eran los años en que La Foquita le cuidaba el carro a Waldir Sáenz, acaso le limpiaba el parabrisas y el ídolo blanquiazul no le daba ni un sol.
Desde entonces, fueron fósforo y gasolina: Farfán se llevaba a todos en los torneos de AFIM, Paolo hacía los goles. “Les dábamos su catana a la ‘U’, a Cristal también, aunque tenía su equipito”, recordó en abril del 2020 el 10 de la selección de Ricardo Gareca, en una charla vía Instagram con el capitán peruano. Se fueron de gira a Europa. Se compraron los primeros gorritos, los primeros relojes, las primeras zapatillas. Juntos.
Hasta que en los Bolivarianos de Cuenca 2001, el equipo de Chalaca Gonzales, alcanzaron la selección peruana y no se separaron más. Hasta el 15 de noviembre del 2017, cuando según el registró del IGP, el suelo de Lima tembló gracias a una patada.
(1) Según el Dr. Hernando Tavera, Presidente Ejecutivo del Instituto Geofísico del Perú (IGP), lo que ocurrió en el gol de Farfán a Nueva Zelanda fue “una vibración propagada por el suelo provocada por los saltos eufóricos al unísono de unas cincuenta mil personas que asistieron al Estadio Nacional”. Un sismo de 1.1.
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Inicios del 2018. La crisis emocional de la selección post sanción a Paolo Guerrero no se vivía dentro del vestuario peruano: allí, Jefferson Farfán nunca dejó de tener contacto con el goleador del Inter de Porto Alegre, con quien chateaba por Instagram todos los días. La familiaridad la hemos notado todos en sus IG live: los 40 mil seguidores que los siguieron hipnotizados, en realidad. Los cientos que se han desgastado en discusiones estúpidas sobre hasta cuándo durarán. Los hinchas que sueñan verlos a los dos juntos dar una vuelta olímpica en la cancha de Matute.
El 30 de mayo del 2018, un día del Perú-Escocia, la despedida de la Blanquirroja antes de partir a Rusia, Farfán y Paolo tuvieron un contacto en esta red social que pasó desapercibida. Un guiño para el futuro. Pistas que luego confirmarían la buena noticia de que Guerrero iba al mundial, tras conseguir la cautelar del Tribunal Federal Suizo. Jefferson posteó la noche anterior al anuncio: “Increíble motivación con mi hermano del alma PG9. Fe”. El rostro de Paolo delataba el cese del insomnio. Unas horas después, ya con Perú instalado en Europa, Paolo Guerrero se integró a la selección.
Pero fue el día del repechaje en Lima contra Nueva Zelanda, esa larga noche que empezó en España 1982, que conocimos de qué madera están hechos los amigos en serio.
“Yo hablé la noche anterior con mi compare y entonces —recuerda Farfán en una entrevista exclusiva con Diego Rebagliati en enero del año pasado—, pensé que tenía que hacer un gol. Paolo me había dejado la valla bien alta”. El 10 de Perú supo que era momento de un respaldo unánime, un golpe de autoridad para que se conozca, en cadena nacional, que el plantel peruano estaba con Guerrero. Entonces mandó a hacer los polos con los que el equipo titular salió a calentar. Primero el Mudo Rodríguez, luego Cuevita, detrás Andy Polo y Luis Advíncula. Todos desfilaron con el nuevo uniforme. Luego habló con uno de los utileros, más conocido como Muelas, para que sea su socio en el operativo: debía tenerle preparada en el banco la camiseta número 9 de Paolo Guerrero. Si se cumplía el pronóstico, se la iba a enseñar a la cámara, como si en lugar de una chompa de fútbol estuviera izando el pabellón nacional.
—Paolo ha soñado con que hago un gol. Tenla lista, dijo.
Lo que generó el Perú-Nueva Zelanda en el Nacional. No solo el esperado quinto cupo a Rusia, también una recomposición de los afectos del hincha de la selección. Por fin, el abuelo que hablaba de los goles de Cubillas en México 70, podía juntarse con el hijo que no se olvidaba de Cueto en el 81 y ahora con el nieto, que quería la camiseta de Edison Flores, su nuevo ídolo. Según las cifras de Kantar IBOPE Media, la transmisión del partido rompió todos los récords: 61.4% de rating. Lo vieron 4.086.270 de personas. Cuando es noble y genera emociones, cuando gana y educa sobre la sana competencia, el fútbol une como ninguna actividad en el Perú. Ni la comida, ni el pisco, ni las procesiones.
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Existe una imagen de la transmisión de Movistar Deportes en que el utilero sale disparado, apenas Cueva le cede ese pase del desprecio a Jefferson Farfán y éste fusila. Dos horas antes, el reportero de TV Pedro Eloy García le dice a Daniel Peredo una de esas frases que no se piensan, solo se dicen: “Hoy entras en la historia. Tu voz va a quedar grabada en los archivos”. Mientras Peredo —la voz de Perú en esta Eliminatoria— grita el gol de Jefferson Agustín Farfán Guadalupe, nadie se percata de otro personaje que también llama, desesperado, a Jefferson. Que también le grita, como tantos otros que le gritan. Tito Benrós lustró antes de las 8 de la mañana los botines Puma de Maradona ante de los goles a los ingleses en 1986. Calidoso fue el hombre/amigo de Ñol Solano el día en que le marcó un gol de antología a Uruguay en el Centenario, de tiro libre. Zapatito era el flaco cábala de Gareca en los tiempos del Apertura con la ‘U’ 20218: siempre tenían que jugar al fútbol tenis antes de los partidos. De no ser por el utilero Hermes Mono Zolezzi, el Puma Carranza nunca hubiera sido ídolo. Ni siquiera futbolista, probablemente.
Esta vez, Muelas es el actor secundario que va a pasar a la historia. Le lanza la camiseta, la cámara hace zoom en el número —es el 9—, regresa a su sitio y listo. Misión cumplida. Gracias a ese gol, a esa celebración, mi hijo sabe lo que es ganar.
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—¿Te acuerdas que jugamos ese partido con Peñarol, nuestro debut juntos? ¿Te acuerdas?
—En el Nacional, ¿no?
-Estaban esos grandotes defensas de Peñarol...
—Abusivos pe...
—Qué abuso, huevón.
—Dieciséis años teníamos ahí.
Cuando se acaba el último y revelador streaming en Instagram entre Paolo y Jefferson, hace unos meses, queda cada vez más claro. Amigos, pocos. El resto, la selva.
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