Ahora que Tarapoto es un boom turístico, pocos recuerdan que Carlos González dejó una carrera promisoria en el BCR para vivir la vida con una intensidad que no iba a lograr detrás de un escritorio. Arriesgó a principios de los 90 cuando todos huían, y no solo fue la locomotora que impulsó el turismo en la región, sino que apoyó a los artistas locales. Cualquiera que haya estado en Puerto Palmeras, Lago Lindo o Pomacochas sabe que hay una gran cantidad de cuadros de pintores de la talla de Echenique y Rupay, entre otros.Precisamente, la última vez que la pasamos juntos, poco antes de su muerte, fue en Yurimaguas. Allí me presentó a Sixto Saurín, virtuoso artista plástico, con quien realicé una expedición en territorio de los nativos shawis. Esta vez no me alojé en Puerto Pericos, una exquisita creación de Carlos al borde del río Paranapura, sino en el cómodo Hotel Río Huallaga. A Sixto lo encontré en su taller, ubicado en la última cuadra de la avenida Las Américas. Cualquiera puede ingresar, curiosear y adquirir una de sus obras que se han paseado por Europa, donde han obtenido más de una distinción.Debido a que sus temas son netamente amazónicos, Sixto es también un viajero, y cerca de Yurimaguas obtiene los estímulos necesarios para seguir produciendo. Como el lago Cuipari, a solo una hora de la ciudad, con sus alucinantes plantas acuáticas, palmeras y renacos, denominados ‘los árboles que caminan’ porque sus decenas de troncos alargados dan la impresión de movimiento.Otro destino que lo traslada a un mundo astral es la Reserva Nacional Pacaya Samiria, a la que es fácil acceder por el río Huallaga hasta el pueblo de Lagunas. Allí es feliz, se conecta con el alma de la selva. “Carlos González fue fundamental para nosotros, nos compraba, difundía, y apoyaba con materiales”, recuerdo Sixto. Y yo solo puedo agregar que fue un padre espiritual para mí.
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