La imagen es así: Chespirito y sus amigos llegan al aeropuerto de Lima y Rubén Aguirre destaca, por encima de todos, con la mano en la cintura y su sonrisa de gigante. Es una de las fotografías de 1979, la esperada visita del elenco de El Chavo del Ocho al Perú. Florinda Meza recuerda así el fenómeno, en el libro “El diario del Chavo” (Santillana, 2006). “El tránsito aéreo tuvo un retraso de dos horas, tiempo que requirió el Ejército para desalojar (sin violencia alguna, desde luego) a las más de 50 mil personas que invadía la pista de aterrizaje”. Fue como si llegaran Los Beatles.
Años después de ser tomadas, las fotos definen historias, vidas. La del actor mexicano siempre estuvo a la altura de su tamaño: nunca un problema, nunca una falta, nunca una frase que alterara el orden de la querida vecindad. Fue amigo de Florinda Meza, íntimo de Édgar Vivar y hasta el último día, se preocupó por protegerlos a todos: un tuit de 2016, poco tiempo antes de su partida, desmentía el rumor de la muerte de Ñoño, su ex alumno en la escuela de la querida vecindad.
De hecho, quizá por esa rectitud, esa bondad a prueba del tiempo, en el reparto de roles de Chespirito no fue el entrañable vecino que se escondía para pagar la renta, el niño engreído que lo tenía todo o la señora agresiva que detestaba a la chusma. Rubén Aguirre era el noble profesor Jirafales. El que enseñaba. El que corregía. El ‘maistro’.
MIRA: Día del Padre: por qué el mejor regalo para papá e hijo es ir a la cancha juntos por primera vez
MIRA: Perú 3, Marruecos 0: el día en que Roberto Chale le enseñó al mundo cómo se jugaba en el Perú
***
Fue así desde siempre, no un regalo. En el libro “Sin Querer Queriendo”, las memorias de Roberto Gómez Bolaños (Aguilar, 2006), Chespirito cuenta que a principios de 1969, cuando por primera vez lo llamaron de la nueva programación de Canal 8 para escribir un guion de TV, el primer hombre que se encontró en el casting fue precisamente él. Se llamó El Ciudadano y luego sería historia. “Entonces –cuenta Gómez Bolaños– al saber que convocarían a varios actores para probar quién sería el más adecuado para interpretar al personaje, pedí que incluyeran. Todos lo que hicimos la prueba (…) contamos con el auxilio de Rubén Aguirre como contraparte, de tal modo que ahora puedo decir que aquella fue la primera ocasión en que Rubén y yo actuamos juntos”. Aguirre no era Jirafales aún –en 1970 lo protagonizó por primera vez- pero ya era un profesor.
Nacido en junio 15 en Puerto Vallarta en 1934 y fallecido el 17 del mismo mes el 2016, en otro fatídico junio, a Rubén Aguirre se le recuerda como a la vecindad, todo el año. No solo por su ego exagerado –“Yo solo me equivoqué una vez, cuando creí que estaba equivocado”–, su romanticismo cursi por Doña Florida –que hasta tuvo canción– o su extraña relación con Don Ramón, el vecino que alguna vez lo reemplazó; también por ese espíritu conciliador que se percibe en capítulos como “Don Ramón en la Escuela”, llenos de esos mensajes ocultos que traspasaron los años y las generaciones. “¿Por qué sigue en esto, profesor”, le pregunta Valdez, en medio del griterío:
-
–Porque a pesar de todo, Don Ramón, tengo fe en los niños. Y si queremos construir un mundo mejor, aquí están los cimientos.
Una clase maestra en veinte palabras.
El lenguaje popular dice que todos los muertos son buenos, todos tienen virtudes, todos merecen homenajes. Hay excepciones, claro. Rubén Aguirre prueba que los vivos también pueden serlo.