Walter Alva (71) vive en Lambayeque, pero suele venir a Lima para hacerse chequeos médicos, realizar engorrosos trámites, o visitar a sus familiares. Hace unos días, en una de esas visitas ocasionales, fuimos en su búsqueda y nos trasladamos a la enigmática huaca Mateo Salado, escenario propicio para hablar de la arqueología en el Perú, y de cómo su estudio nos permite entender la sociedad que fuimos en el pasado, para no cometer los mismos errores en el futuro. “El gran problema siempre es la falta de presupuesto y lo poco que se hace para revertir eso”, dice el arqueólogo e investigador, quien fue distinguido recientemente con el premio Tlamatini –”el que sabe”, en idioma náhuatl– por la Universidad Estatal de Los Ángeles, en California, debido a su labor como difusor de la cultura. Jubilado desde el año pasado a pesar de sus ganas de seguir trabajando, y con tres operaciones a cuestas, Alva comenta que este reconocimiento “es un estímulo para seguir”.
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—¿Siente que el Estado Peruano le ha retribuido por su labor de tantos años?
Me han dado todos los reconocimientos que podían darme. Sin embargo, hoy recibo una pensión que no pasa de los 800 soles mensuales. Con eso, supuestamente, tengo que vivir, al igual que muchos profesores y trabajadores del Estado que nos jubilamos. Es una situación difícil, por decirlo menos, pero es la ley y no podemos hacer nada contra eso.
—¿Tenía ganas de seguir trabajando?
Lo que puedo afirmar es que los arqueólogos jamás nos jubilamos. Ahora viene, creo yo, otra etapa que me va a permitir seguir investigando y publicando la información que he podido reunir. Entonces, si bien el hecho de jubilarme es una situación difícil desde el punto de vista económico, profesionalmente es una situación que me da libertad para dedicarme solamente a la investigación, ahora que estoy libre de toda labor administrativa y de las responsabilidades inherentes a un cargo público.
—A lo largo de cuatro décadas ha trabajado con distintos gobiernos. ¿Con cuál tuvo las mayores facilidades y recursos?
El museo –del Señor de Sipán– se inauguró gracias al impulso del gobierno de transición del doctor Valentín Paniagua. Ahí fue cuando se logró terminar gracias a un presupuesto que nos asignaron, ya que la primera parte de la construcción fue hecha con fondos que generamos. Pero la partida definitiva para poder concluir con la museografía, que era la parte final, fue brindada en el gobierno de transición.
—Hace unas semanas, una momia prehispánica fue hallada en el bolso de un delivery motorizado. ¿Por qué hay tanta desidia de las autoridades para preservar nuestro pasado histórico?
Es algo que pasa, definitivamente. Pero además, hay muchas limitaciones para quienes están al frente de las tareas de proteger nuestra herencia cultural. No hay los recursos suficientes. Creo que debe haber una política estatal que le dé prioridad a todo lo que significa la conservación y la protección de nuestro pasado, pero hay un problema serio: no se promueve la investigación. Si no hay investigación, no vamos a alcanzar el conocimiento que necesitamos para estudiar y entender a nuestras diversas culturas.
—Han pasado 35 años desde que descubrió al Señor de Sipán. ¿Cómo mira en retrospectiva ese suceso?
Sipán sale a la luz en uno de los momentos más difíciles de la historia reciente del Perú. El año 87, vivíamos una de las peores crisis económicas y políticas. La noticia de su descubrimiento levantó la imagen del país y el ánimo de todos los peruanos. Tuve el privilegio y la responsabilidad de salvar Sipán del saqueo y la destrucción. Desarrollé una gestión para poner en valor el monumento, gestionar la construcción de un museo y hacer trabajo de conservación con los materiales que se recuperaron. Lo que hicimos fue generar un modelo de gestión que se podría tomar en cuenta para otros proyectos de este tipo.
—¿Y cómo definiría el impacto de su hallazgo?
La repercusión más grande y significativa está en la consolidación de nuestra identidad. El hecho de que se descubra a un personaje del antiguo Perú que refleja el poder, alto desarrollo tecnológico y esplendor de una cultura, ha contribuido a la valoración de la autoestima de nuestra población nativa, heredera de ese legado milenario.
"El hecho de que se descubra a un personaje del antiguo Perú que refleja el poder, alto desarrollo tecnológico y esplendor de una cultura, ha contribuido a la valoración de la autoestima de nuestra población nativa, heredera de ese legado milenario"
—Usted vive en Lambayeque, una zona del país que por estos días está seriamente afectada por las lluvias. ¿Qué solución le encuentra al problema?
Los fenómenos, a los que llaman El Niño costero, también los vivieron las antiguas culturas. De hecho, se piensa que muchas de ellas desaparecieron a causa de estos desastres climatológicos. Con esa enseñanza que nos da la historia, el Estado Peruano debería desarrollar un gran proyecto de encauzamiento de los ríos, que es el problema en Lambayaque: al tener estos un cauce poco profundo, cuando se desatan estas lluvias anómalas, generalmente se desbordan y arrasan ciudades. Tenemos pruebas históricas de que esos Niños ocurrieron hace 4.000 años con cierta ciclicidad, pero no hemos hecho nada para aprender de las enseñanzas del pasado.
—Supe que hace pocos meses estuvo delicado de salud. ¿Hoy cómo se encuentra?
Bueno, tuve una época muy difícil con tres intervenciones quirúrgicas, debido a un problema estomacal. Pero felizmente lo he superado. Los dioses mochicas aún no me han querido llevar. A pesar de que estamos en una situación complicada, tengo mucha fe en nuestro país y en las futuras generaciones. Por ellos tenemos que trabajar.
—¿Quién es su soporte en los momentos difíciles?
Yo tuve la suerte de tener una primera esposa, que se llamaba Susana Meneses, quien me ayudó en la inauguración del museo. Lamentablemente, casi coincidiendo con eso, falleció. Después de dos años de pasar momentos muy tristes, volví a casarme con Emma Eyzaguirre, que es arqueóloga de San Marcos y con quien tuve a mi hijo menor, Walter Jr. Hoy ella me acompaña y es mi más extraordinaria colaboradora. //
Walter Alva fue portada de Somos poco después de su importante descubrimiento. “Los moche tenían un concepto de la vida y la muerte muy fuerte, por eso partían al otro mundo llevando todos sus bienes y pertenencias de uso diario. Gracias a ello, los arqueólogos podemos interpretar la función de cada hombre o mujer en vida y entender cómo estaba organizada la sociedad”, explicó el doctor Alva aquella vez.
En la edición por el aniversario 30 de esta revista, junto con otros personajes emblemáticos, el arqueólogo recreó su recordada portada. “Antes que nadie, incluso que la National Geographic, fue este producto de El Comercio el que puso al Perú y el mundo al tanto del descubrimiento de la primera tumba intacta”, dijo en 2016.
Fue un gobernante guerrero que lideró a los moches, poderosa cultura prehispánica de la costa norte del Perú, entre los siglos I y VII d.C.
Tendría entre 35 y 45 años al momento de su muerte, edad que coincidía con la esperanza de vida promedio de dicha civilización en esa época.
Probablemente fue visto por sus súbditos como una deidad, y ellos lo habrían contemplado con el mismo atuendo que llevaba al ser enterrado: todo hecho en oro y otros metales preciosos.
Su séquito en la tumba incluye un guardia con un pie amputado (para evitar que abandone su puesto), un niño, dos guerreros, y tres mujeres, presumiblemente esposas o concubinas.
La tumba también contenía un total de 451 ofrendas, incluyendo cerámica ornamentada, textiles, cuchillos, conchas marinas, y animales sacrificados.
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