Más allá de las montañas, en un paisaje que parece no haber sido contaminado por el hombre, viven comunidades enteras que mantienen vivas costumbres ancestrales, se reúnen para decidir sobre sus problemas, viven de la agricultura y de los pocos animalitos que pueden tener, en un ambiente bucólico y sereno. Se levantan cuando canta el gallo y ordeñan a sus vacas antes de desayunar. Sus caminos se deciden entre inmensos pastizales y verdes llanuras bendecidas por los apus nevados. Tienen los secretos para la vida pacífica y comunal, la habilidad para comprar y vender lo que pueden, el criterio para enviar a sus niños al colegio. Despiertos todos los días ante la salida del sol para ver el mundo, nunca tuvieron oportunidad, sin embargo, para conocer el cine. Así fue siempre, hasta que un periódico con un afiche de Lo que el viento se llevó cayó casualmente en manos de Sistu.
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“¿Cine?”, le pregunta a Sistu la Mamita Simona, sabia anciana de la comunidad que lee las hojas de coca. “Mi profesora dice que es una pared que habla. Dice que hay dibujos que andan, que hablan, que cantan, que giran. Esos dibujos hacen de todo”, dice Sistu. “¿Pared que habla? ¿Dibujos que se mueven? ¿De dónde has sacado eso, Sistucha?”, le dice entre risas incrédulas la Mamita (interpretada por Hermelinda Luján). “¡Qué bonito será!”. La sorpresa de la sabia es genuina. Como ella, la comunidad entera ignora la existencia de este invento en el que “las figuras se mueven sin su alma”. “Se pueden ver los sueños, como en la realidad. Traen historias de otros pueblos. Así como tú ves cosas en tu coquita, así dicen que se pueden ver cosas en el cine”, agrega Sistu. La magia está a punto de suceder. Múltiples aventuras incluirán a toda la comunidad.
“Yo antes hacía teatro en Maras, como parte de un programa de turismo vivencial. A través del encargado de la agrupación llegaron a mí y tuve que contarles un cuento en quechua. Luego fui a Cusco para hacer otro casting con varios niños, y aprobé”, nos cuenta Víctor Acurio, quien tenía 12 años cuando interpretó a Sistu. Hoy tiene 17 años. Ese tiempo —no ajeno a la pandemia— representa lo difícil que es hacer cine peruano, más si se trata de una película en quechua. Han tenido que pasar cinco años para que Willaq Pirqa pueda estar lista. Víctor, sus amiguitos y los comuneros de Maras o Paccahuaynaccolca —convertidos en elenco amateur— pasaron por el mismo periplo vital que sus personajes. Todos descubrieron, durante el rodaje, que existía algo llamado ‘cine’, donde se pueden ver muchas cosas: “La tristeza, la felicidad, la muerte, la vida, el sol, la luna”, tal como le dice su maestra en el filme.
A partir de ese conocimiento entablarán con esa pared/pantalla una relación entrañable que cambiará su forma de ver el mundo. Drácula, Chaplin o Bruce Lee serán sus maestros. Ya se le ha llamado “la Cinema Paradiso andina” y, aunque la cinta nacional pueda recordarles a algunos aquel premiado filme, los realizadores prefieren que se le valore por sí misma.
CONVIVENCIA EN COMUNIDAD
“Tuvimos cinco meses de rodaje. Un día, mientras se hacía una pausa entre tomas, los mismos muchachos del pueblo propusieron hacer una huatia con habas y papas sobrantes de la cosecha. Hicieron un horno con el barro y todo estuvo listo y delicioso en minutos. Eso nos enseñó, a todo el equipo de filmación, mucho sobre el espíritu de comunidad de peruanos de los que a veces no sabemos nada”, nos dice Carmen Rávago, responsable de la fotografía fija del filme. Y agrega: “Es importante ver esta película y que la vean todos los niños del Perú. A través de ella, puede conocerse cómo viven personas en una realidad cotidiana muy distinta de la de las ciudades. Es una película luminosa que te hace salir del cine feliz, emocionado”.
Ella describe la experiencia vivida en Cusco como “demasiado hermosa”. Estuvieron en locaciones escondidas, entre montañas altas y picos nevados, comiendo y compartiendo el día a día con lo campesinos. “Algunos días nos dieron sus casas en las alturas, nos llevaban café recién cosechado y molido. Fue extraordinario”.
Hacer una película en quechua implicaba nuevos retos. “Para empezar, mostrar mucha sensibilidad por el mundo andino y su cultura”, nos dice Jedy Ortega, productora del filme. Para ello, convocaron al investigador Leo Casas, quien tradujo el guion y aconsejó cómo abordar la historia, nacida en un guion original de César Galindo trabajado a lo largo de casi 10 años, en colaboración con Augusto Cabada y Gastón Vizcarra. “Algo que me llamó mucho la atención fue que a los niños les daba vergüenza hablar quechua. Para el casting, tuvimos que irlos convenciendo de la importancia de que lo hablen. Es necesario que haya una película que sea una referencia realista de cómo ellos viven y sueñan. Creo que hemos dejado una semillita para que sientan más orgullo de su cultura y de su lengua. Ese es el aporte de Willaq Pirqa a la cinematografía peruana”. //