Recuerdo de niño escuchar I saw her standing there, de los Beatles, y pensar: “No hay nada en la tierra que me guste más que eso”. Los mensajes en las iglesias que más calaban en mi alma también eran los expresados con lindas melodías. Amaba Hossana. Pero no hay que ser músico como yo para sucumbir así a esta forma de arte. Se suele atrevidamente afirmar que la música tiene el mismo efecto en el cerebro que el sexo o las drogas. Esta es una declaración exagerada, pues nadie llega a atravesar un estado de relajación extremo ni tiene alucinaciones u orgasmos cuando la escucha. Sin embargo, sí está demostrado científicamente que esta genera el mismo impacto en aquel órgano que el placer físico, pues su efecto no es solo a nivel mental. La prueba más clara es el simple hecho de querer bailar o mover inconscientemente el pie al oír un ritmo agradable. Es decir, la música genera excitación en su significado más general.
Existen muchos mitos y confusiones acerca de lo anterior. Hay que entenderlo con objetividad. Se creía que la música activaba solo la parte izquierda del cerebro, pero se ha comprobado que lo hace por completo. Ello porque este es quien procesa los tonos, melodías y ritmos. La música no es solo recreativa, es necesaria para el ánimo y hasta beneficiosa para la salud. Un ejemplo de ello se ve en los deportistas. Notarán que muchos usan audífonos cuando se ejercitan. La razón detrás de esto no es solo el goce, sino que las neuronas se comportan de manera sincronizada con el ritmo o compás.
Esto quiere decir que si un atleta escucha una canción excitante durante su rendimiento máximo, las neuronas se sincronizarán y este podrá correr más rápido. Lo descrito fue expuesto por el músico y neurocientífico Daniel J. Levitin, para quien además la música puede ser considerada como “comida o combustible para el cerebro”. O sea, da ese empujón cuando uno cree que no puede más. Así que no es un acompañamiento simplemente, sino vibraciones sonoras con funciones muy importantes que infieren en la vitalidad.
Es por eso que cuando uno está en un estado depresivo promedio, opta por escuchar melodías oníricas, románticas o melancólicas. Muchos creen que está mal y que se debería oír algo alegre para contrarrestar ese estado de ánimo. Pero lo que en realidad ocurre es que cuando se está triste, uno se siente incomprendido y hasta solo. El tipo de melodías mencionado, finalmente, hace que uno se identifique, se acompañe. El cuerpo, además, segrega el mismo químico que las madres cuando amamantan a sus bebés, lo que genera confort instantáneo.
La música alegre, por su parte, libera en el humano dopamina, conocida como la hormona de la felicidad, y su efecto potencia muy bien los estados de ánimo eufóricos. Otra consecuencia física de la música es que reduce los niveles de cortisol, también llamada la hormona de estrés. Si uno piensa que vivir angustiado es normal ,debería empezar a armar playlists o pedirle a un amigo con cultura musical que le enseñe unas buenas canciones, pues el cortisol desmedido genera fatiga y el no poder pensar con claridad.
Así que cuando alguien se refiera al acto de escuchar música solo como una actividad recreativa está equivocado. Esta hermosa creación del hombre se puede usar para el beneficio físico y debería ser infaltable en la vida. Ahora, no toda la música tiene los mismos efectos. Uno escoge qué tipo de música combinará mejor en sus diversos estados de ánimo para generar una sensación de plenitud. Incluso a los bebes se les pone piezas de Mozart o Beethoven, ya que la música clásica posee cualidades únicas que ayudan a desarrollar el cerebro. Nunca más precisa, entonces, la famosa arenga de Álex Lora: “¡El rock n’ roll es un deporte, así que a practicar!”.