A inicios del nuevo milenio, cuando Internet se empezaba a popularizar en el mundo, un término empezó a hacerse masivo: Web 2.0. Popularizado por Tim O’Reilly, hacía referencia a los sitios webs que le permiten al usuario compartir y colaborar en la creación de contenido. Crear una página web, alimentar un blog o realizar cualquier publicación que quede a disposición de cualquier internauta ya no eran exclusividad de expertos en computación.
Sin embargo, todavía se dependía de tener una conexión fija a Internet y una computadora. El punto de quiebre real llegó con la aparición de las redes de telefonía móvil y la popularización de teléfonos inteligentes.
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Y aunque muchos insisten en pensar que es “cosa de los más jóvenes” o que no necesitan estar conectados “porque no es lo suyo”, el impacto de la tecnología ha sido tan fuerte en la sociedad que hoy se ha vuelto casi imprescindible.
Hoy podemos hacer casi cualquier cosa si contamos con una conexión a Internet: comunicarnos, hacer trámites, operaciones bancarias, pagos y hasta, en varios casos, trabajar.
Pero lo que se nos escapa de la vista es que todas estas facilidades que nos brinda la tecnología vienen acompañadas por ciertas responsabilidades. Y, justamente por no tomar a estas últimas como importantes, terminamos perjudicándonos.
“La participación del usuario hoy debe ser activa, sobre todo cuando se expone a información. Creer sin contrastar lo que recibe [...] ya no es aceptable”.
Con responsabilidad
El usuario debe cuidar al máximo su información personal. Aunque las grandes filtraciones suelen ser obra de organizaciones inescrupulosas, que comercian con nuestros datos, desde el lado del usuario también se puede hacer algo: no compartirlos en espacios abiertos al público, no llenar cualquier formulario, reportar cualquier uso indebido.
Seguro usted está pensado que no hace eso. Pero si se da una vuelta por las redes sociales (sobre todo, Twitter e Instagram), encontrará que existen diferentes tipos de retos y ‘challenges’ activos, en los que se anima a los usuarios a compartir información. En uno se pide contar 10 datos que el resto no sabe de quien está cumpliendo el reto (como sus gustos, si es diestro, si tiene mascotas, etc.), y en el otro se anima a llenar un formulario, con preguntas tan disímiles como altura, talla de calzado, signo zodiacal, cantidad de tatuajes y perforaciones, color favorito, etc.
“Esa es información que no tiene valor”, seguramente está pensando. Pero, justamente, ese tipo de datos compartidos públicamente son los que sirven para ir entrenando y alimentando a diferentes inteligencias artificiales que las empresas y organizaciones tienen en actividad.
Siempre precavidos
Reportar y denunciar son palabras claves en el proceso de responsabilidad en el uso de nuevas tecnologías que debemos asumir. ¿Lo llaman desde un número desconocido? Debe reportarlo y bloquearlo. ¿Le roban el celular? Debe denunciar el hecho y, para hacerle la tarea más difícil al ladrón, tener su equipo con medidas de seguridad activas para el desbloqueo (código, patrón o reconocimiento facial), así como conocer el código de su SIM.
Muchos no se preocupan en denunciar ni en bloquear su celular si el robado es un equipo con línea prepago. Pese a que suena lógico, porque no hay obligación de pagar una mensualidad, para las operadoras ese SIM seguirá activo y a su nombre y cualquiera podría utilizarlo para cometer fechorías.
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Consumo responsable
La participación del usuario hoy debe ser activa, sobre todo cuando se expone a información. Creer sin contrastar lo que recibe, a través de páginas webs o redes sociales, incluso si les llega desde un medio de comunicación ya no es aceptable.
Al ser hoy todos creadores o difusores de información, no podemos compartir mensajes cuya veracidad no hayamos confirmado. Si no, estaríamos siendo utilizados por quienes promueven las ‘fake news’ para que lleguen a más gente.
El rol del usuario es más activo que nunca y más importante. El usuario es quien tiene realmente el poder. Por ello es clave que lo entendamos y aprendamos a aprovecharlo.
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