Se trata de una celebración relativamente nueva y que, probablemente, no muchos conozcan. Desde el 2015, la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó que el 11 de febrero sea el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. La razón: que se promueva un mayor acceso y participación de ambos grupos en el campo científico, apuntando hacia la igualdad de género.
Pese a que las carreras STEM (un acrónimo que hace referencia a la ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, en inglés) se han convertido en fundamentales para las economías de los países, la presencia masculina sigue siendo predominante. Según cifras de las Naciones Unidas, las mujeres reciben becas de investigación más modestas que sus colegas masculinos. Ellas representan el 33% de todos los investigadores, y alrededor del 12% pertenece a las academias científicas nacionales.
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Esfuerzos
La situación de los últimos días ha sido interesante, por lo menos para mí. He recibido de diferentes instituciones, organismos y empresas privadas una buena cantidad de correos electrónicos alusivos a la fecha, con datos más que interesantes: empresas muy relacionadas con la investigación compartiendo las historias de colaboradoras con puestos importantes en temas científicos; universidades privadas compartiendo historias de sus destacadas catedráticas y exalumnas que han sabido sobresalir en sus respectivos campos; empresas tecnológicas que celebran la masiva participación de escolares mujeres que participan en programas de innovación; o hasta un centro de educación superior representativo para el país, como la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), comunicando que el 16% de su alumnado total está formado por mujeres; entre muchos otros anuncios más.
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¿Pero estos esfuerzos son realmente suficientes? En lo personal, los encuentro muy encomiables; sin embargo, dan la impresión de que se sigue tratando de iniciativas independientes e inconexas, que si bien persiguen el mismo objetivo, terminan sin tener la fuerza suficiente para causar un cambio representativo.
Le puede sonar a cantaleta, pero sigue siendo necesario que existan grandes impulsores de estas iniciativas, pero que además tengan la capacidad de articular estos esfuerzos con otros programas que permitan ir superando obstáculos para aquellas que se decidan finalmente por seguir el camino de la ciencia.
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Es lógico que se piense que nuestro país está atravesando por problemas más importantes, por lo que temas como estos pueden esperar. No obstante, es ese tipo de abordaje el que nos sigue alejando del progreso.
Existen ejemplos de sobra con respecto a países –en peores condiciones que el nuestro– que se decidieron a apostar por la ciencia y la tecnología, y varios años después están cosechando con creces lo sembrado.
Sigo pensando –ilusamente, quizás– que pronto llegará alguna autoridad lo suficientemente convencida y con el valor necesario para convertir al Perú en un país que apuesta por la ciencia. Entonces, hombres y mujeres tendrán las mismas oportunidades y apoyo para dedicarse a la ciencia, para desarrollar sus investigaciones y para hacer despegar al país.
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