Ya en el segundo año de la pandemia, una de las preguntas más frecuentes que se hacen los epidemiólogos, las autoridades sanitarias y el público general es: ¿cuándo y cómo acabará la pandemia? Para muchos, el futuro de la pandemia ya llegó: se encuentra en su fase final, convirtiéndose lentamente en una endemia. Sin embargo, haría falta un consenso en la clara descripción de los parámetros que nos indiquen que efectivamente ya estamos al final, y que tenemos que aprender a convivir con el virus.
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Es posible que de todos los elementos relativos a la pandemia, el más imperecedero –por lo traumatizante– es el relacionado a las imágenes de enfermedad y muerte asociadas al COVID-19.
Con más de cinco millones de muertes asociadas a este mal en el planeta –que la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima debe multiplicarse por dos o tres para tener un número real– y con más de 200.000 muertes en el Perú –que nos ubica como el país con la tasa de mortalidad más alta del mundo–, las imágenes de pacientes hacinados en los pasadizos de las emergencias de los hospitales, profesionales de la salud agotados clamando por elementos de protección personal, familias desesperadas por conseguir una cama hospitalaria para sus seres queridos, sistemas de salud colapsados y con carencias de oxígeno, medicamentos, respiradores y camas UCI, entre otros, jamás se borrarán de nuestra memoria.
Recordemos que por cada cien personas con COVID-19, ochenta tuvieron casos ambulatorios muy leves, 15 fueron casos más severos pero que no necesitaron cuidados hospitalarios y solo cinco o menos necesitaron ser admitidos en un hospital. Esa estadística, que se cumplió en todo el mundo, hace que tengamos que aceptar que toda esa destrucción fue causada por menos del 5% de las personas que se infectaron con el nuevo coronavirus.
“Por cada cien personas con COVID-19, ochenta tuvieron casos ambulatorios muy leves...”.
–El curso de la pandemia–
En ese contexto, qué pasa cuando vemos que –gracias a la vacunación– las tasas de hospitalización y muerte por COVID-19 están en su punto más bajo de la pandemia. ¿Será que ya hemos llegado al final?
La realidad nos muestra dos casos interesantes. El primero es el de Rusia, país en el que solo un 33,6% de su población ha sido completamente vacunada y donde el alto número de casos de COVID-19 ocasiona una alta tasa de hospitalización y récords mundiales de mortalidad. Es decir, en regiones con bajas tasas de vacunación, la pandemia se comporta como al inicio.
Por otro lado, países como Alemania, en el que un 67,1% de su población está completamente vacunada, el número tan alto de casos no se traduce en un aumento en las hospitalizaciones y las muertes. Entonces, la vacunación ha sido capaz de cambiar el curso de la pandemia.
¿Habrá llegado entonces el momento de que se produzca un gran cambio conceptual en la comunidad científica, un cambio que se traduzca en políticas de salud que den menos peso al número de casos de COVID-19, y mucha mayor importancia a las hospitalizaciones y muertes?
En otras palabras, sabiendo que el virus nunca desaparecerá y que estará por siempre con nosotros –y que por lo tanto nunca tendremos cero casos, cero hospitalizaciones y cero muertes–, una pregunta emocionalmente cargada –pero que todo gobernante debe responderse– es: ¿con cuántas hospitalizaciones y muertes estoy dispuesto a convivir?
La respuesta a esa pregunta decidirá el destino de múltiples regulaciones que en este momento paralizan a la sociedad. ¿Cuándo deben abrirse las oficinas? ¿Cuándo deben abrirse por completo los negocios? ¿Cuándo deben dejarse de usar caretas faciales y mascarillas?
El advenimiento de medicamentos antivirales –como el molnupiravir y la recientemente anunciada combinación de antivirales de Pfizer– tendrá un rol muy importante en ese contexto. Al disminuir la posibilidad de hospitalización y muerte, las sociedades estarán más dispuestas a regresar a la normalidad, aprender a convivir con el virus y borrar las dantescas imágenes del pasado.
“Si una región tiene menos de 10 casos positivos de COVID-19 por cada 100.000 habitantes, el riesgo de contagio es muy bajo”.
–La vigilancia epidemiológica–
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) especifican que si una región tiene menos de diez casos positivos de COVID-19 por cada 100.000 habitantes, el riesgo de contagio es muy bajo. Eso es de sentido común, cuanto menos virus existe en la comunidad, menor es la posibilidad de contagio.
Si eso es así, es justo entonces preguntarse quién es responsable de que la sociedad cuente con información pormenorizada de la prevalencia de la infección, hospitalizaciones, muertes y coberturas de vacunación, información que ayude a determinar las políticas de salud pública en el ámbito comunitario. Sin duda, en el caso del Perú es el Ministerio de Salud (Minsa).
Como ejemplo, con un simple clic, este columnista encuentra que en la ciudad en la que vive (Washington D.C.), se presenta un promedio de 82 casos por día, lo cual representa 12 casos por 100.000 habitantes; que en los últimos 14 días, los casos han disminuido en un 12%; que hoy hay siete hospitalizados por COVID-19; que las hospitalizaciones han disminuido en un 27% en los últimos 14 días; que hay un promedio de 0,1 muertes por día, lo cual representa 0,01 de muertes por cada 100.000 habitantes; y que el 60% de la población está completamente vacunada.
Con esa información, los habitantes podemos salir tranquilos, empezando a transitar el regreso a la normalidad, y aceptando el riesgo de contagio, del mismo modo que aceptamos el riesgo de sufrir un accidente de tránsito por el solo hecho de salir a la carretera. Sin esa información, ese tránsito se hace en la oscuridad.
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