La pandemia ha desnudado en toda su crudeza las inequidades de la sociedad. Pese a haber colapsado los sistemas de salud de casi todos los países por los que el virus ha pasado, las imágenes que de la India escapan a cualquier reto a la imaginación.
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Enfermos de rostros desencajados y mirada perdida por la severa falta de oxígeno, muriendo en las calles, en sus vehículos, en la puerta de los desbordados hospitales, familiares desesperados abrazándose al cuerpo moribundo o al cadáver de sus seres queridos. Esas son las imágenes que nos trae la pandemia desde la India.
Hoy veremos qué deben aprender los países de similares características de pobreza y desigualdad, como el Perú, para no repetir la desgracia ya experimentada durante la primera ola de la pandemia.
Primero, recordemos que la población de la India es de casi 1.400 millones de habitantes, solo superada por China. Además de la enorme población, la densidad poblacional (número de habitantes por km2 de superficie) es muy alta. India, con 450 personas por kilometro cuadrado, es uno de los 10 países con mayor densidad poblacional del planeta, con ciudades como Nueva Delhi, que tiene 9.340 personas por km2. Por comparación, la densidad poblacional del Perú y de Lima es de 26 y 3.300 personas por km2, respectivamente.
No es difícil imaginar lo que sucedería si una enfermedad tan contagiosa como el COVID-19 logra penetrar en una sociedad tan densamente poblada. Pero la gran lección de la desgracia india es que ha sido un problema autoinfligido.
Tras su primera ola, ocurrida en la segunda mitad del 2020, con un pico de casos nuevos diarios de menos de 100.000 en setiembre, la pandemia cedió gracias a las medidas de confinamiento decretadas por el Gobierno.
“El Perú está por elegir a un nuevo presidente [...] y en el debate de ayer solo expusieron generalidades”.
A inicios de este año, los casos nuevos fueron relativamente pocos, observándose que, durante las dos últimas semanas de enero y las dos primeras semanas de febrero, no pasaron de los 11.000 casos diarios en promedio.
Ese aparente control hizo que el primer ministro Narendra Modi se jactara ante el Fórum Económico Mundial de Davos, el 28 de enero, de que la India había ya controlado la infección, y que –como tienen el 18% de la población mundial– había salvado a la humanidad de una desgracia.
Confiado, el Gobierno tomó controversiales decisiones: permitió la apertura de la enorme red de trenes suburbanos de Bombay; que decenas de miles de espectadores ingresen a estadios para los juegos de cricket internacional; que la población participe en festivales religiosos, como el largo festival de Kumbh Mela en Haridwar (que atrajo a casi 5 millones de peregrino a las orillas del río Ganges, en su mayoría sin mascarillas), alentados por sacerdotes que aseguraban que Maa Ganga (madre Ganga) los salvaría de la pandemia. Y, para completar la cadena de contagios, en plenas elecciones legislativas, los políticos –incluyendo al propio Modi– realizaron gigantescas manifestaciones con cientos de miles de simpatizantes, en su mayoría sin mascarillas.
Progresivamente, desde marzo, los casos fueron aumentando, yendo de más de 50.000 ese mes a 401.993 al 30 de abril, la cifra más alta registrada por país alguno durante la pandemia. Para agravar las cosas, su cobertura de vacunación es menos del 2% de sus habitantes, estimándose que en la India hay de 300 a 500 millones de personas infectadas.
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El alto número de contagios ha permitido que el SARS-CoV-2 mute, desarrollándose la variedad B.1.617, mucho más contagiosa que la versión original del virus y que podría causar un cuadro clínico diferente de COVID-19, atacando a gente más joven. Además de esa variante, circulan la B.117 detectada en el Reino Unido, y la B.1.351, en Sudáfrica.
El resultado de esas condiciones es una verdadera catástrofe humanitaria, en la que –al igual que en el Perú y otros países muy afectados– los sistemas de salud han colapsado y los afectados mueren en hospitales, domicilios y hasta en las calles. Al igual que en el Perú, el oxígeno es muy escaso y el tráfico de ese vital gas se ha desatado.
Las muertes son tan numerosas que, en un chocante golpe visual nunca antes visto durante la pandemia, se han construido miles de piras funerarias en las calles y parques para la cremación de los cadáveres. La pira funeraria, y que el cristianismo reemplazó con el entierro, es la construcción artesanal de leña, hecha a manera de altar, en la que el cadáver es quemado al aire libre.
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—Corolario—
Nadie sabe que curso tomará esta calamidad en la India, pero sin duda, para los gobernantes, esta es una lección muy grande de cómo manejar la pandemia. Esta desgracia nos enseña que el virus, dejado a su libre albedrío, va a hacer estragos en una población que le brinda las condiciones propicias para diseminarse.
El Perú está por elegir a un nuevo presidente y en sus cinco minutos sobre el tema, en el primer debate de ayer, solo expusieron generalidades de cómo controlar la pandemia.
Grandes manifestaciones electorales sin respeto al uso de mascarillas y distancia física, además de cualquier intento de abrir irrestrictamente la economía, sin respetar el potencial del virus de contagiarse sin control, podría ser un error fatal.
Con bajas coberturas de vacunación, nuevas variantes en circulación, un sistema de salud debilitado y población con severa fatiga pandémica, los peruanos esperamos un manejo de la pandemia responsable, guiado por ciencia y evidencia.
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