A poco más de un año y medio de haber empezado la pandemia, la ciencia está comprobando un hecho que se esperaba con mucha atención: la efectividad de las vacunas contra el COVID-19 para prevenir la muerte es tan alta, que morir por esta enfermedad es un evento casi completamente prevenible.
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Eso hace que las vacunas –por lo menos en los países que han logrado importantes coberturas de vacunación– hayan logrado cambiar el rostro de la enfermedad.
Recientemente, por ejemplo, la doctora Rochelle Walensky, directora de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDC), dio a conocer una estadística sumamente poderosa: 99,5% de las muertes por COVID-19 durante los últimos meses en ese país ocurrió en personas no vacunadas. Del mismo modo, la gran mayoría de hospitalizaciones por COVID-19 en EE.UU. se da en personas no vacunadas.
Eso indica entonces que –de usarse más ampliamente– las tan esperadas vacunas son capaces de no solo descongestionar los hospitales, sino también de lograr el evento más importante y deseado en una pandemia: evitar la muerte de las personas infectadas.
“Las tan esperadas vacunas son capaces de [...] evitar la muerte de personas infectadas”.
Para entender mejor la importancia de esas cifras, recordemos los conceptos de eficacia y efectividad de las vacunas, dos términos de significado completamente diferente, pero que incluso personas con educación formal avanzada usan indistintamente en estos días.
Mientras que la eficacia es el resultado de enfrentar la vacuna contra un placebo en un estudio científico controlado de fase 3, la efectividad es el resultado de estudiar el uso de una vacuna en la vida real y compara la frecuencia de enfermedad y muerte en personas vacunadas versus no vacunadas.
Con relación a la primera, la eficacia en prevenir el COVID-19 sintomático ha sido calculada en 95% para Pfizer; 94,5% para Moderna; 82,4% para AstraZeneca; 79,34% para Sinopharm; y 72% en Estados Unidos, 66% en América Latina y 57% en Sudáfrica para Johnson & Johnson.
En cuanto a la eficacia para prevenir la muerte, es remarcable que todas las vacunas en uso en el mundo son más de 90% eficaces en lograr ese importante objetivo.
Del mismo modo, la efectividad de las vacunas para evitar la infección sintomática es muy variable, yendo de 50% a 60% para las vacunas CoronaVac y Sinopharm; a 80% a 90% para las vacunas de ARN mensajero, aunque la variante delta ha disminuido la efectividad a 60% para AstraZeneca y 88% para Pfizer.
Por otro lado –y este es un asunto muy importante–, la efectividad para evitar la muerte es mayor del 90% en todas las vacunas, incluidos recientes estudios del Instituto Nacional del Perú con la vacuna Sinopharm. Desde el punto de vista de política de salud pública, este hecho es extraordinariamente importante, pues –dependiendo del tipo de vacuna con que se cuente– es posible sacrificar efectividad en prevenir la enfermedad, por efectividad en prevenir la hospitalización y la muerte.
“Recientes estudios [...] nos demuestran que la prevención de hospitalización y muerte son eventos reales”.
Recordemos que el gran problema con la pandemia ha sido la saturación de los hospitales y el alto número de muertes, por lo que disminuir en más de 90% esos eventos es muy importante para los sistemas de salud de un país, especialmente de bajos y medianos ingresos económicos como el Perú.
—Contagio en vacunados—
En las recientes semanas, se está revelando un interesante fenómeno en muchos países que han ya empezado sus programas de vacunación masiva, entre ellos el Perú. Es el relacionado a las infecciones ‘breakthrough’, una palabra sin traducción directa al español, pero que podría interpretarse como “infecciones en personas vacunadas”.
Estas infecciones ‘breakthrough’ son consecuencia directa de los estudios de efectividad, en los cuales se ha observado que personas parcial o totalmente vacunadas han sido infectadas por el SARS-CoV-2 y han desarrollado COVID-19.
Al principio sorprendido, debido a que muchos pensaban que la vacuna debía proporcionar una protección completa de la infección, el público se ha ido acostumbrando a la idea de que las vacunas –al no ser 100% efectivas– permiten que una proporción de personas vacunadas puedan infectarse.
Los CDC de EE.UU. revelaron, por ejemplo, que de más de 101 millones de personas completamente vacunadas entre el 1 de enero y el 30 de abril, ocurrieron 10.262 casos de COVID-19, el 63% en mujeres y con una edad promedio de 58 años.
De los 10.262 casos de COVID-19 posvacunación o infecciones ‘breakthrough’, 2.725 o 27% fueron asintomáticos, 995 o 10% fueron hospitalizados y 160 o 2% fallecieron. La edad mediana de los pacientes que fallecieron fue de 82 años.
El hecho es que es muy difícil establecer la verdadera prevalencia de las infecciones posvacunación, debido a que solo los casos sintomáticos acuden a los centros de salud y son diagnosticados. Es imposible, sin hacer estudios rigurosamente controlados, conocer cuántos casos asintomáticos de COVID-19 en personas vacunadas existen y, por tanto, estimar si esas personas son contagiosas.
—Corolario—
En la actualidad, y con la predominancia de la variante delta en EE.UU., que pasó de causar alrededor de 1% de casos de COVID-19 a fines de abril, a 83% el 17 de julio, se ha observado que la pandemia se ha centrado en las personas no vacunadas. Un hecho muy preocupante, pues la disponibilidad de vacunas es muy alta.
Los recientes estudios de efectividad de vacunas, incluida la de Sinopharm en el Perú, nos demuestran que la prevención de la hospitalización y la muerte son eventos reales, por lo que es muy importante convencer al público que se vacune para evitar la letal consecuencia de la infección. La mejor vacuna es, entonces, la que llega al hombro de una persona.
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