“¿Adónde vas, Chavo?”, le dice una preocupada Chilindrina cuando lo ve irse hacia la puerta cargando su hatillo en un palo de madera. “Pues, como siempre la culpa de todo la tiene El Chavo del 8, pues mejor me voy a vivir a otro lado”, responde él. “No te vayas, Chavo”, le dice su amiga. “Chavo, no te vayas”, le dice también Quico. “Sí, Chavo, hombre, no te vayas”, se suma Don Ramón. Cuando parecen convencerlo, aparece en la Vecindad un vendedor de globos. Pronto, Don Ramón le compra todos y se los da al Chavo. “Son para ti, mijito, pa´ que veas”, le dice. Mientras el Chavo pregunta, incrédulo, si de verdad son para él y sostiene la cuerda donde están atados todos, los globos empiezan a ascender al cielo, llevándolo con ellos. ¡No te vayas, Chavo! ¡No te vayas, Chavo!, claman sus vecinos, mientras suena la inconfundible música de la serie: la pieza The Elephant Never Forgets, de Jean-Jacques Perrey, inspirada en la Marcha Turca de Las ruinas de Atenas, de Ludwig Van Beethoven que, inevitablemente, le agrega un tono sarcástico a todo.
Era el lunes 26 de febrero de 1973 y, sin saberlo, quienes estaban sentados frente a su televisor vivieron un momento histórico: era la primera vez que El Chavo del 8 aparecía por cuenta propia en la televisión mexicana. Fue casi, casi, como si hubiera pasado volando, sostenido de aquellos globos, frente a las ventanas de todos sus hogares. Como para que luego no diga que no le tenemos paciencia.
Casi como un acto reflejo, millones de mexicanos sonrieron con simpatía y pronto se sintieron identificados con esos personajes, vecinos que podían ser los suyos. Pero el fenómeno fue extensivo: sucedió exactamente lo mismo cuando El chavo del 8 fue visto en otros países de Latinoamérica, algo que ocurrió progresivamente en los meses y años siguientes. No solo hubo muchos que vivían en vecindades similares en barrios similares dedicándose a oficios similares y con problemas vecinales más que parecidos. No solo unos pensaban que identificaban a otros en las desopilantes situaciones escritas por Roberto Gómez Bolaños. No. También estaba el vecino desempleado y deudor viéndose a sí mismo. Estaba la señora solterona, el engreído, el travieso, la pituca misia, el casero comprensivo viéndose en la pantalla desde sus casas en Lima, La Paz, Rio de Janeiro, Buenos Aires, Medellín, Maracaibo, Valdivia, Melo, Guayaquil, Cusco, Córdoba, Sao Paulo, Santo Domingo, Cali, Tegucigalpa o San Salvador. Se vieron en Don Ramón, Doña Clotilde, en Quico, en el Chavo, en Doña Florinda, en el Señor Barriga. Y a partir de ahí se cimentó su éxito. Para 1975 sumaban casi 350 millones de televidentes. El Chavo del 8 parecía seguir volando con los globos que le regaló Don Ramón.
Zas, Zas, Zas
Los globos también fueron protagonistas en el sketch original que dio pie a la serie. Allí, el Chavo discute con un vendedor de globos que trabaja en un parque, acompañado de su pequeña hija. Ese sketch se emitió por primera vez el 20 de junio de 1971, pero hoy se considera perdido. Para aquel 1973, Roberto Gómez Bolaños, Chespirito, acababa de cumplir 44 años y tenía ya una amplia experiencia escribiendo guiones para la televisión. Ya que a mediados de los 60 escribía dos de los programas de mayor audiencia, en 1968 se le dio un bloque de media hora semanal donde destacarían Los supergenios de la mesa cuadrada. Bajo el lema “Problema discutido, problema resolvido”, un grupo de personajes respondía a supuestas preguntas del público de manera ingeniosa. Entre ellos podíamos ver a María Antonieta de las Nieves, Ramón Valdés o Rubén Aguirre, a quién ya se le llamaba Jirafales. Pronto, Chespirito les da forma a dos programas: El Chapulín Colorado y El Chavo del 8, que se inicia como programa independiente con aquel comentado episodio de 1973.
En el Perú se comenzó a ver en 1976, en Panamericana Televisión, señal que transmitiría el programa hasta inicios de 1979, cuando pasa a América Televisión, que tuvo los derechs durante décadas gracias a un acuerdo con Televisa. Increíblemente, episodios emitidos en los años 70 no perdían vigencia o encanto más de 40 años después. Sin embargo, cabe recordar que, a fines de julio del 2020, problemas legales entre los herederos de Chespirito y Televisa hicieron que dejara de transmitirse en varios países del mundo. “Si Televisa paga por un año de derechos a un equipo de fútbol hasta 50 millones de pesos mexicanos, ¿Cómo va a pagar una décima parte de eso por 15 años de los derechos de Chespirito?, cuando la revista Forbes publicó que, desde 1982 hasta el 2017, Televisa había ganado 3.700 millones de dólares”, declaró Florinda Meza, su viuda, en una entrevista. Y no parecía haberse chispoteado. Hasta que ambas posiciones no se pongan de acuerdo, no habrá Chavo del 8 en televisión.
Eso, eso, eso
“A Chespirito le debo, para empezar, las carcajadas que me regaló durante tantos años. Y también le debo, sin querer queriendo, las clases para escribir comedia. Chespirito es un maestro, un genio”, nos dice Gigio Aranda, guionista de Al fondo hay sitio o De vuelta al barrio, un fan declarado del cómico mexicano que confiesa inspirarse en su trabajo a la hora de llevar a cabo el suyo. Cuando los actores de la vecindad llegaron a Lima, en 1978, Aranda no pudo ir y lo lamenta, a pesar de que sus padres le dijeron que no venían ni Quico ni Don Ramón. “Y cuando vino al canal para hacerle un homenaje, fui tan zopenco que no encontré la forma de acercarme y decirle lo importante que era para mí”, confiesa el guionista peruano.
“Tengo muy buenos recuerdos de mi niñez, viendo El Chavo del 8 con mi papá. Admiro mucho su humor, esas cosas geniales que les da a sus personajes, esos sellos de “La tacita de café”, “Y no te doy otra nomás”, el “Pi pi pi” o Quico llorando siempre en un muro, convirtieron a sus personajes en iconos latinoamericanos. Además, en parte de la cultura pop, porque todos repetíamos siempre esas frases en el colegio y se vendió mucho merchandising e hicieron giras también por todo el Continente, llenando estadios. Aunque Chespirito recoge influencias de Chaplin o El gordo y el Flaco, él mismo es hoy una
influencia para muchos”, nos dice Lucho Cáceres. El actor, sin embargo, tiene una lectura ambivalente de Chespirito: “Leí su autobiografía, “Sin querer queriendo”, y hubo varias cosas que no me gustaron –cuenta Cáceres-. Su docilidad ante el poder de turno, para empezar, y el hecho de decirle a Azcárraga, el mandamás de Televisa de aquellos años, “mi patrón”, cuando era evidente la clase de personaje que era Azcárraga. También se puso algo ñoño con el tiempo, pues se mostró arrepentido de haberle dado visibilidad a los Caquitos, el Chompiras y el Botija, que eran dos simpáticos delincuentes, y por eso los puso luego a trabajar en un hotel. Sé que es una leyenda del humor de Hispanoamérica, pero es evidente que también hay mucho que se le puede criticar”.
Por su parte, el dramaturgo y guionista Eduardo Adrianzén considera que Gómez Bolaños “Fue un gran creativo que tuvo la fortuna de desarrollarse en una industria audiovisual muy poderosa, y que juntó dos cualidades difíciles de coincidir: la autoría honesta y auténtica (su humor e ingenio no era a pedido, sino que nacía de él y su sensibilidad) y al, mismo tiempo, la naturalidad con la que asumía temáticas que no chocaban con un statu quo social, sino que las romantizaba y dulcificaba en la justa medida que una empresa como Televisa -aliada incondicional del PRI, el poder gobernante de México por décadas- podía aceptar”. El guionista detrás de Los de arriba y los de abajo o El último bastión comparte con Lucho Cáceres la visión crítica hacia Chespirito: “Nunca se cuestiona el desamparo del Chavo, por ejemplo: solo existe y se acepta. Así como la bondad del señor Barriga como el único adinerado del grupo. Y no se pintan como concesiones en absoluto, sino como la dinámica natural del humor “blanco”. Y, al mismo tiempo, da la sensación de reflejar los problemas sociales... pero normalizando el inmovilismo”. Y agrega: “Roberto Gómez Bolaños fue, y a la vez no fue, “contestatario”. Por eso puede ser “reclamado” por todos los bandos ideológicos. Y en ese afortunado equilibrio pudo desarrollar una de las carreras más brillantes y sólidas en nuestro idioma. El genio latinoamericano, sin duda”.
Bueno, pero no te enojes
El Chavo del 8 ha sido traducido a 50 idiomas diferentes y transmitido en más de 20 países del mundo. La historia se prolongó desde el 26 de febrero de 1973 hasta el 7 de enero de 1980, sumando un total indeterminado de episodios: algunas fuentes dicen 280, otras 290 y imdb indica 357, aunque luego se regrabaron algunos como segmentos de Chespirito, programa que fue una vuelta al origen que la había llevado a independizarse en 1993, con El Chapulín Colorado. Durante los casi 7 años de su emisión, la serie fue dirigida por Enrique Segoviano, un dominicano hijo de españoles que huyeron de la dictadura franquista. Tras el fin de la Guerra Civil española, México recibió a muchos antifascistas. Una de ellas fue también la madrileña Angelines Fernández, Doña Clotilde, que luchó contra Franco en el bando republicano cuando era apenas una adolescente. Convertida en amiga de Ramón Valdés tras unos años en México, fue él quien se la recomendó a Chespirito, a pesar de ser actriz dramática.
Hoy, 50 años después del comienzo de la serie, basta buscar en YouTube –uno de los pocos lugares donde es posible ver algunos episodios- para comprobar lo vigente que sigue el humor de Chespirito, a pesar de que es evidente que hay algunas situaciones que no podrían repetirse en la televisión de hoy. Si bien su humor es blanco y hasta naif, las bromas que estereotipan por peso o edad, los insultos clasistas o machistas y algunas escenas de violencia –como las cachetadas de Doña Florinda a Don Ramón o los golpes “accidentales”
del Chavo al Señor Barriga- no serían vistos con la misma condescendencia que en los 70 o, incluso, en los 90. “En sus programas había un auténtico bullying –ha dicho el especialista Luis Carrasco, profesor de Comunicación en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM-. Todo el mundo se burlaba de todos, todos contra uno, y era algo muy normal. Y si en esta época se planteara lo que sucedía en esos programas, no creo que fuera tan aceptado o qué tantas críticas pudieran ocasionar”.
Chespirito, por su parte, afirmó alguna vez que “Se puede carecer prácticamente de todo, como le sucedía a El Chavo, que no sabía quiénes eran sus padres, no tenía juguetes ni desayuno, pero que lanzaba un mensaje de optimismo”.
¿Se pondrán alguna vez de acuerdo sus críticos? Bueno, como le dijo alguna vez El Chavo a su tolerante casero: “Lo último que se pierde es la barriga, señor Esperanza”
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