El truco no falla. Solemos caer felices en la fórmula. Una y otra vez. Cuando todo parece perdido, el mal está por salirse con la suya o los buenos son arrinconados de tal modo que el espectador siente que su cabeza se reventará al preguntarse si existe alguna salida, en un último aliento asoma la esperanza. Es lo que ha pasado con “Game of Thrones”
Siguen 'spoilers'. En el tercer episodio de su temporada final, esa luz se llamó Arya Stark (Maisie Williams). Con una daga de acero valyrio en mano, ella se puso el traje de heroína para inscribirse en el club de los íconos de la cultura popular.
En tiempos de iniciativas feministas, #MeToo y Time’s Up, la figura de la pequeña y letal Arya se agiganta aun más luego de evitar el aniquilamiento de los vivos en la batalla de Winterfell. Tal gravitación femenina ya era notoria en los libros que se han convertido en un fenómeno televisado.
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Sobre ese papel relevante, el periodista y escritor Pedro Salinas afirma: “Uno de los ejes de la obra del escritor George R. R. Martin, ‘Canción de hielo y fuego’ –que inspira 'Game of Thrones'–, recae, en buena cuenta, en mujeres. Mujeres que hacen la diferencia. Mujeres que evolucionan o involucionan (en este caso, claramente me refiero a Cersei, la villana más malvada de la literatura). Mujeres que tienen grises en sus perfiles. Una de ellas es Arya Stark. ‘Eres la persona más fuerte que conozco’, le dice en esta última temporada su hermana Sansa. Y yo firmo lo que dice Sansa. ¿Alguien podía imaginar que Arya sería quien le diera fin al Rey de la Noche? Puedo apostar que muy pocos. O casi nadie. Supongo que, como muchos, pensé que ese héroe iba a ser Jon Snow (el único Targaryen con pelo negro) o Daenerys Targaryen. Incluso Sam. O Tyrion. Pero ya ven. Me equivoqué de cabo a rabo”.
—Ella tiene agallas—Se adquiere una destreza y fortaleza auténtica luego de haber pasado por las pruebas más despiadadas: es lo que sugiere el recorrido vivencial y adolescente de Arya Stark. Pero semejante odisea no aplacará su espíritu rebelde que desafía estereotipos sociales.
Sobre esa vocación gloriosa de ir a contracorriente de los prejuicios, la escritora Claudia Salazar Jiménez –autora de la novela “La sangre de la aurora”– señala: “Desde los primeros episodios, Arya se rebeló contra los roles que se le asignaban por haber nacido mujer. Desde el principio declaró querer ser un hombre, comprendiendo que ellos disfrutan de más libertad, que pueden aprender a manejar la espada y tácticas de guerra; que ellos, en suma, se lo pasan mejor. Arya destacó como un personaje independiente que tuvo que enfrentar sola al mundo desde muy pequeña. En contraste con la mirada tradicional que considera a las mujeres el sexo débil, Arya encarna las luchas feministas y le da un nuevo sentido a la frase 'pelear como una chica'. Ya no somos más las que necesitamos ser protegidas, somos las que defendemos a los nuestros y, de ser necesario, vencemos a las fuerzas de la oscuridad. Que tiemblen los señores del machismo”.
—Sufrir para crecer—Volvamos al asunto de la fórmula. El triunfo de este recurso cíclico dependerá de cómo se cuente la historia. “Game of Thrones” se aleja de la infantilización de tantas producciones. Su crudeza transcurre por la contundencia y truculencia del mejor relato sanguinario. Sus acciones descarnadas son un recordatorio de los tenues límites que demarcan lo peor y lo mejor de los seres humanos. Arya Stark atraviesa procesos que no son dignos de Disneylandia. Ella hasta se queda ciega en un entrenamiento que busca potenciar sus otros sentidos. Una misión aguarda. Recién en la última temporada Arya sabrá de qué se trata.
En ese instante definitorio del tercer episodio de la temporada final, Arya es sujetada del cuello por el Rey de la Noche. Es el cara a cara entre la vida y la muerte. En el fondo, quizá todo se trata de vencer a la última. O, al menos, de la ilusión de espantarla. Como el maestro espadachín Syrio Forel (Miltos Yerolemou) le instruyó a Arya: “Solo hay una cosa que le decimos a la muerte: hoy no”.
El estilo audiovisual también tomó riesgos en este capítulo. Su título presagiaba lo que se iba a venir: “The Long Night” (La larga noche). La fotografía fue más oscura de lo habitual. Tal opción fue incomprendida por muchos. La comodidad de los usuarios jugaba en contra de la expresividad artística: el celular no ayudaba a apreciar las imágenes. El director de fotografía del episodio, Fabian Wagner, incluso tuvo que declarar para defender su trabajo. Pese a esa desconsideración al lenguaje audiovisual por parte de un sector del público, la determinación de Arya no fue opacada.
—Ya descansaré cuando me muera—Otro personaje femenino que se ganó la admiración en la batalla de Winterfell fue Lady Mormont (Bella Ramsey). Ella se enfrascó en una lucha terminal contra un zombie descomunal.
Entre los que se conmovieron con su entrega valerosa, desesperada y kamikaze, figura Pedro Salinas. Él detalla: “Respecto de la pequeña Lady Mormont, quien tendría a lo sumo unos 11 años, y cuyas intervenciones en dosis homeopáticas siempre me fascinaron por su temple y carácter decidido, reconozco que ha sido una de las principales bajas de la batalla de Winterfell. O acaso la principal. Pero así son George R. R. Martin y los geniales directores y productores de la serie: terminan asesinando a los personajes con los que más te encariñas. No pude evitar hacer comparaciones con Tolkien, cuyos héroes suelen ser quienes menos te imaginas. Lady Mormont, proveniente de un linaje de guerreros, murió en su ley. La más minúscula mujercita de la serie, y aparentemente la más frágil, mató a un gigante convertido en Caminante Blanco. Me hubiese gustado ver más de Asha Greyjoy (Gemma Whelan), quien en los libros tiene un rol más protagónico, lo mismo que su legendaria hacha. Pero confío en que los episodios que quedan, esa deuda con Lady Greyjoy quedará saldada”.
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