Jimena Villavicencio@jimenavf
Existen lugares que nos sorprenden por su modernidad; otros, por su aire cosmopolita; y algunos, como nuestra Lima, por su buena sazón. Pero hay rincones peculiares en donde sin ser local uno se siente como tal. Como si de manera extraña supiéramos que nuestros ancestros pisaron dichas tierras, habitaron sus coloridas casas o rieron sin cesar. Uno de estos es Goiás, un pequeño pueblo a cinco horas de Brasilia, que en el año 2001 fue declarado Patrimonio Mundial de la Humanidad. Aquí, sus 24 mil pobladores viven placenteramente. Algunos abren las puertas de sus casas para vender dulces, otros destapan botellas de cachaza en sus pequeños bares para los visitantes, mientras los jóvenes enseñan sus iglesias con gran fervor. Y todo con una gran sonrisa en el rostro.
CIUDAD Y VALLE
El tramo para llegar a Goiás es arduo, pero vale la pena pues la ciudad –de arquitectura vernácula (construida netamente con elementos de la zona)– combina estilos barroco, art decó e, incluso, romano y cuenta con varios edificios que datan del siglo XVIII. Uno va descubriéndolos mientras recorre sus calles empedradas dispuestas al lado de un río llamado Amarillo y un valle que formaba parte de la Estrada
Real, el camino por donde sacaban el oro los portugueses en época de la Colonia. Así pues, uno va develando la Iglesia de la Buena Muerte (construida en 1779), el mercadillo de la ciudad (con pintorescos bares y que atiende desde 1850), la Iglesia de Rosario de los Hombres Negros (de estilo neogótico), así como el Museo de Arte Sacro con esculturas de uno de los principales exponentes sudamericanos (Veiga Valle) y donde se puede ver una obra dedicada a San Martín de Porres.
Mención aparte merece la casa de Cora Coralina, una de las poetas más importantes de Sudamérica, cuya obra se encuentra dispuesta en una pequeña casa al lado del río, donde nació. Sus versos se leen por toda la ciudad.
Comer en Goiás también es un placer, sobre todo si se trata de la hora del postre, pues la ciudad tiene una tradición de dulceras, mujeres cuyas recetas y arte en sus manos han sido transmitidos de generación en generación. Una de ellas es Doña Augusta, quien a sus 72 años atiende en su casa y hace degustar deliciosos pastelillos entre ellos las llamadas hojas de rosa de coco. Goiás, con sus edificios históricos, su cálida gente y su naturaleza es un patrimonio que merece seguir siendo resguardado.
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