Pierre Dumas
“Dame mil besos, después cien, luego otros mil, luego otros cien, después hasta dos mil, después otra vez cien”. Se lo decía Catulo, el gran poeta veronés de los tiempos de Julio César, a su amada Clodia, en uno de los más famosos poemas en lengua latina. Se lo podría haber dicho Romeo a Julieta, y se lo pueden decir también los enamorados que hacen de esta ciudad del norte de Italia –orgullosa vecina de Venecia– la meta de sus peregrinaciones.
En Verona, no cabe duda, las paredes hablan. Hablan desde las placas que citan a Shakespeare y a su desdichado Romeo: “No hay mundo fuera de los muros de Verona, sino purgatorio, tormento, el mismo infi erno”. Hablan desde los incontables grafitis que se muestran sobre las paredes de la Casa de Julieta, donde una célebre estatua de la joven alberga promesas –quien sabe si cumplidas– de amor eterno. Hablan desde la galería U‑ zi y su estatua de Dante Alighieri, quien escribió aquí gran parte del Paraíso y –dicen– se inspiró en la iglesia de San Zeno para la puerta del Infierno, en la “Divina Comedia”.
Si las paredes hablan, el buen viajero escucha. Y esa aventura sensorial comienza apenas se cruzan las murallas que encierran el corazón antiguo de la ciudad.
Lírica y amores
Verona es una ciudad imponente y muy orgullosa de su viejo linaje; también tiene un centro histórico fácil de recorrer e ideal para dejarse llevar de calle en calle. Apenas cruzadas las murallas, en la Piazza Brà está la Arena, el impactante anfiteatro que aún es escenario de representaciones líricas al aire libre. Entre junio y setiembre, el viajero que esté en Verona no debe perderse el festival de ópera, que va por su edición 93. En los recorridos turísticos, quienes vayan de a dos deben hacer una prueba: separarse y luego hablarse a la distancia de una punta a otra del anfiteatro, para comprobar su asombrosa acústica.
Andando por la Vía Cappello, muy cerca de la Piazza delle Erbe, se llega, al fin, a la mencionada Casa de Julieta. Aquí hay que hacer concesiones a la literatura: ni siquiera se sabe si la heroína shakespeariana existió realmente, pero sí existe la mansión de su supuesta familia y, sobre todo, el célebre balcón donde su amado le juró pasión. En sus paredes, hay declaraciones de amor, souvenirs y candados (símbolos de unión). Hay que rendirse a la evidencia, y al rito de tocar el pecho desnudo de la estatua, so pena de merecer una ruptura amorosa. A pocas calles, está la Casa de Romeo, más discreta y menos visitada, mientras que fuera de las murallas, en un convento, está la Tumba de Julieta.
Los monumentos de la ciudad no terminan aquí. A una distancia siempre fácil de recorrer a pie, están la Piazza dei Signori, el puente sobre el Adige, el Duomo y el complejo funerario de la familia Scaligeri.
Verona es toda una ciudad monumental, pero a la vez accesible, como lo son las grandes ciudades de arte italianas, que contienen a la vez el eco de la pintura, la ópera y la literatura. Para despedirse de ella, bien vale un “beso de Romeo”, tradicional dulce de almendra y avellana que tienta desde las vitrinas de toda ‘pasticceria’ que se precie de ser auténticamente veronesa.