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“La verdad es que siempre fui precoz para todo. Caminé a los nueve meses, me quité el pañal a los ochos meses, tuve una hija antes de tener DNI azul y también comencé a morirme antes de tiempo”. (Indyra Oropeza, TEDxLima, 26 de octubre del 2017).
Esas fueron las palabras con las que Indyra Oropeza inició su charla en el primer encuentro TEDxLima que se llevó a cabo en el 2017. Para ese entonces, tenía 24 años, una carrera de derecho en curso, una hija pequeña, miles de gramos de cabello menos y cuatro -largos y duros- años luchando contra el cáncer. Sí, Indyra era de aquellas personas que todos miramos en la calle y decimos: “Oh que pena, tiene cáncer”. Pero ella jamás buscó esa reacción, todo lo contrario: siempre fue de las que sabe brillar en medio de la oscuridad. Y brillar con estilo, por supuesto.
Un lunes de mañana soleada -de aquellas a las que ya últimamente estamos acostumbrados los limeños- Indyra me recibe en su casa, sumergida en los suburbios de San Borja, luciendo impecable y arreglada. Lleva extensiones de cabello largo cortado en capas, lo que le otorga un movimiento fluido a su caminar, va maquillada con delineador negro en los ojos y labial rojo de tono carmesí, del cual se ha vuelto prácticamente su maquillaje sello. Su vestido lo dice todo: pegado -orgullosa y segura de su esbelta figura- y con un estampado de tono verde, fucsia y celeste: alegre, tan alegre como ella. Y por supuesto, unos buenos tacones: sus aliados infaltables.
La veo y lo primero que noto -además de lo bien que se ve- es que está sumamente acostumbrada a las cámaras. “Cómo no, si le han hecho decenas de entrevistas antes que esta”, pienso. Y es que sí: su historia merece -y vale la pena- ser contada. Por eso, tal vez, cuando la miro siento admiración. Por su pasado, su lucha y sobre todo, su semblante de hoy: está feliz, muy feliz. Más que muchos de nosotros.
“Soy una persona supersegura de sí misma, como siempre digo con una personalidad arrolladora (ríe). Más feliz, más completa, que se siente superbien con todo lo que está haciendo y, al menos, siento que estoy haciendo algo más no solo por mí, sino por las demás personas”, dice mientras se describe así misma y me fija la mirada. Pero esto no siempre fue así. Indyra no siempre fue esta mujer empoderada, fuerte y sabia que hoy tengo al frente. La vida la llevó hasta ahí a puro golpe.
Sus años de adolescencia fueron complicados -casi imposibles de soportar, según ella- pues era tímida, no le iba muy bien en las relaciones sentimentales y era extremadamente invisible en su escuela. “Era una chica sin suerte”, como se describe. Pero todo cambió cuando Tatiana, su hija de siete años, llegó a su vida para revolucionarle el mundo entero.
“Siempre digo que yo tuve dos terremotos grandes en mi vida y uno fue Tati. De hecho, salir embarazada a los 17 años no es algo que te esperes ni que planees y fue difícil en un primer momento porque dije “rayos, ahora qué voy a hacer, soy tan joven”. Tuve que crecer rápido, pero en parte fue bonito porque maduré bastante, crecí mucho como ser humano”, relata. “Tatiana siempre ha sido mi flotador en medio del océano. Cada vez que siento que me falta el aire, Tatiana es la que me regresa la respiración y puedo estar más tranquila y sé que todo va a estar bien”, continúa.
Y lo dice de verdad. En la misma charla de aquél octubre de hace dos años, Indyra recordó un episodio que dejó a la sala entera sin aliento. Se encontraba en la recuperación después de su transplante de médula, cuando sufrió un desmayo y sintió que se moría por unos segundos, algo que su doctor le confirmaría minutos después. “Y lo que dije en la charla, que ves tu vida pasar unos segundos, no es mentira, es verdad y a mí me pasó. Lo último que vi, en realidad que escuché, fue el llanto de Tati: ese llanto de cuando yo me iba a la universidad y me decía “mamá, no, quédate“. Y ahí fue cuando me levanté y me paré de la cama”, recuerda. Ahí estaba Tati, siendo el flotador que nunca falta, que jamás le falla.
“Sería ese ex tóxico que te jode a cada rato, que no sabes cuándo se va a aparecer y que siempre quiere regresar contigo. En verdad, sería ese. Que está y luego ya no está, y tienes miedo de que regrese. Y luego, regresa y dices “oh, no”. Es terrible”, dice mientras humaniza al cáncer.
La historia de Indyra con el cáncer comenzó hace cinco años, cuando tenía solo dos décadas de vida y trillones de sueños por cumplir. En esa época, aún estudiaba la carrera de medicina y cursaba el segundo ciclo, así que ya contaba con algunos conocimientos básicos sobre la salud humana. Por eso, grande fue su sorpresa (y preocupación) cuando se dio cuenta que un hemograma de rutina -que se había realizado días previos- lucía mal, muy mal.
“Sabía que tenía cáncer o una infección de la patada. Así que, a los dos días de leer los resultados, fui con mi mamá que estaba lavando los platos y le dije “mamá creo que tengo cáncer” y mi mamá me mandó a rodar inmediatamente”, recuerda riéndose.
Algunas semanas después, la confirmación de la noticia llegó de golpe. Estaba en el hospital, junto a sus padres y su hija, cuando el doctor puso un rostro confundido -y algo asustado- al leer sus exámenes de sangre. En ese momento, sus padres le pidieron a que salga de la habitación con Tatiana y así lo hicieron. Media hora después -y un interminable y tenso recorrido hasta el estacionamiento de la clínica-, su padre se lo dijo.
“Cuando estábamos en el estacionamiento me acuerdo que mi papá estaba con el nudo en la garganta y ni siquiera podía hablar, mi mamá estaba con los ojos rojos. Cuando mi papá me dijo que tenía cáncer creo que se le vino el mundo encima”, cuenta.
El tipo de leucemia que le diagnosticaron a Indyra -Leucemia Mieloide Crónica (LMC), para ser exactos- requería de quimioterapia vía oral, así que ella llevó el tratamiento de tal manera durante un tiempo, hasta que su cuerpo dejó de asimilarlo. Dos años después, necesitó un transplante de médula y el postulante con más oportunidad de ganar ese puesto era su hermano, el gran Luighi. Y así fue: Luighi le donó sus células madres a consta de una ronda de makis, deuda que fue pagada un año después.
Tras la operación, vinieron meses de recuperación y luego la gran noticia: el cáncer había entrado en remisión. En cristiano: estaba curada y por fin, podía respirar tranquila.
De todo esto, Indyra perdió mucho -desde miles de gramos de cabello, muchos kilos de peso, sus curvas, su rostro, sus pestañas, sus cejas hasta su trabajo, la universidad y un ex que no supo amarla cuando más lo necesitaba- pero ganó mucho más. Ahora, goza de un amor propio inquebrantable, una familia más unida que nunca, un prometido enamorado hasta los huesos de su fortaleza y muchos -pero muchos- kilos de felicidad. Y eso no es todo. Indyra cuenta con un libro biográfico- que lanzó al mercado en el 2017 junto a la editorial Planeta- y casi 50 mil amigos internautas que la siguen a través de su blog en Facebook llamado ‘Con L de Leucemia’, en el que cuenta su paso por el cáncer sin victimizarse ni convertirse en una heroína: mas bien lo hace con dosis de cruda realidad, algunas lágrimas, otras risas coladas y mucho, pero mucho, sarcasmo y diversión.
Las lecciones son varias y todas tienen un fin común: “aprender a seducir la vida cuando esta se atreve a darte la espalda”, como bien lo dice en la portada de su libro que lleva el mismo nombre del blog y el resto de sus redes sociales.
“Yo creo que victimizarse es bien fácil y lo digo porque lo he hecho. Esperaba que todo el mundo me tenga pena y cuando todo el mundo me tenía pena -y apoyaban mi victimización- era peor. Pero creo que hacernos responsables, que es más difícil, te llena más como persona. De hecho, enfermarnos no fue algo que elegimos pero creo que curarnos y salir adelante, reponernos, si es responsabilidad completamente nuestra”, reflexiona.
Ahora, la chica tímida e invisible que se escondía bajo un pupitre ya no existe y queda esta mujer valiente, fuerte, luchadora y agradecida con la vida, con su familia y con su cuerpo. Un cuerpo que quedó con manchas y cicatrices pero que logró vencer la batalla más difícil de todas: el cáncer.
“Creo que cuando no te enfrentas a situaciones límites como la muerte o el cáncer o algo que te lleve así hasta el otro lado es bien fácil ponerse triste porque te centras tanto en ti misma y crees que eres la dueña de todos los problemas más grandes y más feos del mundo. Porque tu ex te dejo o porque subiste de peso, porque tienes un problema en la chamba y tu jefe es un asco o jalaste un examen. Pero cuando en verdad enfrentas la muerte y volteas al lado y te das cuenta que muchas personas la están pasando peor y que muchas personas ruegan por lo que tú ya tienes, es mucho más fácil darte cuenta de que eres muy feliz. Y que de verdad abrir los ojos todas las mañanas y respirar y poder levantarte sin ningún dolor es lo máximo. Creo que lo hace mucho mas fácil, al menos a mi me lo hacer mas fácil. Antes me quejaba por cosas tan tontas y tan chiquitas pero de verdad ahora con despertarme y poder ver a mi hija, a mi familia, a mi novio y poder pararme de la cama y saber que puedo correr más de tres metros de lo que es el cuarto de la clínica… es lo máximo”, concluye.
Hoy, Indyra organiza sus planes de matrimonio, se prepara para representar a su ciudad natal, Cajamarca, en el certamen “Señora Perú”, finiquita algunos detalles de su ONG -dedicada a pacientes oncológicos que pronto abrirá sus puertas- y escribe su tercer libro que llevará la misma temática que el anterior. Ahora, está lista para darle duro a la vida, a pesar que esta se la ponga difícil.
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