Los estafadores a menudo se hacen pasar por personas o entidades que transmitan autoridad. Por ejemplo, una entidad bancaria o el jefe de la víctima.
Los estafadores a menudo se hacen pasar por personas o entidades que transmitan autoridad. Por ejemplo, una entidad bancaria o el jefe de la víctima.
Redacción EC

La autoridad se ejerce al poner en práctica el poder que uno tiene para hacer algo. Significa utilizar nuestro potencial para que suceda algo que deseamos, ya sea en nosotros mismos o en un grupo de personas.

Como en toda institución, también en el caso particular de una empresa se puede analizar la autoridad separándola en tres tipos, que se consolidan al momento de ejercerla: la formal, la otorgada y la personal.

El primer tipo, la autoridad formal, es la que te entregan los accionistas, directores u otros ejecutivos de la empresa al promoverte o contratarte para una determinada posición. Está detallada en los estatutos y poderes, y suele apoyarse en una estructura jerárquica en donde el CEO –el ejecutivo a cargo de la empresa- es el que detenta la mayor autoridad formal de todos los colaboradores de la misma.

El segundo, la autoridad otorgada, es aquella que tus pares y el equipo que dependerá de ti decidan -finalmente- en qué grado entregarte. Pero ello no significa que vayan a reunirse para definir mediante votación o método similar el grado de autoridad que te otorgan.

En un proceso que se va construyendo individualmente, cada colaborador decidirá, consciente o inconscientemente, si eres el líder que desea tener, si ofreces el perfil profesional y personal que se necesita, si tu historia personal y tu estilo de relacionarte es el adecuado.

En resumen, se formarán una opinión sobre ti y sobre la idoneidad de tu nombramiento para, luego, de acuerdo a un proceso informal de intercambiar opiniones en oficinas, pasillos y lugares comunes, tú percibas (sin un memorando o e-mail) el grado de autoridad que te han otorgado.

El tercer tipo es la autoridad personal, la que nace de una pulsión vinculada a la autoafirmación e independencia y que ha ido evolucionando positivamente a lo largo del tiempo.

En diferentes niveles. todos tenemos ese tipo de autoridad, cuyo primer nutriente es el soporte y aliento de nuestros padres y personas significativas. Se consolida luego, cuando conseguimos integrar nuestras experiencias de tal modo que incluso aquellas que nos crearon adversidades nos sirvan para crecer emocionalmente.

Ello implica mantener viva la curiosidad, la satisfacción e interés en lo que se nos presenta, asumir riesgos razonables, estar abiertos a aprender e investigar, formar vínculos auténticos con los demás, ser empáticos, agradecidos y solidarios, soñar, ponerse metas y estar satisfechos con uno mismo.

Quiero ahora compartir con ustedes una experiencia que me vino a la mente al escribir este artículo. Todos recordamos o, por lo menos, hemos escuchado sobre la crisis financiera derivada de la gestión de la deuda sub-prime que remeció los mercados financieros globales en 2008 y generó resquebrajamientos tan graves que obligaron a los gobiernos a intervenir en sus economías.

Por aquella época trabajaba en una empresa que tenía importantes inversiones financieras en los mercados afectados. En el momento álgido de la crisis, un directivo de la corporación con autoridad sobre mi gestión nos preguntó a un grupo de ejecutivos de la empresa si teníamos bonos de un determinado banco internacional.

Cuando dijimos que sí, nos aconsejó que no los vendiéramos, pues creía que la situación del banco era débil, pero no al nivel de incumplir con sus obligaciones.

Días después, este banco se declaró en quiebra. A las pocas semanas volvimos a reunimos y el directivo nos preguntó cuánto habíamos perdido con los bonos del banco quebrado. Le confesamos que solo el valor de la pérdida estimada en la fecha de nuestra anterior conversación, pues habíamos vendido la posición.

Tras un silencio que se nos hizo eterno, nos ofreció una respuesta que constituyó una valiosa contribución al desarrollo personal y profesional de varios de los presentes: “¡Qué suerte que no me hicieron caso!”.

De esta lección saqué dos grandes conclusiones. La primera fue descubrir que, cuando una persona ha desarrollado y utiliza de manera coherente y en la proporción adecuada los tres tipos de autoridad –a mi modo de ver la autoridad personal y la otorgada son los ingredientes principales de la receta– estamos frente a un líder que sabrá llevar a la organización hacia sus objetivos en tiempos de bonanza o de dificultad.

La segunda fue valorar la importancia de contar con miembros de tu corporación, mentores, amigos, compañeros de trabajo y otros que puedan servirte de ejemplo. Así, las experiencias compartidas con ellos y también sus consejos te ayudarán en momentos de dificultad e incertidumbre, porque siempre podrás preguntarte: en esta situación, ¿qué habría hecho ella o él?

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