Paulo Drinot [Foto: Paúl Vallejos / El Comercio]
Paulo Drinot [Foto: Paúl Vallejos / El Comercio]
Katherine Morales

Paulo Drinot (Lima, 1973) es doctor en Historia Moderna por la Universidad de Oxford, y actualmente enseña Historia Latinoamericana en el Institute of the Americas-UCL. Ha publicado, entre otros, los libros Historiografía, identidad historiográfica y conciencia histórica en el Perú (2006); El Perú en teoría (2017) y La seducción de la clase obrera (2016).

Mientras revisaba toneladas de documentos desorganizados en el Archivo General de la Nación para este último título, se sintió atraído por unas cartas que encontró, escritas por prostitutas y dirigidas al prefecto de Lima, que entonces era la autoridad política. Así comenzó su interés en el tema y escribió La cuestión sexual. Una historia de la prostitución en el Perú 1850-1950. El libro aborda la reglamentación del asunto como medida para evitar la propagación de las enfermedades venéreas, y la creación del famoso “barrio rojo” de La Victoria.

¿Qué fuentes usaste en tu investigación?
Las mujeres que se dedicaban a la prostitución pagaban una licencia, pero tales registros no existen o no los he encontrado. Lo que he usado es principalmente la correspondencia recibida por el prefecto, revistas médicas, de derecho y publicaciones de los ministerios. También periódicos, pues estos se interesaban por el tema de la prostitución, dado que era parte de una preocupación en torno al orden público y la moral. La reglamentación establecía que las rameras tenían que registrarse ante un ente llamado Asistencia Pública, y someterse a exámenes médicos semanales que eran muy invasivos y estigmatizantes.

¿Cómo se reglamentaba la prostitución?
La reglamentación establecía que las prostitutas tenían que registrarse ante un ente llamado Asistencia Pública, y someterse a exámenes médicos semanales que eran muy invasivos y estigmatizantes. Además, tenían que organizar su negocio en función de una serie de reglamentos. Por ejemplo, los burdeles solo podían instalarse en las que se llamaban ‘calles terminales’ de la ciudad, y tenían que estar a no menos de 300 metros de escuelas, conventos, iglesias; asimismo, las mujeres no podían tener menos de 18 años.

¿Qué le escribían las prostitutas al prefecto de la ciudad?
Se quejaban de que el Estado no estaba cumpliendo su parte, lo que me sorprendió porque uno no se imagina ese tipo de relación entre una prostituta y el Estado. Lo que pasaba es que estaban dentro de este régimen reglamentarista que establecía la cuota que se pagaba por operar un burdel y por ser una prostituta, y entonces surgió la idea del contrato. Si yo estoy pagando al Estado, este en contraparte me tiene que garantizar algo. En algunas cartas escribían: “Yo he pagado para poder tener música hasta tal hora, y el policía viene y apaga la vitrola”; “yo he pagado para que mi burdel esté en tal calle, y ahora el teniente gobernador me dice que tengo que mudarlo a otro sitio”. Esto llama la atención porque te presenta una visión distinta de la prostitución, no de un oficio de mujeres marginadas o victimistas.

Luchaban por sus derechos laborales.
Exactamente, me hacía pensar en los debates dentro del feminismo sobre cómo caracterizar la prostitución: ¿una forma de explotación de la mujer o un trabajo más como cualquier otro? De ahí que muchas feministas prefieran hablar de ‘trabajadoras sexuales’ y no usar el término prostituta, históricamente estigmatizante.

¿Cómo es que se llega a la conclusión, en ese tiempo, de que son ellas quienes propagan las enfermedades venéreas?
Venérea viene de Venus, la diosa del placer: la identificación viene de la época Clásica. A partir de la mitad del siglo XIX, se comenzó a identificar las enfermedades que se transmiten sexualmente, y esto coincidió con el estudio epidemiológico sobre los vectores de las enfermedades. Descubrieron que el zancudo es el vector de la malaria y se comenzó a pensar en la prostituta como vector de infección venérea. Pero, si la prostituta contagiaba a una persona, y esa a otra, ¿por qué aislarla como vector? Obviamente era una manera de señalarla, un giro retórico para justificar la política de control de la prostituta y del cuerpo. Se disciplinaba el cuerpo de ellas para proteger el de los clientes, se privilegiaban ciertos cuerpos por encima de otros.

¿Por qué no se aprobaba la creación del barrio rojo?
Lo que ves en la prensa y en otras fuentes es gente quejándose constantemente, diciendo “no es posible, nosotros somos gente decente, por qué estamos viviendo cerca de esta inmoralidad”. Pero yo planteo en mi trabajo que había algo más, un temor a que la figura de la prostituta pudiera influir en la idea que tenía la mujer de su propia sexualidad. La prostituta representaba una sexualidad que rompía con el esquema puramente reproductivo, que debía ejercerse con el esposo y dentro de la casa.

¿Había, digamos, un miedo a la liberación?
Absolutamente, la prostituta en el fondo era vista como lo que le podía ocurrir a cualquier mujer que se salía de la esfera en que estaba limitada por el orden sexual. Entonces lo que había era una pelea por mantener un orden que privilegie la sexualidad de los hombres y que reprimiera la de las mujeres.

Un privilegio que sigue latente…
El hombre tiene derecho al sexo y la mujer tiene que dárselo. Todos los casos que hemos visto de violencia sexual hacia la mujer se dan en ese contexto, los chicos se creen con el derecho a exigir que sus compañeras e incluso gente con la que ni siquiera tiene mayor relación les ofrezcan sexo. Esto es una versión violenta, pero digamos la racionalidad detrás de la idea de que hay que proporcionar burdeles seguros con mujeres sanas para que los hombres puedan tener sexo viene un poco de la misma idea.

¿En ese periodo las trabajadoras sexuales estaban de acuerdo con la reglamentación?
El mundo de la prostitución es muy amplio, es difícil generalizar, la experiencia de cada mujer fue siempre distinta. Lo que ves en los archivos es que la prostitución era una opción que algunas tomaban no siempre porque querían. Además, era algo en lo que podían entrar pero también salir. Sin embargo, con la reglamentación ocurría un tipo de profesionalización; es decir, para algunas mujeres no era una opción laboral extra a la que recurrían cuando otras no funcionaban, sino que se convirtió en un trabajo estable. Se pueden ver casos de mujeres que hicieron carrera, o sea que empezaron, fueron acumulando recursos, abriendo sus propios burdeles, y adquiriendo cierta visibilidad como prostitutas o madamas.

Algunas feministas están de acuerdo y otras no con el tema. En ese tiempo, ¿cuál era la postura de las feministas?
Es interesante ver la trayectoria de María Jesús Alvarado, una activista que empezó a escribir sobre eso muy temprano. Ella participó en los años treinta en el movimiento abolicionista que es el que buscaba romper con el reglamentarismo y atacaba la doble moral y la idea de que la prostituta era un mal necesario. Estaba a favor de que los hombres regularan su sexualidad, o sea, que buscasen canalizarla de tal manera que no les sea necesario recurrir a rameras.

¿Cuál crees que es el punto fuerte de tu investigación?
Algo esencial del reglamentarismo era la idea de que la prostitución era un mal necesario. El hombre necesitaba sexo que no podía obtener dentro del contexto familiar, y la prostitución servía para ello. Esto es interesante, porque si bien el mío es un estudio sobre la historia de la prostitución y cómo se reglamentó, uno se da cuenta de que es aun más rica, pues también ofrece una visión sobre las ideas de la sexualidad. Me parece un aporte de mi trabajo el comenzar a entender cómo se construyó una sexualidad heterosexual en contraposición con una homosexual, y cómo la prostitución en cierto modo estaba pensada como un mecanismo para fortalecer la heterosexualidad y alejar al hombre de cualquier ‘tentación’ de tipo homosexual.

Actualmente existe la Red de Trabajadoras Sexuales del Perú (Redtrasex), que promueve la reglamentación de la prostitución, sobre todo para el caso de las trabajadoras sexuales que atienden en las calles.
En otros países se ha reconocido el trabajo sexual como cualquier otro. Eso les da a las mujeres que están en ese rubro las mismas protecciones que tienen los trabajadores en otro lugar, incluso acceso a servicios de salud. Me parece que eso sería muy positivo, pero hay tal deficiencia en todos los servicios del país que es poco probable. Pero creo que es un paso positivo reconocer el trabajo sexual como tal y extender la protección que da la ley laboral a esas mujeres.

¿Cuáles son tus próximos proyectos?
Sigo un poco con ello y también en temas relacionados a la medicina. Me interesa mucho la historia de la salud mental, de la psiquiatría en el Perú, y he hecho un pequeño trabajo con fuentes que pude conseguir en el Larco Herrera. Por otro lado, estoy tratando de escribir un texto sobre el impacto que tuvo la pandemia de gripe en 1918 y 1919. En el Perú también tuvo una marca fuerte, aunque casi no se haya estudiado. Por último, estoy haciendo un libro con un colega argentino sobre la historia del APRA. Se trata de una recopilación de ensayos de varios autores que ofrecen una nueva manera de escribir y pensar su historia.

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