Enrique Planas

Hay dos problemas a la hora de redescubrir nuestra historia: La primera tiene que ver con la necesidad de desaprender la que leímos en los manuales de texto escolar, superficiales y supeditados a los intereses de los gobiernos, una historiografía basada en héroes y fechas, incapaz de advertir matices y que eliminó a las mujeres casi quirúrgicamente. Por otro lado, la dificultad de elegir lecturas en tiempos en que abundan las investigaciones académicas, lúcidas aunque desarticuladas, escritas con un lenguaje especializado al parecer dirigidas solo a los mismos historiadores, muchas veces cerrados en sus propias discusiones. Pero hay libros que, teniendo en cuenta a lectores no iniciados, ofrecen una mirada más panorámica, que incorpore la riqueza de los procesos históricos, atentos a la complejidad de las relaciones humanas y la influencia del contexto internacional. Libros que no buscan alcanzar una verdad histórica, sino que nos recuerdan que la narrativa con la que plasmamos nuestro pasado siempre está en revisión, no solo por los nuevos hallazgos, sino por las renovadas baterías de preguntas que formula cada generación. “Las luchas por la independencia (1780-1830)”, de la historiadora hispano-peruana Marina Zuloaga, recientemente editado por el Instituto de Estudios Peruanos, es uno de esos libros generosos en nuevas preguntas.