Milagros Asto Sánchez

Son las 9 de la mañana en Myanmar. A ratos, la voz de la peruana Pamela Rosales deja de oírse a través del teléfono. Viene y va a voluntad de una maltrecha conexión de Internet que por la noche había estado bloqueada. “¿Que si alguna vez he tenido miedo? La verdad...” y entonces se vuelve a ir. La llamada es por Skype. WhatsApp ha sido restringido al igual que Facebook. Son días convulsos en Rangún y en todo el país asiático. La gente protesta y la junta militar reprime y mata. Y así casi todos los días desde el golpe del 1 de febrero. Los noticieros muestran las calles vacías. La presencia policial y militar es lo que domina. En cuanto aparecen unos cuantos manifestantes, empiezan los disparos, los arrestos. “Existe un ambiente de profunda preocupación…”. Silencio.