Cientos de miles de chiitas de Irak, oprimidos durante cerca de tres décadas por el derrocado régimen de Saddam Hussein, celebran en su ciudad santa de Kerbala, el 22 de abril de 2003. (Foto de Manuel Carretero / AFP)
Cientos de miles de chiitas de Irak, oprimidos durante cerca de tres décadas por el derrocado régimen de Saddam Hussein, celebran en su ciudad santa de Kerbala, el 22 de abril de 2003. (Foto de Manuel Carretero / AFP)
Agencia AFP

Los fueron los grandes ganadores de la caída del presidente sunita hace 20 años y desde entonces dominan la política de , un país multiétnico y multiconfesional de 42 millones de habitantes.

La comunidad chiita, mayoritaria en Irak, se vio marginada en los tiempos de Saddam Hussein, pero un cuestionado sistema de reparto del poder instaurado tras la invasión de Estados Unidos les garantiza la supremacía política.

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Los chiitas gozan de buenas relaciones con Irán, el país vecino, que es también un influyente aliado. La República Islámica vigila de cerca la política iraquí.

El cambio más visible para los chiitas tras la caída de Saddam en 2003 fue que pudieron expresar nuevamente su fe y devoción a la figura fundadora del Islam chiita, el imán Hussein.

Durante las grandes conmemoraciones del Ashura y del Arbain, millones de peregrinos convergen en las ciudades santas de Nayaf y Kerbala.

Bajo el mando de Saddam Hussein, estas celebraciones eran semiclandestinas.

Tras la caída del régimen, las autoridades interinas instaladas por Estados Unidos construyeron un nuevo orden político y acordaron que el primer ministro sería un chiita, el presidente del Parlamento un sunita y que la presidencia, un cargo esencialmente simbólico, iría a un kurdo.

“Élite consolidada”

Era de esperar que los principales interlocutores iraquíes de Estados Unidos fueran los mejores posicionados para beneficiarse de un cambio de régimen”, analiza Fanar Haddad, especialista de Irak en la Universidad de Copenhague.

La oposición en el exilio” del régimen de Saddam estaba compuesta principalmente por movimientos chiitas y kurdos, recuerda.

Dos décadas después, las cosas no han cambiado y los mismos nombres siguen dominando la “casa chiita”, aunque muchos ya no ocupan cargos oficiales.

Entre ellos están Nuri al-Maliki, Ammar al-Hakim y Hadi al-Ameri.

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Muchos son antiguos opositores exiliados, procedentes de partidos conservadores e islamistas, y que durante mucho tiempo se refugiaron en Irán o en Europa para huir de la represión de Saddam Hussein.

Desde entonces “hemos asistido a una consolidación de la élite política”, afirmó Alshamary.

Lo que ocurrió en los últimos 20 años es que pasaron de ser funcionarios a ser simples jefes de partidos políticos, que siguen teniendo poder aunque técnicamente no tengan un cargo estatal”, continuó.

También han entrado nuevos actores en la escena política, como los Hashed al-Shaabi, facciones armadas pro-Teherán formadas para luchar contra los yihadistas del Estado Islámico (EI) ahora integradas en el ejército y con representación tanto en el gobierno como en el parlamento.

Ningún acontecimiento ha servido tanto a los intereses iraníes como la invasión de Irak en 2003″, resume Fanar Haddad.

Los fundamentos del sistema permanecen en gran medida inalterados”, confirma Haddad. “El acuerdo alcanzado por la élite en 2003-2005 sigue rigiendo la vida política”, agrega.

“Cambio generacional”

Y las disensiones que resquebrajan la “casa chiita” a veces conducen a episodios de violencia sin precedentes.

Las últimas elecciones legislativas de 2021 desembocaron en un estallido de enfrentamientos entre el campo proiraní y el turbulento Moqtada Sadr, que culminó en agosto de 2022 con una jornada de combates mortales en el centro de Bagdad.

Esta élite, a menudo acusada de estar desconectada de la base, se ve ahora desafiada por la calle, como lo ilustró el inédito levantamiento antipoder de octubre de 2019, que denunció la corrupción endémica, la decadencia de la infraestructura y el control iraní.

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Esas manifestaciones han sacudido especialmente la capital Bagdad y el sur del país, de mayoría chiita, pobre y subdesarrollado, pese a su enorme riqueza petrolera.

Alshamary apunta a un “cambio generacional” y una ruptura con el voto “identitario” del que habían disfrutado los partidos chiitas desde 2005.

La mayoría de los iraquíes nacidos después de 2003 (...) crecieron en un Estado en el que se enfrentan sobre todo a una creciente desigualdad de ingresos y corrupción. Es contra eso que luchan”, sostuvo.

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