Por Nelly Luna Amancio
El más recordado de los hallazgos científicos en el Perú ocurrió hace 124 años y acabó con la inmolación de su investigador: a sus 28 años, Daniel Alcides Carrión se inoculó la sangre de una paciente infectada con verruga y demostró con su lenta agonía que esta y la fiebre de La Oroya eran la misma enfermedad. “Solo a él, que vivió en un ambiente de aventura perpetua, en su nativo Cerro de Pasco, se le pudo ocurrir que la inoculación de brazo a brazo demostraría la “inoculabilidad” de la enfermedad de un ser vivo a otro”, ha escrito el reconocido médico Uriel García.
— ¿Qué otro hallazgo científico de esta trascendencia se ha hecho en el país después de este?, le preguntamos al científico físico Modesto Montoya, ex presidente del Instituto Peruano de Energía Nuclear.
— Me pones en problemas — dice, pero continúa— hay algunas investigaciones que se están haciendo en universidades, propiedades de algunas plantas que se están descubriendo pero que todavía no llegan a la parte comercial. En la parte física se están investigando algunas sustancias químicas que al verterlas en el agua podrían potabilizarla…
El hombre de ciencias recuerda más descubrimientos aislados, pero pronto pisa la realidad.
Si el número de registros de patentes mide el pulso del estado de la ciencia en un país (el invento se convierte en patente, y este en dinero para el científico y el país: así funciona el círculo), la nuestra es una situación más que angustiante. Basta mirar la infografía que ilustra esta página para entender que el Perú está en la cola del conocimiento: de 34 patentes registradas en 1993 se pasó a 28 en el 2007, número mucho menor incluso al de 1978, cuando se reportaron 50.
El discurso de las autoridades políticas —persistente y provocador— sobre la importancia del conocimiento en esta sociedad se queda, una vez más, en el papel. Según la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (una organización que maneja una base de datos de la región), el Perú invierte en investigación y desarrollo menos de 4 dólares anuales por habitante, mientras que Brasil supera los 60, Chile alcanza los 25 y Argentina bordea los 30. Comparación morbosa adicional: EE.UU. invierte por ciudadano 300 veces más: 1.200 dólares al año.
Conclusión: como el conocimiento o se compra o se produce, al Perú solo le queda comprar, y a precios muy altos. “La dependencia de las tecnologías extranjeras nos hace más pobres”, dice el presidente de la Academia Nacional de Ciencias, Roger Guerra-García. Hay un dicho recurrente entre los investigadores peruanos: ser científico en el Perú es como ser torero en Nueva York.
EXIGUO PRESUPUESTO El país, como sucede con varios otros campos, tiene una ley para la ciencia, pero, como sucede también con la mayoría de las mismas, es más retórica que práctica. Dice, por ejemplo, que el Concytec es el organismo rector del sistema nacional de ciencia y tecnología, pero en realidad no tiene competencia sobre lo que los institutos de investigación dispersos en los diferentes ministerios hacen o no.
“Cada instituto diseña su proyecto de manera independiente, y muchas veces las investigaciones se duplican”, explica Montoya. La falta de liderazgo —según él— se debe a que el Concytec no tiene rango ministerial (ver nota vinculada) y a que, por lo tanto, su presupuesto es escaso y sus decisiones no tienen peso.
El actual presidente de esta institución dependiente del Ministerio de Educación, Augusto Mellado, recuerda que el presupuesto se redujo dramáticamente durante el fujimorato hasta alcanzar los niveles actuales. “Aunque el año pasado se incrementó en S/.2 millones, ahora contamos con 14 millones”.
El Perú invierte solo el 0,15% de su PBI en el desarrollo de la ciencia; en Chile, es cuatro veces más. “La meta es alcanzar el 1,6% en cuatro años”, añade Mellado. Es optimista, pero Guerra-García no lo es tanto. “En el Congreso hay mucha ignorancia sobre el tema. Por ejemplo, en el Perú se gradúan no más de 10 doctores en ciencias al año, mientras que en Chile esta cifra se multiplica por diez; es esto lo que los debería preocupar, no el armamentismo”, dice.
La ciencia no es políticamente rentable porque no cumple dos principios básicos de la política peruana: inmediatez y visibilidad. Sus logros son a mediano y largo plazo, su impacto nada tiene que ver con ladrillos y cemento.
DECEPCIÓN ACADÉMICA “Estimados amigos: Les escribo estas notas desilusionado con el discurso del presidente García: ni una sola referencia a la ciencia. Un discurso con más de lo mismo, que tantos kilómetros de carretera, que tantas inversiones, que tanta mayor oferta de exportación de materias primas. Hubo sí, un deseo de que el Perú sea parte del primer mundo en el 2021. ¿Pero sabrá nuestro presidente que la única manera de ubicarse dentro de él es con desarrollo científico?”
Así comienza la carta que el científico Víctor Benavides escribió el 30 de julio a los 40 miembros de la Academia Nacional de Ciencias. Su decepción es compartida por todos sus integrantes. A Montoya, hace unos días, un investigador estadounidense le respondió un correo que había escrito recomendando a una joven investigadora: “Su recomendación es un poco incoherente, si esta joven es tan buena, ¿por qué no tiene trabajo en el Perú?”, le dijo. Montoya, avergonzado, se pregunta: “¿Cómo le iba a explicar que la ley nos impide nombrar profesionales, aunque sean buenos?”.