"El Reino Unido, anfitrión de la conferencia, está intentando convencer a los países del mundo de que hagan algo grande. Muchos de ellos dicen que reducirán sus emisiones casi a cero para el 2050 o el 2060" (Ilustración: Giovanni Tazza).
"El Reino Unido, anfitrión de la conferencia, está intentando convencer a los países del mundo de que hagan algo grande. Muchos de ellos dicen que reducirán sus emisiones casi a cero para el 2050 o el 2060" (Ilustración: Giovanni Tazza).
Justin  Gillis

El forcejeo lleva casi un tercio de siglo. Comenzó en 1992. Delegados de todo el mundo se reunieron en Río de Janeiro para celebrar una “Cumbre de la Tierra” en la que prometieron dejar de destrozar el planeta. Se redactó con prisa un nuevo tratado mundial y se le puso un gran título: la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático.

Era audaz, pues prometía estabilizar los gases de efecto invernadero en la atmósfera a un nivel que impidiera un peligroso calentamiento global. Y era ambigua, pues exigía a los países que no hicieran casi nada, excepto seguir reuniéndose y conversando.

¿Qué ha pasado con las emisiones desde que las naciones del mundo prometieron estabilizarlas? Han aumentado en más de un 60%.

El cambio climático se cierne sobre nosotros y la situación va a empeorar mucho. Por eso, no hay que ser demasiado escépticos para mirar con recelo la reunión que comenzó el domingo en Escocia.

Esta cumbre sobre el clima, que dura dos semanas, será la vigésimo sexta ocasión en la que delegados de todo el mundo se reúnen para debatir sobre el .

Sin embargo, esta vez, la reunión en Glasgow es bastante importante. Podría resultar muy perjudicial si termina en un estancamiento diplomático.

Para entender lo que está en juego aquí, retrocedamos un poco en el tiempo.

El primer intento por dotar al tratado sobre el clima de una verdadera fuerza fue el llamado Protocolo de Kioto, que entró en vigor en el 2008. Fue un esfuerzo para imponer objetivos y calendarios a los países más ricos, la mayoría de los cuales tenían emisiones altas. Los países en vías de desarrollo quedaron exentos, incluida China, a pesar de que sus emisiones ya habían empezado a aumentar considerablemente. Estados Unidos, el mayor emisor del mundo, se negó a adoptarlo, en parte por temor a incapacitar a la industria estadounidense en su competencia contra China. Al final, los recortes de emisiones de los países que ratificaron el Protocolo de Kioto fueron anulados por el aumento de las emisiones en el mundo en desarrollo.

Los negociadores volvieron a intentarlo en el 2009, en Copenhague. Pero un nuevo Gobierno Estadounidense, esta vez bajo el mandato de Barack Obama, no logró unir a los países del mundo en una causa común.

Ese fracaso preparó el terreno para un repunte. En el 2010, los negociadores abandonaron el intento de imponer objetivos y calendarios a los países reticentes. En su lugar, dijeron: ‘vengan y dígannos qué pueden hacer’. Ese enfoque tuvo un resultado asombroso: produjo una mayor ambición mundial. Al eliminar la presión de los objetivos obligatorios, casi todos los países se comprometieron a abordar el problema. Mucho mejor preparado esta vez, el Gobierno de Obama negoció directamente con China, y ambos países ofrecieron compromisos audaces para reducir sus emisiones.

A finales del 2015, ese enfoque culminó con el Acuerdo de París sobre el cambio climático. El cambio climático ahora se consideraba un problema que todos los países debían atender.

Aun así, los compromisos nacionales asumidos en París eran totalmente insuficientes. Tras reconocer esto, los delegados en París adoptaron un mecanismo de “engranaje” que requiere que los países se presenten cada cinco años y hagan promesas nuevas y más enérgicas. Esto debía ocurrir en el 2020, pero se retrasó un año por la pandemia. Así que es en Glasgow, este año, en donde deben presentarse los primeros compromisos nuevos.

El Reino Unido, anfitrión de la conferencia, está intentando convencer a los países del mundo de que hagan algo grande. Muchos de ellos dicen que reducirán sus emisiones casi a cero para el 2050 o el 2060, y los más osados establecerán objetivos para el 2030.

Pero las emisiones no son el único problema. Los países ricos prometieron destinar US$100.000 millones al año para ayudar a los países pobres a hacer frente a la emergencia climática y no han entregado la suma completa. Estados Unidos es uno de los morosos más grandes. Se espera que haya mucha agitación en torno de este tema. Es uno de varios que podrían hacer que la conferencia se disuelva entre recriminaciones y fracasos.

Que empiece el forcejeo. Dejemos que los líderes mundiales se comprometan y luego volvamos a casa para emprender el trabajo real.


–Glosado, editado y traducido–

© The New York Times