Marco Velarde

A nueve meses de gobierno y con menos de 30% de aprobación durante tres meses consecutivos, muchos se preguntan por qué Castillo aún es presidente. Hasta el expresidente “más limpio” de los últimos 30 años propone sacarlo.

Castillo ha demostrado no estar apto para el cargo que ocupa. Destapes como los del pasaje Sarratea lo definen como corrupto; los paros de marzo, como ineficiente; más de 40 ministros en nueve meses, como inefectivo; contratar a personas con prontuario, como informal; encerrar a más de diez millones de personas, como inmoral. Su inhabilidad para convocar Gabinetes serios denota su falta de liderazgo. Esta ineptitud es la base de su incapacidad administrativa y moral.

Sin embargo, aún no hay políticos que hayan podido convencer a la ciudadanía de esto y que un futuro sin él como presidente sería mejor. Dentro del Congreso, ni los ‘tiktokeros’ (como Tania Ramírez), los pseudo presidenciables, (como Chiabra o Montoya) o líderes de partidos (como Fujimori o López-Aliaga). Fuera del Congreso, ni los conservadores (como Del Castillo), neoconservadores (como Ghersi), líderes mayores (de Nieto a De Soto) o jóvenes (como Lazarte).

Todos quieren sacarlo, pero no pueden. Cuando Castillo comete un error, la población se enciende y los medios lo incendian. Cuando parece que todo está dicho, aparece la oposición. Sus comentarios antidemocráticos confirman la decisión de los que lo apoyaron. Comentarios como el de Montoya –”hoy día pensaban saquear Lima, bajar de los cerros a saquear la ciudad”– confirman una desconexión con el pueblo. Acciones como los videos de TikTok de Ramírez afirman su informalidad. Por último, el apoyo público de líderes relacionados a corrupción hace pensar que todo podría ser peor.

Y así, regresan las dudas de la izquierda. A pesar de su aflicción con Castillo, aún no están convencidos. Prefieren callar. El apoyo a la vacancia se desinfla y el conteo de votos regresa a fojas cero. Aparte, debido a las vacancias pasadas, hoy dudarían en votar a favor si no los convencen de que el futuro será mejor. Sin ellos, la oposición no podrá generar una corriente de opinión que presione a los congresistas y, así, nunca obtendrán los votos.

Algunos dirán que los que votaron por Castillo nunca aceptarán su equivocación. Pero la desaprobación refleja lo contrario, lo que significa que no es tanto la culpa de los que votan “en contra” de la vacancia, sino de la inefectividad de la campaña “a favor”, que la usan más como medio que como fin.

La oposición juega más a ser vista que a hacer política, intentando convencernos de la incapacidad de Castillo. No han logrado crear un mensaje que sea reforzado con investigaciones, evidencias, pronunciamientos y debates, y que proponga una mejor opción futura para el país. No lo han hecho.

Los pedidos de vacancia de los congresistas Chirinos y Montoya son prueba. Fueron tan improvisados que este último lo presentó diciendo “los votos los vemos después”. Mientras tanto, los técnicos y empresarios critican las iniciativas del Gobierno, la sociedad protesta y los medios retumban las noticias. Todos esperando que los políticos hagan su trabajo. Al final, tener una opinión, visibilidad y presentar la propuesta es solo una parte del trabajo de un político. La otra parte es convertirla en realidad. Quizá, al igual que el presidente, los que hoy se le oponen tampoco dan la talla.

Marco Velarde es consultor internacional