Alonso Cueto

Es un placer leer “Lima. Las calles de la Ciudad de los Reyes”. Es un gusto ver el detalle con el que este libro cuenta la historia de cada calle, de cada barrio, de cada zona de la ciudad. Estupendamente escritas por Juan Guillermo Lohmann Luca de Tena y publicadas por el Congreso de la República, estas páginas permanecerán como una fuente de información y una reserva de la ambigua alma limeña.

Nos enteramos de algunas historias. Una de ellas es la del río Huatica, parte de la amplia red de canales del Rímac, que el cronista fray Juan Meléndez calificó de “inmensos cual vitales venas”. Nos enteramos incluso de que el Huatica precolonial tenía algunos puentecillos y que pertenecía al señorío de los Guadca, en la zona donde hoy se levanta la unidad Melitón Carvajal. Nos enteramos también de que el río alcanzaba varias zonas de ; entre ellas, la que hoy conocemos como distrito de Lince, que debe su nombre a don Fernando de Lince, hacendado, y el de San Isidro, que corresponde a los condes de San Isidro, los Gutiérrez de Cossío. Nos enteramos del antiguo puente colgante que los españoles encontraron sobre el , hecho con madera y sogas de mimbre, y luego sustituido por otro de “troncos anclados u horcones de madera”, que fue conocido como “la puente de palo”, así, en femenino, como recalca el autor. Nos enteramos de que la piedra para construir el puente que vino luego se obtuvo de la cantera del , llamado así por Antonio del Solar, uno de los primeros vecinos de Lima. Nos enteramos también de que en Lima hubo alguna vez, a mediados del siglo XIX, 300 campanas. Estas repicaban con tanta frecuencia que, en 1866, hubo una disposición que regulaba su uso. Esta medida hizo que el sacerdote y periodista Antonio Roca y Boloña protestara contra el gobierno con tanta fuerza que terminó en el calabozo. Nos enteramos de calles como Pescadería, parte de lo que luego sería Carabaya, que debe su nombre probablemente a la venta de pescados, como concluye el autor. Nos enteramos de la historia de la , que empezó a llamarse así desde 1911 como muestra de gratitud al almirante , a cargo de la flota francesa durante los meses de la invasión chilena. Nos enteramos de la calle Lártiga, en el Cercado, que en algún momento recibió el nombre de “señoras Ramírez” por la familia que vivía allí. No lejos estaba la calle Mantas, donde existió una famosa tienda de fotografía Valverde y la relojería de Jean Laboup. El primer retratista de Lima, el italiano Diatti, se instaló allí en 1842. En esa calle estuvo también el primer local del Banco Italiano, antecesor del Banco de Crédito; el hotel El Globo, que se llenaba de aficionados a las corridas de toros; y la tienda de música de Inocente Ricordi.

Cada calle tiene sus personajes y locales. El libro también está lleno de mapas, ilustraciones y fotografías; entre ellas, las de algunos lugares desaparecidos de Lima, como la Iglesia de la Encarnación, al lado de la Plaza San Martín. Con esta lectura tan entretenida, amena e interesante, recordamos también la valiosísima labor de restauración que han hecho el arquitecto Bogdanovich y la Municipalidad Metropolitana bajo el mandato de en años recientes.

La ciudad que aparece en “Lima. Las calles de la Ciudad de los Reyes” está en parte en el recuerdo y la imaginación de todos. Gracias a este libro, reconocemos una ciudad llena de historias y de nuestra historia. Algo de orgullo y de ánimos podemos sentir.

Alonso Cueto es escritor