“La ciudadanía exige que el gobierno de Pedro Castillo defina su norte –que, por lo visto, hasta el momento no lo encuentra– y que deslinde de una de las peores lacras de nuestra historia: la corrupción”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
“La ciudadanía exige que el gobierno de Pedro Castillo defina su norte –que, por lo visto, hasta el momento no lo encuentra– y que deslinde de una de las peores lacras de nuestra historia: la corrupción”. (Ilustración: Víctor Aguilar Rúa).
/ Víctor Aguilar Rúa

Hace unos días, el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) publicó en la que la mayoría de peruanos y peruanas afirmaba inclinarse hacia posiciones políticas de centro. De esta manera, y de acuerdo con dicho dato, podemos afirmar que hemos regresado a la “normalidad”. Sin embargo, esta información también puede interpretarse de otra manera: la mayoría en el país ya no quiere más ruido político y prefiere que las diversas fuerzas políticas logren un consenso para sacar al Perú de la grave situación en la que se encuentra a causa de la pandemia del y de la crisis económica producto de ella que, entre otras cosas, ha aumentado el desempleo. De igual manera, la ciudadanía exige que el gobierno de defina su norte –que, por lo visto, hasta el momento no lo encuentra– y que deslinde de una de las peores lacras de nuestra historia: la corrupción.

Por un lado, vemos marchas y contramarchas al interior del Ejecutivo e incluso dentro del partido . Un amplio sector de la ciudadanía observa la inacción del Gobierno para resolver demandas urgentes de salud, educación y otros servicios que requieren soluciones impostergables para superar la brecha social producto de la desigualdad.

Salvo una minoría, nadie niega que deben hacerse transformaciones inmediatas en el país; sin embargo, en lo que la mayoría coincide es en que estas transformaciones tienen que realizarse dentro de un proceso democrático, algo que no se ve en el Ejecutivo y en ciertas bancadas del Congreso que brillan por sus posiciones autoritarias, retrógradas, excluyentes, racistas, misóginas y homofóbicas.

La democracia es empoderamiento del ciudadano. Implica una participación plena a través del ejercicio de la democracia directa. Por ello, debe ser paritaria. Sin embargo, en los últimos 40 años, no hemos visto un Ejecutivo con tan poca presencia de mujeres. Este es un indicador de la cultura patriarcal de , el presidente del Consejo de Ministros impuesto por y aceptado sin chistar por Castillo.

Si realmente queremos lanzarnos hacia una gran transformación democrática y social, es fundamental garantizar las plenas libertades públicas, la igualdad, la dignidad de peruanas y peruanos, y el autogobierno. El presidente Castillo ha dicho que respetará las reglas democráticas. Eso está bien, pero antes debe deshacerse de ciertos compañeros de viaje autoritarios.

El otro gran problema es el de la corrupción. En este contexto, hay dos casos que sobresalen, porque se trata de personas con poder e influencia y, en el caso de una de ellas, muy próxima al mandatario. La primera es Vladimir Cerrón, una especie de Vladimiro Montesinos que profesa una ideología totalitaria y que viene siendo investigado, entre otras cosas, por lavado de activos. Según el fiscal Rafael Vela –que a lo largo de su trayectoria ha demostrado que “no se casa con nadie”–, una organización criminal insertada dentro de Perú Libre habría lavado activos en el marco de la campaña electoral de este año. Pero hay más. La fiscalía anticorrupción de Junín, a través de la fiscal Mary Huamán, para Cerrón por el presunto delito de colusión agravada. El otro caso es el de , cuyo juicio por los aportes a sus campañas presidenciales se ha reanudado.

Estos hechos, entre otros, están afectando la imagen del Gobierno, que debe comprender que este no es un tema ideológico o político y que, si continúa como hasta ahora, puede arrastrar al Ejecutivo hacia una crisis moral y política. Pedro Castillo debería de considerar las palabras del expresidente Fernando Belaunde, en lugar de seguir escuchando a Cerrón: “La política no es el asilo de los sinvergüenzas, ni el hogar de los corruptos. La política es un gran apostolado al servicio de los pueblos”. Tenemos a un presidente que ha sido maestro rural. Ese es un gran apostolado que debería de continuar en su gobierno. Pero primero tiene que deshacerse de los perseguidores de apóstoles que todavía lo rodean. Esa sería una gran revolución moral, que es la que necesita el Perú.