(Foto: Archivo El Comercio)
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Fernando Rospigliosi

El desastre del censo probablemente le pasará una elevada factura política al Gobierno básicamente por dos razones. La primera, porque sus fallas han tenido una muy amplia difusión y el Gobierno no ha sabido manejar los errores, no ha hecho un oportuno control de daños. La segunda, que golpea la ya magullada principal virtud del Gobierno –alabada desde el principio por sus partidarios y por muchos observadores independientes–, su capacidad tecnocrática.

Casi todo se hizo mal en el censo, empezando por la escasa difusión previa a pesar de que, como es obvio, el Gobierno sabía de su realización con mucha anticipación. Luego vino la absurda confusión de la amenaza de detención de los ciudadanos que se atrevieran a salir de sus casas el domingo, con la posterior reculada. No hubo –el mismo error de otros casos– el liderazgo de un ministro o funcionario del Gobierno encargado de coordinar la acción de los diferentes sectores y de comunicar coherentemente a la ciudadanía los objetivos del censo y los detalles de la organización.

Quien debió encabezar la tarea en este caso es Mercedes Aráoz, la presidenta del Consejo de Ministros, de cuyo sector depende el INEI (Instituto Nacional de Estadística e Informática). O pudo delegar esa función en alguien adecuado. No hizo ni lo uno ni lo otro.

A estas alturas, con una trayectoria relativamente larga, Aráoz debería haberse dado cuenta de que en su puesto no basta prodigar sonrisas en reuniones con políticos y entrevistas con los medios. También hay que gestionar el paquidérmico Estado Peruano. “Ensuciarse los zapatos” no significa solamente viajar a provincias y tomarse fotos con gente del pueblo para mostrar su preocupación por sus necesidades, sino, en casos como este, dedicar horas y horas a pesadas reuniones burocráticas en una oficina coordinando, supervisando y corrigiendo los errores. Evidentemente, no lo hizo y ahora debe responder por eso.

Por supuesto, por el corto tiempo que tiene en el cargo, Aráoz no es responsable de la situación del INEI. Pero el Gobierno del cual forma parte sí lo es. Quince meses después de haber asumido el mando no pueden evadir su obligación de haber tomado las riendas del INEI –se supone un organismo importante para la tecnocracia gobernante– que tenía al frente a un “encargado” desde el 2015.

Los tardíos intentos de Aráoz para tomar el control de la situación y arreglar el descalabro no han mejorado las cosas. Despidió abruptamente al jefe del INEI e inmediatamente después declaró: “Tenemos un censo que está bien hecho”. Si lo hizo bien, ¿por qué lo echó? La coherencia no parece ser una de sus características.
Responsabilizar a la prensa de los errores del Gobierno, como hizo Aráoz el jueves, no parece tampoco una buena justificación: “Pido a los medios periodísticos que usen estadísticas y evidencias y no anécdotas”.

El fracaso del censo ha hecho sonar una alarma que dispara otras inquietudes. Como ha señalado Patricia del Río en esta página: “Pronto se iniciará una larga etapa de reconstrucción y los peruanos, con razón, levantan la ceja y se preguntan: si estos han sido incapaces de organizar un retrato [el censo], ¿cómo van a hacer para levantar ciudades y sacarlas del barro?”. (26/10/17).

La controversia entre el saliente encargado de la reconstrucción, Pablo de la Flor, y varios gobernadores regionales es una señal de que las cosas en esa delicada e importante tarea no están marchando como debieran. De la Flor ha hecho públicas las deficiencias de gobiernos regionales y municipales para afrontar los desafíos de la reconstrucción y propuesto que la entidad que hasta ayer él dirigía tenga una unidad ejecutora que se encargue directamente de realizar las obras a fin de acelerar el proceso, que ya está dando lugar a manifestaciones de impaciencia de los afectados.

No obstante, Aráoz no parecía respaldar a De la Flor, que dependía de su ministerio, y más bien intentó ponerse de mediadora entre él y los gobernadores. Es decir, lo había dejado solo.

En suma, la capacidad tecnocrática del gobierno de lujo está siendo consistentemente cuestionada en asuntos que se supone los tecnócratas deberían resolver con rapidez y eficiencia. Si casi todos, adversarios y amigos, coinciden en que la habilidad política del Gobierno es pobre y ahora se discute e impugna su principal fortaleza, ¿con qué nos quedamos?