El presidente Martín Vizcarra participó en la clausura del Décimo GORE Ejecutivo en Palacio de Gobierno. (Foto: Miguel Bellido / GEC)
El presidente Martín Vizcarra participó en la clausura del Décimo GORE Ejecutivo en Palacio de Gobierno. (Foto: Miguel Bellido / GEC)
Juan Paredes Castro

quiso tener, desde el primer minuto de su asunción al poder, su propio vuelo presidencial. Deseaba marcar diferencias. En efecto, despegó con hoja de ruta propia, pero metafóricamente en el mismo avión que había ocupado su renunciante antecesor Pedro Pablo Kuczynski y con una tripulación que incluía a la vicepresidenta Mercedes Araoz como repuesto constitucional.

Vizcarra proyectó un vuelo de gran altura que lo llevaría, hacia el 2021, a inscribir algunos objetivos cumplidos en la memoria histórica no solo del fin de su gobierno, sino del bicentenario de la independencia. Deseaba pasar a la historia.

Sin embargo, por lo que estamos viendo ahora, el mandatario ha tenido que reconocer, dadas las circunstancias, que es más sensato optar por un vuelo de media altura, con el claro riesgo de crecientes turbulencias provenientes de la oposición y también de quienes, irónicamente, pretenden sostenerlo.

Resulta así que la reconstrucción del norte se complica ahora con la reconstrucción del sur, que la reactivación de la economía entra en suspenso porque el crecimiento de 4% no alcanza para las metas de redistribución social, que el Gabinete Ministerial no acompaña homogénea y articuladamente al presidente porque este se empeña en mantenerlo en la sombra, y que el acceso del Perú al exclusivo club de países desarrollados (OCDE), que parecía cantado a coro, se distancia más, haciendo evidente la delantera de México, Chile y Colombia.

El vuelo en el que Vizcarra ha cifrado todas sus energías, esto es, el vuelo de la anticorrupción, vuelo de Estado, junto con ministros, procuradores, jueces y fiscales más una opinión pública esperanzada en la promesa de “acabar finalmente con la corrupción”, tendrá que ser, a contracorriente de lo anunciado, un vuelo a media altura.

El propio presidente comprende que el Estado no está estructurado para una cruzada anticorrupción drástica y efectiva, porque, entre otras cosas, no hay una estrategia que abarque, por ejemplo, algunas emblemáticas medidas anticorrupción en sectores claves del Gobierno como para empezar a barrer por casa.

Por el contrario, se descubre cada vez más que el Estado está estructurado para la impunidad. Por ahora, el vuelo presidencial anticorrupción puede continuar, pero solo bajando a tierra en paracaídas a algunos comandos anticorrupción como los fiscales Vela y Pérez.

Este contacto –no del Estado, sino de un par de fiscales– con la realidad, de acuerdo al convenio suscrito con , permitirá sin duda la revelación y confirmación de todo lo que falta para completar una parte del rompecabezas de sobornos y coimas entregados a líderes políticos y altos funcionarios del Estado.

La otra parte del rompecabezas tendrá que venir por la vía de los ciclos de corroboración de evidencias y delaciones, las acusaciones fiscales y los procesos judiciales en un largo camino, quizás más allá del 2021.

Por último, la explicación pendiente de Vizcarra sobre sus vínculos con las empresas ligadas a Odebrecht y sobre los no esclarecidos aportes de campaña en Peruanos por el Kambio frena notoriamente el vuelo presidencial y su aterrizaje en el 2021.