Gol de Edison Flores en el Perú vs. Chile por Copa América. (Foto: AFP)
Gol de Edison Flores en el Perú vs. Chile por Copa América. (Foto: AFP)
Renato Cisneros

Son casi las cinco de la mañana en Madrid, acabo de regresar de ver el y la puerta de casa no abre. Se ha trabado. Por más que introduzco y giro la llave de forma correcta, la cerradura no cede. Podría tocar el timbre, pero adentro duermen mi mujer y mi hija, y por mucho que la selección haya ganado no me perdonarían la impertinencia de despertarlas a estas alturas de la madrugada. Además, prefiero ahorrarles el burdo espectáculo de verme con unos tragos encima, por más que mi estado de ebriedad hoy se encuentre plenamente justificado, pues hace 44 años que no llegábamos a una final de , una proeza histórica que disculpa cualquier exceso, una alegría tremenda considerando que hemos superado línea por línea al combinado chileno más arrogante de las últimas décadas.

Ahora coloco la llave en el agujero y fuerzo un poco. Pienso: ya se abrirá. En noviembre ocurrió algo similar y después de media hora de intentos conseguí abrir la puerta, así que es cuestión de insistir nomás. Pasado un lapso, busco en YouTube tutoriales para destrabar cerraduras. Hay decenas. Muchos robos deben haberse perpetrado siguiendo estos consejos; sin embargo, ninguno surte efecto conmigo. No tengo ganzúa ni martillo. Comienzo a desesperarme. Busco en Google el teléfono de algún experto que pueda auxiliarme; en Perú lo llamaríamos ‘chapero’, pero aquí ese nombre podría conducirme a un grave equívoco. Una vez, hace años, en Tenerife, mi buen amigo J tuvo un percance intentando abrir la puerta de su casa. Salió en su auto descapotable a buscar ayuda. Iba con su acostumbrada corbata pajarita de colores vivos, mirando a ambos lados de la avenida, a cada minuto más angustiado. Al llegar a una esquina donde se apelotonaba un grupo de chiquillos con aspecto de regresar de un partido de fútbol, bajó el vidrio de su convertible y alzó la voz: “Muchachos, dónde consigo un chapero, es urgente”. Los chicos lo miraron con asco. “Aquí no, tío, aquí no”, le espetaron antes de retirarse en estampida. Ese día mi amigo aprendió que en España ‘chapero’ significa ‘gigoló’. Lo que en realidad buscaba era un ‘chapista’ o, más castizamente, un ‘cerrajero’.

Vi el Perú-Chile junto a mis amigos Andrés y el ‘Chino’ Percy, en casa del segundo. “En casa del ‘Chino’, Perú nunca pierde”, había comentado Andrés el sábado anterior, después de los penales contra Uruguay, así que, por cábala o superstición, prometimos repetir el plato en las semifinales. El gol de ‘Orejas’ lo festejamos contenidos, cuidándonos de no interferir en el sueño de la esposa y las hijas del ‘Chino’, pero los goles de Yotún y Guerrero los gritamos sin culpa ni consideración en medio de la quietud madrileña, abrazándonos, saltando en ronda, como si fuésemos otra vez adolescentes, como si así pudiéramos vengar o más bien corregir las muchas, incontables derrotas y eliminaciones sufridas a lo largo de décadas.

Pero eso sucedió hace ya un buen rato. Ahora estoy aquí, añorando mi almohada, tratando de vulnerar la maldita cerradura. De pronto noto que no es el efecto de las copas lo que me desconcentra, sino los sofocantes 30 grados de temperatura de este infernal verano europeo. Desisto de mi propósito y telefoneo a un cerrajero de urgencias; el celular me devuelve la voz pastosa de un tipo malhumorado que me informa que el servicio cuesta 200 euros. “¡Con esa plata duermo dos noches en el Only You de Atocha!”, le grito antes de colgar. Cansado, ebrio, sudoroso, con la mano llena de ampollas y el antebrazo agarrotado, estoy a punto de tocar el timbre, pero me abstengo.

Entonces resoplo, evoco el esfuerzo de los jugadores de la selección, creo percibir la voz de Gareca diciéndome “pensá” y tuerzo la llave con maña, con lo último de mis menguadas fuerzas, y ahí es cuando se oye un clic milagroso y las puertas crujen y se abren de par en par como dos brazos dándome la bienvenida, y entonces me dejo caer dentro de casa con una sonrisa de satisfacción en la boca, una sonrisa de gol, de quien sabe que está de vuelta, por fin, en una final. //

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