Jerónimo Pimentel

Las novelas más memorables que leí este año fueron dos y pertenecen a la misma autora, la española Bárbara Blasco. Las ficciones, ambas publicadas por Tusquets, son La memoria del alambre y Dicen los síntomas. En ellas, Blasco construye una sensibilidad en conflicto entre el pasado y el presente a partir de arcos narrativos limpios y sencillos. La arquitectura no es lo que llama la atención, sino la precisión verbal, la tensión del lenguaje para referir lo más difícil de abordar en literatura: el amor y la muerte, la seducción y la pérdida, el aprendizaje y el olvido. Todo ello, además, de una manera envolvente e incluso entretenida, si es que se entiende por esto la capacidad de captar la atención del lector sin declinar jamás. Haría bien el lector en dedicarse a ambas entregas.

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Junto a ella, invitaría a leer Yo maté a un perro en Rumanía (Sexto Piso), de la peruana Claudia Ulloa Donoso. Aquí la protagonista es una mujer latina que enseña noruego a inmigrantes. Adicta a los calmantes y al alcohol, convive con su soledad sumida en la depresión. Un amigo y exalumno suyo la rescata y la lleva consigo a un viaje por carretera a Rumanía, su país. Sin entender una palabra, el aislamiento idiomático tiene por efecto abrir la puerta de su sensibilidad, por lo que la narradora se deja llevar a un viaje de contemplación y descubrimiento capaz de alcanzar honduras y producir conocimiento. Notable.

Dentro de la no ficción, se publicaron en Perú algunos volúmenes fundamentales: Lo popular viene del futuro (Siniestra), compilación de textos de Roberto Miró Quesada, lúcido crítico cultural marxista fallecido demasiado pronto; Los juicios finales (PUCP), de Peter Elmore, erudito ensayo sobre el entendimiento del indio desde los campos político y cultural en el siglo XX peruano; y Lucha revolucionaria (1958-1967) (Achawata), de Jan Lust, quien dibuja un enorme fresco sobre cómo inició la violencia social y política en el Perú no solo a través de fuentes documentales, sino también de entrevistas con sublevados y represores, lo que permite una vívida historia oral.

Ya en terrenos literarios, Guillermo Niño de Guzmán ha compartido el sobresaliente Hasta perder el aliento (Tusquets), una antología de sus cuadernos de lector, un lujo que permite entender y disfrutar el acercamiento que el gran cuentista tiene con la literatura y el jazz a través de autores y artistas. Se encuentran aquí pequeños ensayos, artículos libres, versiones y diversiones, como diría Paz, que permiten atisbar una sensibilidad exquisita. Imprescindible también el acercamiento a Vallejo en Trilce, poema por poema, de Víctor Vich y Alexandra Hibbett, un volumen que abre la puerta a los neófitos y descubre niveles de lectura a los ya iniciados en la obra de nuestro poeta mayor.

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La poesía peruana fue generosa, pero dos títulos merecen distinción: Michael Prado revisitó la estética urbana en el sugerente Bodisatva en el Centro de Lima (La Balanza); por su parte, José Carlos Yrigoyen reimaginó las fronteras de ética y estética en Ciclo del partido de la caridad (AUB), un aporte a su nutrido cuerpo poético.

No es este un ranking, solo una revisión de libros que quisiera recomendar. Tampoco es un repaso exhaustivo, pero puedo asegurar que, si bien los volúmenes mencionados demandan una disposición, ofrecen todos la mayor recompensa posible: la posibilidad de sentir, imaginar, pensar y vivir a través de las palabras. //

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