El domingo 22 de marzo de 1959, el aeropuerto internacional de Limatambo (Córpac) hervía de gente. Ese día por la mañana llegó al Perú un joven Alejandro Olmedo, que en dos días iba a cumplir 23 años. El tenista arequipeño de nacimiento, pero nacionalizado estadounidense, había dado el triunfo en la Copa Davis a los Estados Unidos, coronándose así campeón mundial el 31 de diciembre de 1958.
Pero, si bien Olmedo le dio el triunfo como país a EE.UU., los peruanos lo sentimos también como una victoria para el Perú y así lo festejamos, esperándolo apenas bajó del avión que lo traía del norte del continente y levantándolo en hombros.
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El maestro Olmedo estaba nacionalizado norteamericano, pero su amor al Perú era evidente. Fue un hijo del Perú el que había dado la cara y había enfrentado con éxito el partido decisivo de la Copa Davis en Australia, ante el local e imbatible Ashley Cooper, un campeón de campeones.
Desde el auto que lo llevaría por las calles de Lima, ‘El Cacique’ Olmedo pudo ser testigo de que éstas estaban adornadas con banderolas que traían su imagen impresa para la eternidad. Los Laureles Deportivos del Perú lo esperaban para posarse en sus sienes.
Menos de tres meses después de esa final soñada en Australia, Alejandro Olmedo abrazaba de esta forma a sus compatriotas en Lima y jugaría para ellos un partido de exhibición muy comentado y recordado por muchos y ante un público que llegó a las 30 mil almas en el Estadio Nacional, el gran coloso de José Díaz, inaugurado en 1952, durante el gobierno de Manuel A. Odría.
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En esa ocasión, el maestro arequipeño jugó contra el joven Earl Butch Buchholz, de 18 años, un campeón junior estadounidense. Allí ganó Olmedo y recibió de nuevo, como en el aeropuerto, el fervoroso cariño de la gente. Sus hinchas lo cargaron en hombros como todo un triunfador. Alejandro Olmedo era la estrella que el Perú necesitaba adorar en ese momento.
Luego de estar un día en Lima, no esperó más tiempo para volar de nuevo, al día siguiente, el lunes 23 de marzo de 1959, a su tierra y la de sus padres: Arequipa. Viajaría para ver a sus progenitores y a sus hermanos adolescentes y niños aun, quienes eran sus principales hinchas.
Allí, en esa tierra blanca y volcánica, al sur del Perú, lo recibirían como un héroe, como un atleta griego que merecía una y mil veces los Laureles Deportivos del país de sus eternas raíces.
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Pero el tenista campeón de la Copa Davis seguiría cosechando otras hazañas más, como ganar el campeonato de Wimbledon, el 3 de julio de ese mismo año, convirtiéndose así en el primer sudamericano en obtener ese título y el Nº 1 del ranking mundial de tenistas amateurs.
Antes de ese abierto inglés del 59, Olmedo había declarado: “Jugaré pensando en mi querida patria y en mis amigos del Perú. Sé que el rival es muy difícil, pero tengo fe”. Y además declaró al diario El Comercio, luego del partido final, algo que ya había dicho en Lima, aquella mañana dominical del 22 de marzo de 1959: “Mi arma secreta es la fe en mí mismo”.
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