“Quizás sea más importante en la época del covid poder pasar un momento de relax en medio de esta completa belleza”, sonríe, tras su mascarilla, Pascal Smet, responsable de Patrimonio en el gobierno de la región de Bruselas.
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El político hace de guía para un puñado de periodistas en la Casa Solvay. Y emplea deliberadamente el adjetivo “completa” para describir esta mansión de tres pisos, con su majestuosa escalera bañada por la luz natural que entra a través de una vidriera multicolor.
Construida por Horta entre 1895 y 1903 para un hijo del industrial belga Ernest Solvay, el lugar conserva el abanico completo de creaciones del maestro del ‘Art Nouveau’, desde la estructura visible del edificio hasta los tiradores de las puertas.
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“Da la sensación de un edificio perfecto. Todo está pensado hasta el último detalle”, subraya Smet en una sala con tonos amarillos, naranjas y beis, donde el color cálido de los sillones hace juego con la ‘boiserie’ o revestimiento de madera.
La Unesco inscribió la Casa Solvay en su lista de patrimonio mundial a principios de los 2000. Según el organismo de la ONU, es “la obra más ambiciosa y espectacular de Horta que ha llegado hasta nuestros días del período del Modernismo”, un estilo que a finales del siglo XIX revolucionó la arquitectura con su estilo de curvas aplicado a materiales novedosos de la época, como el vidrio y el acero.
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“Salvada de la demolición”
La mansión vivió una agitada historia tras la muerte de su primer propietario en 1930. Dañada por una bomba alemana durante la Segunda Guerra Mundial, que obligó a reconstruir la vidriera principal, fue “salvada de la demolición” a finales de los años 50, cuando una pareja que dirigía una casa de moda decidió comprarla para montar su taller.
Entonces, en la avenida Louise, el amplio bulevar donde se sitúa el edificio, proliferaban los grandes inmuebles de oficinas y los promotores amenazaban incluso a las construcciones modernistas, asegura el nieto de la pareja y actual propietario, Alexandre Wittamer, de 43 años.
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“Parece difícil de imaginar, pero en los años 50-60 todo estaba autorizado en Bruselas y se demolían incluso edificios modernistas, ya fuera de Horta o de otros arquitectos”, explica este ejecutivo financiero que organiza ahora las visitas.
Por ahora, solo se podrá visitar esta joya arquitectónica los jueves y sábados, siempre y cuando se haya reservado una franja horaria en su página web, al igual que ocurre en los museos belgas abiertos durante la pandemia.
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A falta de turistas extranjeros, la región de Bruselas, socio financiero, usa la carta del público nacional y de este “bello edificio poco conocido por los bruselenses”, según Smet.
Desde los años 80, tras el final del negocio de la costura, la Casa Solvay se utilizaba para eventos privados y solo podía visitarse en contadas ocasiones, como durante las Jornadas del Patrimonio. La antigua casa y taller de Victor Horta (1861-1947), no muy lejos de allí, se convirtió en un museo en 1969.