Messi te obliga a escribir distinto. Cuando era más que seguro que en una Buenos Aires fría de once grados las redacciones estaban por cerrar buscando el adjetivo perfecto para un partido trabado, aburrido y hasta decepcionante, a Moisés Caicedo, el ecuatoriano más caro de todos los tiempos, se le ocurrió patear ligeramente a Lautaro Martínez al borde del área para que, a veintipocos metros, Hernán Galíndez sintiera un miedo justificado.
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Y claro que lo estuvo. Messi ejerció la única dictadura justificada y agarró el balón para patear un tiro libre tan bello como tantos otros que ya hemos visto y para arreglar el guion de un encuentro que parecía condenado al más profundo de los olvidos. El ‘10′, sobre quien incluso ahora es difícil escribir porque todo lo que se tenía que decir sobre él probablemente ya se ha dicho, la “mandó a guardar” con más naturalidad incluso que con la que muchos hacemos trámites. Seguramente se nos complican más.
El resumen del partido podría terminarse en párrafo y medio, porque Argentina inició el primer tiempo peleando contra sí misma. A pesar del gran mérito estratégico y del poderío físico ecuatoriano, los de Scaloni necesitaban rebasar esa barrera condenatoria a la que algunos llaman “síndrome del campeón”.
Más que un mantra o un vicio periodístico -padre de los lugares comunes, amo, señor y dueño de los procesos cognitivos- este síndrome tiene mucho de situación astrológica: nadie sabe si es verdad, pero cuando pasa se puede señalar con el dedo. Cuando te pasa a ti, casi nunca se tiene el rubor de llamarle destino.
¿Qué otro récord ha logrado Messi con su gol de tiro libre?
El golazo de Lionel Messi no solo significó la victoria de Argentina, también es para Leo un nuevo registro en los tantos récords que tiene.
Además de jugar su sexta Eliminatoria, al igual que Paolo Guerrero, el argentino se volvió uno de los goleadores del certamen. Mientras que igualó un registro de Juan Román Riquelme, tal como data el estadístico Míster Chip.
Goles de tiro libre en Eliminatorias
- 4: Messi (ARG), Riquelme (ARG)
- 3: Javier Chevantón (URU), José Luis Chilavert (PÄR), José Manuel Rey (VEN)
Los más avezados lo explican como esa presión psicológica que tiene quien llegó a la cima y luego no encuentra otra. Y al que llegó hasta arriba sólo le queda caer, dirían los deterministas. Sin embargo, aquella brecha invisible, más conectada a la ficción que al pragmatismo, suele tirar más para el lado de los vencidos que de los vencedores a menos que llegue el quiebre. Uno que es más fácil con Messi de tu lado.
Por supuesto, y que no se malinterpreten estas palabras, dicho factor no es concluyente. Incluso con el mejor del mundo y del siglo en tus filas, puedes fracasar ¿Qué hacer entonces? Algo distinto. Muy distinto y que no se parezca a lo que venías haciendo.
Argentina después de Qatar era una fiesta eterna y una liminalidad constante. La selección, además, se había acostumbrado a no jugar mal y a ser un carnaval de confianza y pases certeros. Aunque no haya tenido rivales muy exigentes, el idilio parecía interminable. La pregunta siempre era cómo hacer para que el siguiente golpe no fuese tan fuerte.
Los primeros cuarenta y cinco minutos, De Paul peleaba por no caerse, Lautaro Martínez buscaba justificaciones para dejar a Julián Álvarez en la banca y Messi se daba cuenta de que los ecuatorianos no juegan en la MLS. “Dibu” Martínez, paciente como un bisonte, veía todo desde atrás, sin drama quizá preguntándose si sería uno de esos partidos cuyo resultado acaba en primera plana con un enunciado que acompaña y dice “¡Sorpresa!”.
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Por supuesto no pasó. El desconcierto entraba en contraposición con la aparente eternidad de la fiesta, el baile y el cotillón. Uno que era inhallable en un nuevo Monumental de River -ahora homologado con Wembley o el Bernabéu- cuyo gras no se humillaba con esa imperfección tan noventera y sudamericana de embarrarse.
Ricardo Piglia decía que un cuento siempre cuenta dos historias: la que uno lee y la que está detrás de esa. En este partido, aunque el segundo tiempo fue bastante mejor para los argentinos con algunos ingresos y con una previsión táctica más acorde a lo planteado durante varios años, podríamos quedarnos con la genialidad de un hombre que hace todo fácil, o con la imprecisión de los volantes que parecían llevar bloques de cemento en un tiempo y alas de querubines en el otro. Pero, claro, el detrás de cámaras y el porqué la selección campeona del mundo ha pasado uno de sus escollos más difíciles, es lo que no se debe perder de vista.
Sin temor al exceso de referencias, tras escribir “Cien años de soledad”, a García Márquez le quedaba un miedo -al menos uno de confesión pública- y era el no repetirse, poder alejarse y desprenderse de aquello que lo había llevado a lo más alto de la literatura y lo había hecho mundialmente conocido. Por ello, el colombiano decidió escribir “El otoño del patriarca”, una novela en la que exploraba la mitología de la figura de los dictadores latinoamericanos y que, según el mismo autor, fue la que más le costó escribir y quizá la que menos se vendió. Muchos críticos y lectores concluyeron que nunca más volvería a escribir algo tan bueno como lo anterior. En 1982 ganó el Premio Nobel. Aunque muchas veces volvió a Macondo, pudo superar el punto más alto de todos.
El martes 12 de septiembre, Argentina deberá visitar La Paz para enfrentar a una selección boliviana que se entusiasma con los seis cupos y medio mientras tiene a la altura de su lado. La albiceleste, claro, ya no es la misma. Y eso está bien.
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