Cuando Joseph Blatter afirma que la elección de Qatar 2022 fue un error, no lo hace por su clima asfixiante o su superficie liliputiense. Sabe muy bien que la razón es otra, mucho más honda y desoladora. Está relacionada con una fecha marcada a fuego en su calendario personal: el 2 de diciembre del 2010. Ese día, en Zúrich, el congreso de la FIFA decidió en doble votación que Rusia y el multibillonario estado árabe reciban los mundiales del 2018 y el 2022 respectivamente.
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Con esas elecciones “se encendería el polvorín, el escándalo más resonante en la historia del deporte mundial: el FIFA gate”, señala el periodista Ezequiel Fernández Moores en el estupendo documental “FIFA gate, por el bien del fútbol”. Inglaterra y Estados Unidos debieron ser los países que aparecieran en el sobre que el mismo Blatter, entonces jefe máximo de la FIFA, mostró aquella vez. Los sorprendidos rostros del expresidente estadounidense Bill Clinton y el exinternacional David Beckham, cabezas visibles de las candidaturas de sus países, eran las más perfectas imágenes del desconsuelo.
Tamaña afrenta no quedaría impune. El FBI entró en acción y empezó a fijarse en ese deporte que apasionaba tanto a latinoamericanos y europeos. Pronto las pesquisas hallaron carne necrosada. El 27 de mayo del 2015, un equipo de agentes irrumpió en el lujoso hotel suizo Baur au Lac y detuvo a siete altos dirigentes de la FIFA. Seis días después, Blatter se vio obligado a renunciar.
Las sospechas sobre los actos de corrupción alrededor de la elección de Qatar como sede de la Copa del Mundo son múltiples. De acuerdo con la prensa inglesa, unos 30 miembros de la FIFA habrían recibido unos 3,6 millones de dólares para votar en su favor. Blatter ha acusado a la exestrella francesa Michel Platini, suspendido como él de participar en actividades ligadas al fútbol, de haber tenido participación decisiva en la elección. Lo que no dijo -ni tampoco han mencionado con gran despliegue los medios deportivos del planeta- es algo mucho más grave: en el emirato que desde el próximo domingo será el corazón del planeta futbolero, los derechos humanos tienen menos importancia que los petrodólares, las relaciones públicas y, por supuesto, el fútbol.
REINO DE ABUSOS
En Qatar todos no tienen los mismos derechos. Los de las mujeres, por lo pronto, están restringidos. De acuerdo con Amnistía Internacional, si quieren casarse necesitan permiso de un tutor y si se divorcian no pueden ejercer la custodia sobre sus hijos.
La situación de los homosexuales es aún peor. Aunque los publicistas cataríes se han desgañitado afirmando que todos los visitantes serán bienvenidos y que el Mundial será una fiesta con esa palabrería edulcorada propia de quien está necesitado de disfrazar problemas mayores, también se han cuidado en señalar que sus costumbres deben ser respetadas. El Código Penal vigente sanciona las relaciones sexuales entre hombres. Hace pocos días, Khalid Salmar, uno de los ‘embajadores del mundial’, declaró que la homosexualidad era “una enfermedad mental”.
Pero los problemas no terminan ahí. En los últimos años, Qatar ha sido objeto de reiteradas denuncias por abusos laborales contra los obreros que participaron en la construcción de la infraestructura para la competencia. Una investigación publicada a inicios del año pasado por el diario inglés “The Guardian” señala que unos 6,500 obreros provenientes de India, Pakistán, Bangladesh, Sri Lanka y Nepal fallecieron desde que se anunció que el país sería sede del Mundial. “Un promedio de 12 trabajadores migrantes de estas cinco naciones del sur de Asia han muerto cada semana desde la noche de diciembre del 2010, cuando las calles de Doha estaban llenas de multitudes exultantes que celebraban la victoria de Qatar”, indica el reporte.
Aunque la Organización Mundial del Trabajo difundió un informe que da cuenta de cifras sensiblemente menores (50 muertos en el 2020, unos 500 heridos de gravedad y 37,600 con lesiones entre leves y moderadas), Amnistía Internacional ha aclarado que obtener información sobre el tema no es fácil debido a la poca transparencia de las autoridades cataríes.
Las Copas del Mundo son, en esencia, costosas operaciones de propaganda. Brasil 2014 fue el torneo de la prosperidad falaz, sostenido en las tropelías de Odebrecht y sus compinches; Rusia 2018 le sirvió a Putin para mostrar un rostro amable que sorprendió a millones; mientras que Argentina 78 fue usado por el régimen de Videla para ocultar sus atrocidades. Como ocurrió en esos torneos, es probable que en cuanto ruede la pelota las barbaridades cataríes queden en el olvido. Ojalá que no. Olvidar también sería un error.
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