Ezequiel Fernández Moores
CANCHA LLENA / DIARIO LA NACIÓN / GDA
Escena 1: El DT, preocupado porque lleva casi tres meses de trabajo y cree que los jugadores aún no comprenden su idea, muestra al plantel el video de un partido reciente en el que el equipo aburre pasándose la pelota en su propio campo, de un sector a otro, como escribiendo una u. “Señores -le dice a los jugadores-, esto que véis es el tiquitaca y es una mierda. Es intrascendencia pura. Esta u tiene que acabarse”.
Escena 2: Acaso relajado porque ya ganó algunos primeros títulos, el equipo pierde 3-0. Pero se viene el compromiso más difícil del año. El DT, otra vez preocupado, muestra un video de un partido de inicio de temporada. Los jugadores corren como lobos. Y exhibe luego el video de otro partido más reciente. Las diferencias son evidentes. “Si no corremos -advierte a sus jugadores- no somos nada. Si pedimos el balón al pie y no al espacio nos volvemos intrascendentes”.
Escena 3: El DT analiza durante dos días y medio virtudes y defectos de cada rival. Seis horas por jornada. Videos que le prepara su equipo sobre cómo defendió y atacó el rival los últimos cincuenta tiros de esquina y los últimos cincuenta tiros libres. Análisis de cinco o seis partidos. De cincuenta a sesenta jugadas. Así hasta que descubre cómo quebrarlo.
El DT que declara “odio eterno” a la “porquería del tiquitaca”. Que en su primera charla al equipo planteó “sólo una exigencia, no podéis dejar de correr. Si lo hacéis, 'kaput'”. Que analiza obsesivamente videos del rival. Que ha llegado a tapar con una gruesa cortina gris el campo de Sabener Strasse para que los periodistas no puedan ver sus entrenamientos. Y que explica que “el fundamento” de su juego “es la forma de defender”, no es José Mourinho ni Fabio Capello ni Luiz Felipe Scolari. Es Pep Guardiola, el hombre que en sus primeros años como DT lleva ganados 18 de los 25 títulos que disputó. El DT padre del Barcelona que ganó todo y fue, para muchos, el equipo más formidable de la historia del fútbol. Un español que llegó al reinado del fútbol alemán para intentar seguir la racha con Bayern Múnich. El diario íntimo del primer año de ese “choque cultural” lleva el nombre de “Herr Pep”, el libro que ya agotó su primera edición en España, tanto en catalán como en castellano, y sus dos primeras ediciones en Alemania. Su autor, Marti Perarnau, logró el privilegio de ser testigo directo, con la única condición de poder contar todo sólo una vez que terminara la temporada. Y Perarnau, catalán de 58 años, exatleta olímpico, campeón español de salto en altura, lo hace sin ahorrar detalles. Herr Pep, una formidable obra de 67 “momentos” y un epílogo, 429 páginas de puro fútbol, desnuda que todas las obsesiones del DT tienen en realidad un único fin. El que Guardiola declamó el 24 de junio de 2013, cuando hizo su presentación como nuevo DT de Bayern Munich: “atacar, atacar y atacar”.
Y no siempre del mismo modo. Porque, como le aconsejó el excampeón mundial Garry Kasparov, no se ataca igual “si estás en lo alto de una montaña que si estás en una llanura a campo abierto”. Y Guardiola “no es talibán de sí mismo”. Lo dice Lorenzo Buenaventura, el preparador físico que aprendió de Paco Seirul-lo, histórico del Barcelona, un método que desecha subir montañas y levantar pesas y trabaja siempre con la pelota, porque “se entrena como se juega”. Desorientados, algunos jugadores piden un día permiso para salir a correr. Les sirve de “placebo”. Porque “todo lo que es bueno para la cabeza -aconseja a Pep su asistente, el exrey del waterpolo Manel Estiarte- acaba siendo bueno para las piernas”. Es, apenas, uno de los “choques culturales” entre el DT catalán y el campeón alemán. Hay otros más complejos. El principal, “la idea” del DT de aplicar la pausa para avanzar primero juntos hasta el centro del campo y, recién allí, correr y correr según lo marca el ADN alemán, y “atacar como búfalos”. En su obra máxima con Barcelona, dice Pep, el 4-0 a Santos, usó un 3-7-0. Por eso, Guardiola dice que no se perdona la “traición” de haber renunciado él a la pausa en el momento acaso culminante de la temporada. A que la pasión le ganara a la paciencia. Fue el día que decidió un inesperado 4-2-4 que le hizo perder el centro del campo. Real Madrid aplastó 4-0 a Bayern Munich. Fue la peor derrota de su vida. La que reabrió críticas al tiquitaca.
Pregunto a Perarnau si tanto odio al tiquitaca que Guardiola expresa en Herr Pep no es acaso una sobreactuación del DT. “En absoluto”, me responde. Perarnau recuerda que Guardiola creció en Barcelona haciendo rondos (el loco, pero sistematizado, punto clave en las prácticas del club catalán). Y, además, con lo que el DT Juanma Lillo bautizó como “juego de posición”, un fútbol elaborado, como si los jugadores fueran alpinistas que van subiendo a la cima. Tiquitaca, me dice Perarnau, fue el término despectivo que el fallecido periodista Andrés Montes rescató a fines de los '80 para criticar al Barcelona de Johan Cruyff. Y Pep estalla cuando advierte que los jugadores de Bayern Munich se pasan por pasar porque creen que eso es lo que a él le agrada. Hay que ir entonces a otra escena de “Herr Pep”: entrenamientos intensísimos, rondos de cuatro con contra uno, cinco contra dos, circuitos de fuerza-resistencia, juegos de posición en espacios de 20 metros por 12, con siete jugadores por lado más cuatro comodines que apoyan al equipo que tiene posesión. “Basquetbolistas” que, en lugar de hacer picar la pelota, la pasan de un jugador a otro para confundir al rival. Pases a un toque que contrarrestan la presión. Ese es el sonido que sí seduce a Guardiola. No es tiquitaca. Es “tac-tac”. Velocidad y precisión. Thiago y Philip Lam pasándose la pelota a un ritmo infernal. Tac-tac. Porque en el fútbol, dice Pep, “la velocidad la da el balón”.
La recuperación debe ser inmediata. “Cuatro segundos a tope”. Luego una transición de quince pases. Y el equipo otra vez a casi 45 metros de su arco, casi diez metros más adelantado de lo que defendía Bayern Munich antes de que llegara Guardiola. Si está en ataque, la distancia sube a 56 metros. Riesgo puro. Bayern Munich, es cierto, siempre ganó Bundesligas. Tiene jugadores, historia y dinero. Pero nunca antes la había ganado con siete fechas de anticipación. Con tanta autoridad. Si bien no repitió la Liga de Campeones que sí había logrado Jupp Heynckes, su predecesor, Guardiola ganó cuatro de seis títulos en su primera temporada en Alemania. El club, le cuentan sus autoridades a Perarnau, lo contrató para algo más. Para seguir ganando pero, como lo hizo con Barcelona, para ganar con una identidad que marque el futuro. La “idea” es “dominar el balón” (Johan Cruyff dixit). El “idioma” es el “método” para expresar esa idea. Y “la gente” son los futbolistas adecuados y que quieran aprender el idioma. Es cierto. Franck Ribéry no funcionó como falso 9. Thomas Muller no es volante. Y fue difícil imponer el centrocampista único. Herr Pep muestra al Guardiola perfeccionista, hiperresponsable, racional, dubitativo, volcánico, que a veces puede aturdir al jugador con tanto “exceso de software”, que a las diez de la noche cita a Leo Messi para avisarle que será falso 9 y que en los entretiempos no critica sino que corrige. “Tenemos ahora -me responde Perarnau- un doble 'choque cultural'. Por un lado, el de Pep (hijo de Cruyff) en casa del mito Beckenbauer y, por otro, el del tradicional juego alemán frente al 'nuevo' juego alemán. Son 'choques' que van en la misma dirección: el juego de siempre frente al nuevo juego”. Acaso la mejor definición la da Thomas Hojberg, uno de los jugadores más jóvenes de Bayern Munich. “Pep -dice Hojberg- entrena para hoy, pero también para mañana”.