Los hechos: tras el canto de los himnos nacionales, hinchas argentinos y brasileños empezaron a insultarse y golpearse, mientras por la televisión se veía cómo las fuerzas policiales de Río de Janeiro y la seguridad privada del Estadio Maracaná, cargaban y ahuyentaban a palos y piquetes a los visitantes. Minutos después, el plantel albiceleste con Lionel Messi, Emiliano Martínez, Giovanni Lo Celso, Nicolás Otamendi y otros más a la cabeza, se acercaron a la tribuna popular en la que ya se podían observar cabezas ensangrentadas, encontronazos que se habían hecho casuales, selfies inoportunos y gente a la que le importaba más imponerse sobre otra en vez de ver un partido de fútbol. Ante esto, Messi, capitán y emblema, mostrando una comprensiva incomodidad y un criterio bastante amplio de resguardo, dijo nos vamos, y retiró a todo su equipo a camerinos por lo que, tanto quienes estaban en el estadio como quienes lo miraban desde casa, pensaron que no se jugaba más.
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Después de las imágenes en las que se vio al arquero campeón del mundo trepar a medio cuerpo una valla de seguridad para impedir que el golpe de un policía llegase certero sobre un hincha, o aquella en la que Lo Celso abraza a una persona con el terror en los ojos, espectadores, periodistas y demás pensaron que todo iba para peor, que el inicio de una tragedia se estaba gestando en el estadio más famoso de Brasil y que, otra vez, se iba a suspender una nueva edición de un partido que dejó incompleta la eliminatoria anterior cuando no se pudo jugar por supuestas rupturas en los protocolos sanitarios del COVID-19 que imponía el Estado brasileño a jugadores argentinos que militaban en la Premier League de Inglaterra.
Poco a poco volvió la calma y se apaciguó el ambiente. El capitán de los locales, Marquinhos, no dudó en adherirse a sus colegas visitantes para pedir que, por favor, bajaran las revoluciones y así poder jugar.
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El primer acto estaba consumado, aunque desde ese momento uno podía imaginar que la calurosa noche de Río no sería tan normal o, por lo menos, de trámite. El guion, si es que lo hubiese habido, no iba a dar descanso al espectador ni al tipo que andaba de paso tratando de averiguar por dónde seguiría todo. Una conjunción de hilos narrativos se estaba fundiendo en la génesis de un encuentro cuyo primer tiempo fue trabado. Tanto así que en un intervalo, Brasil cometió ocho faltas en doce minutos, y se dedicó más a cortar los circuitos de Argentina y a impedir que Messi la tocase. Para muestra, un botón, aquel que encerraba la imagen del actual Balón de Oro, apretándose el muslo y acercándose al borde de la cancha para que el cuerpo médico lo revisara.
Brasil se había convertido en la antítesis de su historia: un equipo tosco y mezquino, cuya alineación completa no la sabía nadie y cuyos jugadores más famosos, Neymar y Vinicius, se hacían grandes por su ausencia. Argentina, por otro lado, venía de caer ante Uruguay y “de no jugar bien”, “de mostrarse desprolijo y más opaco” en los partidos anteriores (aunque venció a Paraguay y a Perú), según el periodista Julián Giacobbe. Por supuesto, no era ni una crítica descarnada, ni un llamado de atención, sólo un apunte a un proceso natural de cualquier equipo o de cualquier grupo social humano que luego de estar en el punto más alto de una curva de rendimiento, no tiene más que empezar a decaer. Por supuesto, nada mejor que ir hacia abajo con estilo o apuntalando un momento histórico: sacarle el invicto a Brasil en su casa.
La selección brasileña nunca había perdido en casa por las eliminatorias. En casi un siglo de historia, Brasil se mantenía imbatible. Fueron más de 60 partidos sin perder los que pasó el pentacampeón, para que Nicolás Otamendi, con un cabezazo tras centro de Lo Celso, hiciera que la mayoría de hinchas brasileños se empezaran a retirar, mientras los argentinos comenzaban con el “Brasil, decime qué se siente”. Además, tuvieron que pasar 14 años, desde la eliminatoria para Sudáfrica 2010, para que Brasil, en localía, estuviese abajo en el marcador pues fue Paraguay quien había anotado el primero en esa ocasión. Sólo cuatro selecciones (Uruguay en tres ocasiones, Ecuador, Paraguay y ahora Argentina) lograron convertirle un gol y estar por encima del marcador. Tampoco había ocurrido jamás que Brasil perdiese tres partidos seguidos (Uruguay y Colombia antes de este) por lo que la crisis se hace más aguda y, en la cabeza de dirigentes, jugadores e hinchas, casi insostenible. Cabe recordar que el actual entrenador, campeón de la Copa Libertadores con Fluminense aunque interino al fin y al cabo, Fernando Diniz, sólo está de paso y que, de manera inédita, las expectativas -y la esperanza- están puestas en el italiano Carlo Ancelotti, quién llegaría tras desvincularse del Real Madrid cuando finalice la actual temporada.
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¿Qué pasó con Lionel Scaloni?
En el libro “Cultura basura, cerebros privilegiados”, Steven Johnson habla de una cultura pop “más compleja y estimulante a nivel intelectual”, donde todo pasa, nada se queda a medio camino y hay que estar muy atento para analizar e interpretar el contexto en el que ocurren los hechos. Bien, anoche, luego de un partido tan histórico como accidentado, después de haber asistido a episodios que parecieran ordenados y diagramados por un hábil dramaturgo, Lionel Scaloni, quien pasara de “joven inexperto” a campeón de todo, puso en duda su continuidad. Las redes estallaron, por supuesto. El mundo del fútbol se quedó en vilo, mientras los streamers hicieron transmisiones para que todos nos acompañásemos con la misma pregunta en la frente: ¿qué pasó?
En la conferencia tras el juego, Scaloni habló de muchas cosas, pero sobre todo de que “la vara está muy alta” y que necesita ponerse a pensar: “Una cosa importa quería decir: necesito para la pelota. Tengo mucho que pensar. Estos jugadores nos han dado un montón al cuerpo técnico y necesito pensar qué voy a hacer. No es un adiós ni otra cosa, pero necesito pensar. Se lo diré al presidente (”Chiqui” Tapia) y a los jugadores después. Esta selección necesita un entrenador que tenga todas las energías posibles y que esté bien”.
Tras ello, mucha gente se quedó boquiabierta y más de uno sintió que el mundo se le venía encima. Scaloni, además de haber ganado un Mundial, una Copa América y haber hecho que argentinos y sudamericanos en general se enamorasen de su selección, ha calado no sólo como un entrenador modelo, sino como figura mitológica de aquel por el que nadie da un peso, aquel que aguanta con hidalguía y aún así sale adelante. El animal de leyenda de una contemporaneidad marcada por sensaciones frívolas y vínculos líquidos, como teoriza Zygmunt Bauman.
Se ha especulado con las razones de la posible salida de Scaloni -porque aún no se ha ido, ni se sabe si lo hará, como han especulado varios medios- y se apuntan desde razones económicas (porque todavía no habría cobrado algunos premios para el cuerpo técnico), desencuentros con el presidente de la AFA o incluso presiones de parte de algunos dirigentes para que tome partido por un bando en las últimas elecciones presidenciales. Sin duda son cosas que no se sabrán debido a ese hermetismo tan particular y futbolero, pero sí es cierto que cuando se le consultó por las Sociedad Anónimas Deportivas (figura que fue rechazada por todos los equipos de primera división), el entrenador dijo que no se pronunciaría, a pesar de que la postura de los dirigentes es marcadamente opositora a que ocurra. El terreno de lo especulativo queda para lo que viene, pero lo seguro es que Argentina cerró el 2023 en la punta, con un universo amplísimo y esperando amistosos en marzo para llegar a la Copa América 2024 y tratar de repetir su título. Seguramente, con todas las dudas zanjadas.
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