Los números de Edison Flores con el Atlas podrían deprimir al propio Ted Lasso. Este año ha jugado apenas seis partidos, ninguno completo. El último fue el 10 de abril ante Juárez (1-1), cuando alternó 3 minutos. No ha marcado goles ni dado asistencias. Del Orejas que llegó a valer 4 millones de dólares en el 2020, queda poco. Según Transfermarkt, quien quiera comprar su ficha deberá desembolsar menos de dos millones. Ante Corea participó en el gol, pero no pesó en el trabajo colectivo. De los que arrancaron, fue el más bajito de la bicolor.
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A pesar de estos números, su vuelta ha hecho explotar los corazones cremas. El consuelo tras perder el Apertura y la dura derrota en Bogotá, es recordar la épica del campeonato 2016, cuando con Ruidíaz, Trauco, Gustavino y Polo, Universitario ofrecía recitales bajo la batuta del maestro Roberto Chale. A esa gran U se la veía de pie, con la garganta enrojecida y las palmas calientes de tanto aplaudir.
Tras ese pico de rendimiento, y el veranito que vivió en el Morelia, el Orejas no destacó. Sus transformaciones en la selección disfrazaron sus escasos momentos felices. Por eso su vuelta a Ate es, antes que nada, un rapto de nostalgia. Nada más. Como Cueva o meses atrás Yotún, su regreso responde a una necesidad de reinventarse, de hacer un reset y reemprender la ruta desde casa, apapachado por sus querencias.
Flores vuelve a la que Guerrero ha calificado como una “liga de bajo nivel competitivo”. En realidad, se quedó corto: es un torneo de bajísimo nivel, aunque tiene algunas virtudes ¿La principal? Darle espacio a talentos con aspiraciones mayores.
¿O qué cosa es Bryan Reyna, la joya del equipo de Chicho y del Perú que se trajo un triunfazo de Busan? ¿No fue también de ahí de donde Gareca sacó a Trauco, Polo y el Orejas, cuando Pizarro se ahogaba en excusas?
Negar que el regreso de Flores sea un retroceso es una mentira. No vuelve como el Ciego a los 34, el Nene a los 35 o Farfán a los 36. Lo hace a los 29, sin mayores lesiones. No regresa porque realmente lo quiera, lo hace porque en México no tiene sitio. Necesita jugar, así la cuenta corriente sume menos ceros a la derecha. Y, si pelea, aún tiene tiempo para resurgir.
Cueva, Zambrano, Valera, Flores y Liza este año; Yotún, Pacheco, Guivin y Matías Succar el anterior. Salvo el defensor, el resto volvió -detalles más, detalles menos- por bajo rendimiento. No disimulemos las cosas, pero tampoco les bajemos la persiana. Jugar siempre será lo mejor.
A inicios de semana, Chelsea anunció el fichaje del ecuatoriano Kendry Páez, de solo 16 años. Pagó 20 millones de dólares al Independiente del Valle, la gran factoría de jugadores de su país. ¿Qué nos diferencia de los ecuatorianos? Una palabrita en desuso por estos lares: formación. Por ahí está el camino.
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