A finales de febrero, por el aniversario 75 de la NBA, un grupo de expertos de la cadena ESPN votó para escoger el ‘top ten’ histórico. En esa lista encabezada, sin discusión, por su majestad Michael Jordan no figuraba el último MVP de las finales, ganador de su cuarto anillo a mitad de semana ante los Boston Celtics: Stephen Curry.
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En ese momento, su ausencia no motivó una campaña en redes sociales, más allá de los reclamos de los fanáticos de los Golden State Warriors. El respaldo no era unánime para el hombre que el 15 de diciembre del 2021 se convirtió en el máximo triplista de la historia con 2,973 lanzamientos fuera de la media luna, superando a Ray Allen con cinco años menos de carrera.
Tras la coronación de Curry, Shaquille O’Neal, el pívot más dominante de los últimos treinta años, salió a darle su voto con la misma fiereza con la que se colgaba de los aros: “Ya es uno de los diez mejores junto a mí, y el que piense lo contrario me puede comer las pelotas”.
Kendrick Perkins, otro grandote, expívot de los Boston Celtics, tuiteó a favor del base de los Warriors: “Steph Curry está oficialmente sentado en la mesa con Jordan, LeBron (James), Kobe (Bryant), ‘Magic’ (Jhonson) y Larry Bird”.
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¿Es la euforia reciente o es que realmente Curry se ganó su asiento? Los números nos dicen que la tercera franquicia más vencedora de la NBA, solo por detrás de Los Ángeles Lakers y los Boston Celtics con sus 17 títulos, son los Golden State Warriors con siete anillos.
Gracias a Curry y al tridente que lidera junto a Klay Thompson –un francotirador como él, pero sin muecas– y Draymond Green –un bravucón inteligentísimo–, los Warriors superaron a los míticos Chicago Bulls que se quedaron con seis anillos.
¿No es esa una poderosa razón para ubicarlo en la misma mesa que Kareem Abdul-Jabbar o Wilt Chamberlain? Curry cumple un detalle que satisface a los fanáticos más exigentes: ha hecho más grande a su franquicia. No ha tenido que marcharse a otro club para formar una dinastía. Cada vez queda más claro para sus ‘haters’ que Kevin Durant necesitaba de Curry y no al revés.
“Todavía consigue asombrarme porque todo lo que hace lo hace con un tamaño muy diferente al de los más grandes de esta liga”, declaró el mismo Steve Kerr, entrenador que con este título llegó a nueve anillos, cinco como jugador y cuatro al mando de los Warriors.
Su influencia en el juego es inobjetable: hasta los pívots han tenido que aprender a lanzar triples por su culpa. Si eso le quitó agresividad a la NBA, es otra discusión. Pero Curry, aunque no la clava, ofrece show. Pone a bailar ballet a sus rivales, mastica su protector bucal, se da media vuelta luego de un tiro venenoso. Asiste, engaña, penetra, vuelve a engañar, y no deja de encestar.
“Siempre decían que era demasiado pequeño para jugar al siguiente nivel”, dijo alguna vez sobre su baja estatura durante la adolescencia. Que no se la digan ahora, porque los mandará a dormir.
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