La clasificación ya estaba prácticamente perdida. Perú había dejado ir su octava oportunidad de acudir a un Mundial (Brasil 2014) tras su última participación en España 82 y Sergio Markarián había adelantado que no se quedaría por nada del mundo.
Aun así, no dejó de evaluar los rendimientos de quienes fueron sus principales caballos de batalla: Paolo Guerrero, Claudio Pizarro, Jefferson Farfán y Juan Manuel Vargas. Cuentan allegados al entrenador uruguayo que de todos estos, el único con el que no quedó del todo conforme fue con el jugador de la Fiorentina.
Markarián le dio chances a montones al volante, incluso cuando estaba con algunos kilitos de más, pero Vargas nunca le otorgó ni el buen arranque de Paolo, ni el último aceptable y regular rendimiento de Claudio, ni los goles de Farfán en la Eliminatoria.
“Pero jugué bien la Copa América”, cuentan que replicó Vargas. Frente a la frase, el técnico deslizó: “Me diste solo un rato, diez minutos…”. Y es verdad. Más allá de dos pasesgol en la Eliminatoria pasada –uno a Farfán ante Chile en Santiago y otro a Pizarro con Ecuador en Lima–, al ‘Loco’ no se le recuerda siquiera un partido de siete u ocho puntos.
La convocatoria de Vargas no se discute. Haber permanecido en Fiorentina es un mérito que nadie le quita; sin embargo, su titularidad parece más un premio a los errores del pasado que a su momento futbolístico. Y entiendo que esto sucede porque con el aura de jugador ‘europeo’ que tiene condiciona al técnico a optar por jerarquía antes que por rendimiento, como ya sucedió con Rinaldo Cruzado.
Vargas es un jugador testeado de 30 años que no debería tener la titularidad comprada. Él ni ningún otro. Convertirlo en suplente, por tanto, no es una locura ni un pecado, es resignar una pieza que se creyó titular a favor de conceder minutos a jugadores como Cristian Benavente, Jean Deza o Edison Flores. Hoy, sumarlo de titular es rendirle culto a lo que fue y no a lo que rinde.