En noviembre del 2021, el Bitcoin atravesó su mejor momento. Con un pico histórico cercano a los US$70.000, no suena descabello que quien tuviera un poco de dinerito extra y ganas de hacerlo crecer hubiera decidido optar por inversiones en cripto. No obstante, quien apueste por las criptomonedas debe acostumbrarse a su volatilidad, para que cuando su valor retroceda, no se entregue al pánico. Y es que, las cosas pueden cambiar relativamente rápido en este ecosistema.
Por ejemplo, al cierre del viernes, según Coinmarketcap, el Bitcoin cotizaba en aproximadamente US$40.000. Aunque no es una cifra despreciable, si se observa la evolución de las criptomonedas en los últimos meses y se toma como referencia su pico histórico, no han tenido un buen inicio de año. De hecho, se encuentran en una mala racha.
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Pero, ¿qué factores contribuyeron a que el precio del Bitcoin se redujera (casi) a la mitad? En parte, la incertidumbre producida por las subidas de las tasas de interés en Estados Unidos y los anuncios sobre restricciones al minado de criptomonedas (proceso de agregar nuevos registros de transacciones) en Rusia, que resulta ser uno de los países más importantes para el mercado de las criptomonedas a nivel global. Su banco central propuso prohibirlas al considerar que representan una amenaza para la estabilidad financiera. Curiosamente (o quizá no tanto, dadas las tensiones), la semana pasada el viceprimer ministro de Ucrania, Mykhailo Fedorovon, anunció vía Twitter que se legalizarían las criptomonedas en su país.
Una de las características de estos activos es que sus transacciones no pasan por los bancos o instituciones financieras que podrían bloquear los fondos. Así, las cripto están bastante alejadas de cualquier tipo de supervisión o respaldo oficial, pues la mayoría de los bancos centrales del mundo no las reconoce como dinero real, contante y sonante. Esto último se refleja en una declaración del presidente del Banco Central de Reserva del Perú, Julio Velarde, la semana pasada: las criptomonedas no son consideradas medios de pago, sino activos financieros altamente volátiles que la gente compra bajo su propio riesgo. ¿Así, o más claro? Además, son activos perjudiciales para el medio ambiente, pues requieren de una amplia red de computadoras encendidas, y por tanto, de cantidades significativas de energía.
A pesar de lo anterior, no se puede negar lo evidente: las criptomonedas son prueba de que la tecnología avanza a pasos agigantados, y es la regulación la que debe correr para alcanzarla. Esta deberá asegurar la trazabilidad de los activos, el fácil uso de los mismos, y sobre todo, la identificación de quienes se encuentran detrás de cada operación. El reto para este marco regulatorio es enorme, pues deberá ser lo suficientemente flexible para adaptarse a las necesidades del mercado. Y es que, como lo señaló Velarde, el mapa financiero está cambiado y nadie tiene aún certeza de cómo terminará configurándose.
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