Cada cinco años entramos en un periodo de incertidumbre con respecto el futuro político en el Perú. Los mercados generalmente reaccionan ante este escenario con un incremento en la volatilidad de los activos y frecuentes caídas del sol, así como en los precios de las acciones y bonos locales. Mucha gente asume que esta volatilidad proviene principalmente de los inversionistas internacionales saliendo despavoridos a vender activos o a refugiarse en el dólar. Sin embargo, es más común que sea el inversionista local el más susceptible al ruido político de corto plazo.
Esto podría sonar ilógico si pensamos que un inversionista local debería estar acostumbrado a los vaivenes de nuestra política y fragilidad institucional, pero la evidencia de los últimos años me lleva a pensar que al estar inmersos en el ruido mediático, y ante la realidad de ver buena parte de su patrimonio expuesto un mayor riesgo, el inversionista local es quien suele ponerse más pesimista.
Un ejemplo de ello puede ser que en los últimos años hemos tenido cuatro presidentes y un Congreso cerrado, y no hay evidencia de que los inversionistas extranjeros hayan dejado de ver al Perú como un lugar atractivo para invertir dentro de los mercados emergentes.
Lo que sí preocupa a los inversionistas extranjeros institucionales, bastante acostumbrados al folclore de nuestra clase política, es que se esté gestando un cambio estructural en el manejo de la política económica y monetaria en el país, piedra angular de la sostenibilidad de la economía peruana. Por un lado, les preocupa que un gobierno de corte populista termine gastando más de lo que debe, incrementando el déficit fiscal y endeudando más al país. Hoy el Perú tiene una de las deudas más bajas de la región con respecto a su PBI, uno de los principales factores del por qué su clasificación de riesgo es la más alta en la región, después de Chile. Esto le permite al Perú atraer capitales y endeudarse a tasas muy competitivas para financiar su crecimiento.
Sin embargo, esta posición fiscal se ha deteriorado en el último año a raíz de la pandemia, por lo cual es muy importante que el siguiente gobierno garantice mantener una política de prudencia fiscal. De la misma manera, las propuestas como cambios de Constitución preocupan a los inversionistas internacionales, ya que esto podría devenir en cambios en el capítulo económico, sobre todo en una mayor participación del Estado en la economía y la creación de grandes empresas estatales.
Un segundo gran punto de preocupación es la independencia del Banco Central de Reserva (BCR). El gran manejo de la política monetaria ha sido otro de los pilares de la estabilidad macroeconómica del Perú en las últimas décadas Son frecuentes los conflictos de interés de los gobernantes de turno con relación al manejo de la política monetaria. Recordemos nada más el uso indiscriminado de la maquinita en los años 80 que desencadenó en una hiperinflación.
Muchas veces la política monetaria sirve como contrapeso ante un gasto fiscal desmedido, porque permite controlar que la economía no se sobre caliente y las expectativas inflacionarias se disparen. Sus acciones también pueden servir como un gran apoyo para luchar contra una desaceleración económica como la que hemos vivido este último año. Para los inversionistas extranjeros es indispensable que el nuevo gobierno garantice la independencia del BCR y la prohibición de comprar bonos del tesoro establecida en la actual constitución.
Finalmente, no hay que olvidar que los inversionistas institucionales extranjeros son inversionistas bastante sofisticados en sus decisiones y por lo general no se espantan ante la inestabilidad política de países como el Perú. Considero incluso que a veces entienden los riesgos mucho mejor que los inversionistas locales.
Sin embargo, sí muestran preocupación por un eventual cambio que nos pueda llevar hacia un deterioro estructural de nuestra solidez fiscal y pérdida de independencia del BCR.