Empiezo la nota con este título porque siempre nos dicen que si no partimos por aceptar nuestros errores es mucho más difícil encontrar una salida. Hemos perdido la brújula del progreso como Nación. Hoy somos más ricos como Nación que hace una década, pero está claro que eso no nos garantiza nada. Lo ocurrido las últimas semanas nos deja la sensación que hace rato estamos hipotecando nuestro futuro si seguimos caminando sin norte.
Perú, al igual que sus vecinos, venía erróneamente empujando una agenda que se basaba en la premisa que avanzar en materia de progreso social, y la reducción de brechas de oportunidades era necesariamente un juego de suma cero, en el que para que unos ganen, se les tiene que quitar a otros. Si algo tenemos que corregir después de esta semana, es esta premisa y empezar a enfocarnos en el crecimiento.
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El crecimiento es un habilitador de varias cosas que todos deberíamos defender. Le permite al gobierno financiar la política social, les permite a las familias financiar sus presupuestos con más certeza porque la mayoría de los personas financia sus gastos con su trabajo. Sin crecimiento, la promesa de mayor esfuerzo de política social es una mentira. Sin empleo y crecimiento, los sueños de progreso de las familias no se pueden cumplir.
En medio del fin de la pandemia, la inflación nos recordó, una vez más, lo precaria que es la situación para la mayoría de la población. Esos presupuestos familiares no soportan el doble golpe de menor crecimiento, menos oportunidades de ingresos laborales junto con una canasta de consumo cada vez más cara.
Es crítico entender que ambos impactos son temporales. El menor crecimiento se corrige despejando las incertidumbres que el Gobierno transmite con gabinetes inexpertos que duran semanas. Se necesita gabinetes dialogantes y que pongan como prioridad el restablecer el orden y el crecimiento.
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La inflación se ha exacerbado por la guerra en Ucrania, pero en política económica es fundamental entender que lo primero es intentar ser eficaz. Lo que se quiere es proteger la capacidad de compra de las familias más vulnerables. Es imprescindible ser focalizado porque los recursos no son infinitos y los impactos durarán al menos unos meses. El diseño del paquete de ayuda no puede obviar estos detalles.
Rebajar el Impuesto General a las Ventas (IGV) a los alimentos o bajar todos los impuestos a todos los combustibles son medidas ciegas que se quedan en las cadenas de distribución, no van dirigidas al consumidor final. Eso las hace ineficaces y caras. Apuntemos como prioridad a los más vulnerables y no destruyamos la capacidad de actuar del Estado. Se puede dar ayudas temporales vía los programas sociales, o vía los bonos para balones de gas del FISE, porque se puede distinguir a quien si le corresponde y a quien no. Administrativamente son acciones muy baratas y se pueden graduar en tanto los impactos sean más largos.
Entendamos que algunas de las “soluciones” sólo nos traerán más problemas mañana o no resolverán el problema de fondo. Gareca no clasificó al Perú en un fin de semana y sin preparación. ¡Pensá!
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