En 1989, el fotógrafo Jean Guichard captó el instante en que una ola gigantesca parece tragarse al Faro de la Jument (Francia) junto con su guardián, quien apenas consigue resguardarse en el interior. El imponente faro guía la ruta de los navíos en el estrecho de Fromveur, de intenso tráfico marítimo a pesar de los peligros.
Esta imagen evoca nuestra coyuntura. Enfrentamos olas inclementes. A la tragedia de la crisis sanitaria se suma un frenazo económico con destrucción de muchos empleos. Ello nos lleva a reinventarnos, haciendo lo posible para seguir a flote. En nuestra economía social de mercado, los precios contienen información útil para reorganizarnos. Cuando un precio se eleva, indica que debe expandirse la oferta, alertando a los consumidores sobre la mayor escasez. Son las luces para navegar en el mar embravecido y pueden ser potenciadas por faros. En Perú, el faro más luminoso es el Banco Central de Reserva (BCR), como explicamos en el estudio El largo camino hacia la estabilidad macroeconómica, publicado en el proyecto Agenda Bicentenario.
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En uno de los momentos más duros de nuestra historia, el BCR mantiene su promesa de una inflación baja y estable: en 2020 fue 2%, el punto medio del rango meta, y se proyecta lo mismo para 2021. Esta realidad contrasta, por ejemplo, con Argentina que, además de sufrir una fuerte crisis sanitaria, enfrenta inflaciones entre 30 y 50%. Todo ello, resultado de políticas intervencionistas y trasnochadas.
Por mucho tiempo se creyó que, en el largo plazo, una mayor inflación se asociaba con un menor desempleo y los políticos buscaron reducirlo imprimiendo dinero. Resonante fracaso que solo logró mayores tasas de inflación y mayor desempleo. Al galope de inflación, los aumentos salariales constituían victorias pírricas acompañadas de inevitables reducciones del poder adquisitivo. En Argentina, se espera que el 77% de empresas aumente salarios este año, pero que solo el 15% lo haga por encima de la inflación. El Perú de los años setenta y ochenta es otro ejemplo. La inflación pulverizó los ahorros, incluyendo pensiones, y el poder de compra de ingresos que nunca crecían al mismo ritmo, generando pobreza. Los intentos por reducir la inflación controlando precios solo generaron escasez.
La inflación dificulta tomar decisiones con claridad. Resulta prácticamente imposible planificar si el valor de la moneda cambia frecuentemente. Por eso, los peruanos perdieron confianza en su moneda y decidieron dolarizarse, la estrategia más accesible para preservar valor. Las reformas de los años noventa brindaron la indispensable independencia al BCR y sentaron las bases del sólido faro que hoy nos guía en tormentas. El BCR recobró la confianza del peruano en la moneda de la única forma posible: prometiendo y cumpliendo con una inflación baja y estable, año tras año, por más de dos décadas. No es coincidencia que durante este periodo el país lograra avances fundamentales en materia de crecimiento y desarrollo económico.
Hoy, envueltos en la peor de las tempestades toca velar porque los cimientos de nuestro faro, que tanto nos costó construir, se mantengan fuertes. Así, iluminará el camino hacia aguas más calmas.
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