Nadie como Steve Jobs (1955-2011) sintetizó mejor la figura del genio contemporáneo: hippie, inteligente, emprendedor, innovador, hábil en los negocios, y testarudo para conseguir lo que se proponía, incluso a costa de amigos y empleados. Su temprana muerte, a los 56 años, debido al cáncer, dio lugar a libros y películas sobre su vida y legado. Como una especie de rey Midas que convertía en oro lo que tocaba, Steve Jobs lo revolucionó todo: las computadoras personales, las películas de animación, los celulares, los reproductores de música, las tabletas, el software y el hardware de la industria digital. En pocas palabras, sin él el mundo no habría sido —ni sería— el mismo.
A su leyenda abonó, obviamente, su origen humilde: hijo biológico de un inmigrante sirio y de una joven universitaria de Wisconsin, fue dado en adopción porque la familia de ella no aceptaba la relación. Steve fue adoptado por una pareja de treintañeros —Paul Jobs y Clara Hagopian— que no podían tener hijos y que a fines de la década de 1950 se mudaron a San Francisco, en una zona cercana de la costa de Palo Alto que, en ese momento, empezaba a florecer gracias a la industria militar y tecnológica. Era el sitio de la contracultura, de los beatniks, de los alucinógenos, de los hippies, los geeks, los diseñadores de videojuegos y de los ingenieros electrónicos. Era Silicon Valley, el origen de todo. “Steve Jobs representaba esta fusión entre el flower power y el poder de los procesadores, entre la iluminación y la tecnología”, escribe Walter Isaacson en Steve Jobs, la biografía.
Steve y Woz
La historia cuenta que, entre la adolescencia y los veinte años, este hijo adoptivo de un mecánico y amante de los autos, practicó la filosofía zen, se hizo vegetariano y deslumbró a todos por su gran coeficiente intelectual y su fascinación por la electrónica; interés que coincidió con el de otra mente privilegiada, un muchacho tímido que, como dice Isaacson, sabía más de transistores que de chicas: su nombre era Stephen Wozniak. Juntos emprendieron, a mediados de la década de 1970, la alucinada idea de crear un ordenador personal inspirados por visionarios como Stewart Brand, un amante de las nuevas tecnologías y las drogas psicodélicas.
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Brand fue el creador del Whole Earth Catalog, una especie de internet de papel, y alentó a Jobs y Wozniak a seguir adelante en su proyecto. Así nació el Apple I con matrices que Wozniak creó —según propia confesión— para regalárselas a la gente, pero ahí surgió el espíritu visionario de Jobs: fabricar las placas base, los procesadores y venderlos. En el libro de Isaacson, Ron Wayne, el efímero socio fundador de Apple, define así a ambos amigos: “En ocasiones daba la impresión de que Jobs estaba poseído por demonios, mientras que Woz parecía un chico inocente cuyas acciones estuvieran guiadas por ángeles”.
Fracasos exitosos
El éxito de Jobs fue tan rotundo que incluso sus fracasos hicieron historia. Ese es el aspecto que destaca el curador y experto en tecnología José Carlos Mariátegui: “Tras su salida de Apple (en 1985) —relata— fue considerado un loser porque creó una computadora que fue un fracaso comercial, la NeXT, que estaba orientada al mercado académico de alto nivel. Era una computadora muy sofisticada, con gran calidad de sonido y una tecnología que se llamaba Display PostScrit, tenía conexión a Ethernet, una red que se estaba desarrollando en ese momento. Era un cubo negro de magnesio precioso, cuyo logotipo fue encargado a Paul Rand, el mismo que diseñó el de IBM”.
Si bien esta nueva computadora no tuvo éxito, su innovador sistema operativo le permitió a Tim Berners-Lee crear la web en 1990, en el Centro de Energía Nuclear, de Ginebra. “Si algo más tenemos que agradecer a Steve Jobs —añade Mariátegui— es eso, que en esa máquina fracasada se pudo diseñar el más grande invento del siglo XX”.
Justamente, el software desarrollado en la NeXT le permitió a Jobs volver a Apple por la puerta grande en 1996 y transformar la empresa al punto de crear una legión de consumidores planetarios que religiosamente celebraban cada año los nuevos productos, de elegante diseño, de la compañía de Cupertino.
Pero más allá de ese Jobs cercano a la autoayuda, su vida personal no fue tan luminosa: lo más llamativo es que se negó por años a reconocer a su hija mayor Lisa, quien publicó un libro al respecto (”Mínimos peces”); y lo otro son los múltiples testimonios de sus empleados que hasta ahora recuerdan sus obsesiones, despidos y malos tratos. Esto sin considerar las denuncias de suicidios y de duras condiciones laborales en que se producen los insumos de la compañía de la manzana en fábricas chinas. “Conozco varias historias de gente que trabajó con él en Pixar”, cuenta Mariátegui. Su viuda, Laurene Powell Jobs, es fundadora de Emerson Collective, una organización dedicada a programas de educación y causas filantrópicas. A diez años de su partida, el legado de Steve Jobs, para bien o para mal, sigue siendo imborrable.
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