Si bien el 25 de diciembre el mundo católico celebra el nacimiento de Jesús, este hecho también implica reconocer otro acontecimiento: la maternidad de la Virgen. La madre del hijo de Dios es una figura que la Iglesia ha idealizado como el modelo que toda mujer virtuosa debe seguir.
Sin embargo, ella no es la única figura femenina de la cristiandad cuya maternidad haya sido objeto de estudio. Según el Génesis, Eva —la primera mujer— fue creada a partir de la costilla de Adán, con quien vivió en el Jardín del Edén hasta que un día ambos fueron expulsados del Paraíso por haber pecado. Al igual que María, Eva también fue madre, pero, para ella, este hecho no significó una bendición, sino un castigo.
Dos arquetipos
En la tradición judeocristiana, el dolor —real y simbólico— que implica el acto de dar a luz comienza con Eva, quien, desobedeciendo a Dios, come el fruto prohibido y, por ello, Aquel le dice: “Multiplicaré tus sufrimientos en los embarazos. Con dolor darás a luz a tus hijos” (Gén 3, 16).
De esta manera,como sostiene la historiadora del arte Erika Bornay, se establece la asociación de la imagen de Eva “con el Mal y el Pecado, tal y como, en general, el personaje ha sido evocado a lo largo de la historia”. Y, con ella, toda su descendencia compartió el mismo destino. Empero, siempre existen excepciones. Si Eva nos condena al ceder a la tentación del demonio, será la Virgen María la que nos traerá la esperanza de la salvación. Entre las numerosas diferencias que presentan ambas figuras, resalta el hecho de que María haya sido la única mujer que dio a luz sin dolor (manteniéndose siempre virgen).
Así figura en los “Gozos de Santa María”, en el Libro de buen amor ( 1330 ) del Arcipreste de Hita: “Tú siete gozos tuviste / el primero, cuando recibiste / el saludo / del ángel, cuando oíste / Ave María, concebiste. / El segundo fue cumplido / cuando fue de ti nacido / y sin dolor”.
La oposición entre Eva y la Virgen María queda claramente representada desde el comienzo: Ave, el saludo del ángel durante la anunciación, invierte el nombre pecador de Eva. De hecho, “en el siglo XII, se estableció de forma definitiva la dicotomía María-Eva —explica Bornay—. La Iglesia medieval glorifica a María porque ella es, en realidad, la mujer ‘desexualizada’, la que fue concebida y concibió, a su vez, sin el pecado, en oposición a Eva, de la cual la mujer común es hija”.
Sin pecado concebida
Virgen madre es un oxímoron. No obstante, eso es María para la doctrina católica. El doctor Fernando Rodríguez Mansilla, especialista en literatura del Siglo de Oro español, comenta al respecto que, “indesligable del rol de María como madre del Salvador se encuentra el dogma de su inmaculada concepción. Ya que todos, como ‘hijos’ o descendientes de Adán y Eva, cargamos con el pecado original, había que explicar cómo Dios hecho hombre en Jesús podía ser perfecto, siendo María (una humana y, por ende, ‘manchada’) su madre. La explicación, basada en el Protoevangelio de Santiago, señala que María fue concebida milagrosamente por un beso y no por unión carnal de sus padres, san Joaquín y santa Ana: la fórmula que lo sintetiza es sine labe concepta (‘concebida sin mancha o pecado’).
En España, la devoción purificada de la figura mariana arraigó desde el siglo XV y se transfirió luego a la América hispana. El Inca Garcilaso de la Vega era inmaculista. En la portada de la Historia general del Perú (o Segunda parte de los Comentarios reales), publicada en Córdoba en 1617, se aprecia un grabado de la Virgen con la inscripción latina Mariam non tetigit primum peccatum (‘María no fue tocada por el primer pecado’).
Pese a su difusión en el mundo hispánico desde temprano, la creencia en la inmaculada concepción de la Virgen solo se convirtió en dogma de la Iglesia católica en 1854, con el papa Pío IX”, finaliza Rodríguez Mansilla.
La subversión y la trascendencia
Eva y María representan, de acuerdo con las críticas literarias Sandra Gilbert y Susan Gubar, dos arquetipos femeninos: el de la subversión y el de la trascendencia, respectivamente.
Ambas figuras se hallan en polos opuestos. Eva se representa iconográficamente seducida por la serpiente, como figura en la estatua de la catedral de Reims, del siglo XIII, por ejemplo. En cambio, María aparece aplastando a la serpiente con el pie, como en la pintura Inmaculada Concepción, de Giovanni Battista ( 1767-1769 ).
A pesar de esto, Eva también requería salvación, para así aparecer como una figura más respetable y un mejor modelo para las jóvenes judías casaderas. Con este fin, se rescató la figura de
Lilith, la mujer monstruo que, en un Midrás del siglo XII, aparece como la primera compañera de Adán, que se negó a yacer bajo él para consumar la unión y se fue a vivir con los demonios. Emprendió entonces una venganza contra Dios enfermando a los niños pequeños, aun si esto causaba la muerte de sus propios hijos, como refiere Erika Bornay. Lilith quedaría, sin embargo, relegada a la sabiduría popular apócrifa judía, por lo que su modelo de maternidad cruel y sanguinaria ha sido excluido de la tradición católica.
En el Salve Regina, los creyentes reconocen lo que las figuras de María y Eva representan: Eva es el pecado y el destierro, mientras que María es misericordia y salvación: “Dios te salve, Reina / y Madre de misericordia, / vida, dulzura y esperanza nuestra; / Dios te salve. / A ti llamamos / los desterrados hijos de Eva; / a ti suspiramos, gimiendo y llorando / en este valle de lágrimas.”
Y es que, si Eva es la madre del sufrimiento, María es la de la redención. Hemos de recordar, por ello, las palabras del papa Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Mater ( 1987 ): “A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos (…) de que es capaz el corazón humano”. Por eso, es ella la que da a luz al Salvador, cuyo nacimiento celebramos en Navidad.
La figura de María es de humildad. Pero es importante no confundir esta cualidad con una total pasividad de su parte. Cuando el ángel le anuncia los planes del Señor, María duda y pregunta cómo sería posible concebir sin haber conocido varón. Cuando recibe una respuesta, María acepta, aun exponiéndose a las complicaciones que ello conllevaba en esa época. Dios escogió una mujer de fortaleza y compromiso extraordinarios para asumir la responsabilidad de ser la madre del Salvador. María desconocía de antemano lo que iba a ocurrir. Sin embargo, hasta el final, aceptó la vida tal como venía. En ese sentido, nos muestra que ser madre no es fácil; que es una labor hermosa, mas no exenta de dolor, dice Victoria Domaica Letamendi, religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de la Compasión.
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